Arrancamos sección en Calibre .38, un viaje alrededor del mundo en el que tres viajeros -Ricardo Bosque, Jesús Lens y Jokin Ibáñez- recorreremos más de setenta ciudades caracterizadas por ser escenario recurrente de multitud de crímenes de ficción y en las que han habitado y trabajado policías o detectives bien conocidos por los aficionados al género negro.
El recorrido lo realizaremos al más puro estilo agencia de viajes, en rutas como «Danubio Azul», «Castillos, fantasmas y duendes», «Crucero Mediterráneo», «Ruta 66», «Ruta de la Seda y Mares del Sur», «Cataratas de Iguazú y Patagonia»… Como guías contaremos con esos personajes que tan famosas las han hecho, los mejores cicerones que podíamos encontrar.
Preparen sus pasaportes que arrancamos ya.
Por Ricardo Bosque, Jokin Ibáñez y Jesús Lens
Iniciamos ruta turístico-criminal, y lo hacemos visitando seis ciudades de tres países que tienen al menos dos cosas en común: por los tres se extiende la cuenca del Danubio (aunque solo dos de ellos sean atravesados por el citado río) y los tres comparten idioma. Y la comenzamos en Viena como reconocimiento a quien se considera el primer escritor de novela negra en lengua alemana, Friedrich Glauser, nacido la capital austriaca y que además da nombre al más prestigioso premio del género escrito en dicha lengua. Pero, cada cosa en su momento, de Glauser hablaremos cuando lleguemos a Zurich, pues fue en Suiza donde resolvió sus casos su personaje más popular, el inspector Studer. Ahora toca Viena.
Para el común de los mortales, Viena suena a vals -el Danubio Azul sería un ejemplo perfecto- o a Marcha Radetzky. ¿Un personaje del que hayamos leído algo o al que hayamos visto en el cine? Sissi Emperatriz. ¿Un olor característico? El del cruasán recién salido del horno, invento más destacable que se nos ocurre al hablar de la capital austriaca. ¿Y una imagen que haya impresionado nuestras retinas? La noria del Prater, por supuesto.
Para los aficionados a la novela negra -aunque en este caso las imágenes nos lleguen a través del cine igualmente negro- Viena suena a la cítara de Anton Karas. ¿El personaje visto o leído? Harry Lime, sin lugar a dudas. ¿Un olor característico? El de las alcantarillas que desembocan en un Danubio no tan azul. ¿Y una imagen? La noria del Prater. Ahí sí, la coincidencia es plena.
Aunque esto va de novela negra, al pensar en Viena lo que nos viene (perdón por la tontería) a la cabeza son las imágenes de una película -dicen que la mejor de la cinematografía británica de todos los tiempos- basada, eso sí, en un guión que Graham Greene escribió con forma de novela. Y, lo que son las cosas, al pensar en la película ni nos acordamos de Carol Reed, su director, ni tampoco del propio Greene. No, lo que siempre recordamos es la cara de un actor que no aparece en pantalla hasta bien avanzada la cinta -cronómetro en mano, una hora y cinco minutos, a solo treinta y nueve del The End-, pero qué aparición: Orson Welles. Y eso sin ser el protagonista oficial de la película, teóricamente interpretado por Joseph Cotten.
Nos referimos, claro está, a El tercer hombre.
Estamos en la Viena dividida en cuatro sectores ocupados por los aliados de la Segunda Guerra Mundial: norteamericanos, ingleses, franceses y rusos. Una ciudad lluviosa, oscura, de calles adoquinadas recorridas por tranvías como medio de transporte más habitual. Una ciudad que presenta un desolador aspecto no muy diferente del de otras ciudades europeas de la época. Una ciudad por cuyas calles, además de tranvías, también pasan algunos coches y camiones. Como el que, presuntamente, atropella a Harry Lime una de esas noches oscuras y húmedas.
Y es precisamente el cementerio de Viena lo primero -y lo último- que veremos de la ciudad. Luego visitaremos algunos de sus cafés, la zona británica -en la que la gente que se cita no se reconoce por llevar una flor en el ojal sino una novela del oeste bajo el brazo-, los hospitales atestados de enfermos en los que la penicilina adulterada con que se trafica ha dejado secuelas irreparables, sus plazas… y, por supuesto, no podía faltar en una visita a Viena, el parque del Prater y su famosa Noria, en una de cuyas cabinas se produce el encuentro clave entre los dos protagonistas, el escritor norteamericano Holly Martins y su amigo Harry Lime, quien le revelará que en el mundo ya no quedan más héroes que los de sus novelas del oeste. Y, a modo de justificación de sus delictivas actividades, las que le han llevado a fingir su propia muerte, le hará un ilustrativo resumen de en qué condiciones se han producido los mayores avances de la Humanidad:
«Recuerda lo que dijo no sé quién: en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras matanzas, asesinatos… Pero también Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!».
Así, poco a poco, con calma, recorriendo la derruida Viena repleta de imágenes abiertamente expresionistas acentuadas por los juegos de luces y sombras y acompañados por la sencilla y magistral música de Anton Karas -esa cítara que se convierte en la peor pesadilla de un obsesivo compulsivo, prueben a ver la película antes de dormir y verán lo que les cuesta conciliar el sueño con la melodía incrustada en el cerebro- iremos avanzando por sus calles hasta uno de los momentos mágicos de la historia del cine, el de la fantasmagórica aparición -entre esas sombras de las que hablamos- de unos pies entre los que merodea un gato callejero. Pero eso no es todo, porque, poco después, los pies adquirirán el rostro de Harry Lime en una memorable irrupción en escena que acompañaría a Orson Welles a lo largo de toda su carrera.
Pero, si queremos pocas luces y muchas sombras, lo mejor es bajar al subsuelo, y el de Viena lo patearemos de punta a punta a lo largo esas alcantarillas que desembocan en el Danubio -no tan azul, por tanto- conformando una extensa red de aguas fecales poblada de puertas, bóvedas, escalerillas… Todo muy romántico, ya ven, como los valses y las películas de Sissi Emperatriz.
Nos vamos, pero antes regresamos al punto de partida, al cementerio en el que asistiremos -por segunda vez en menos de dos horas- al entierro de Harry Lime. Allí seremos testigos de cómo el mayor Calloway conduce a Martins al aeropuerto, pero éste prefiere perder su avión antes que dejar pasar la oportunidad de ver de nuevo a Anna -la novia de Lime, interpretada por una sensacional Alida Valli- y pide al mayor que detenga el vehículo en uno de esos finales que deberían pasar a la historia de los desenlaces inolvidables, como aquel de que nadie es perfecto o el del principio de una gran amistad:
-Creo que pierde el tiempo, Martins.
-Me gusta perder el tiempo, Calloway.
A nosotros, no. O sí, pero en esta ocasión no podemos, pues nuestro tren parte de inmediato hacia Zurich. Sí, en Suiza, donde el inspector Studer del que les hablábamos al principio y algún otro personaje que merece la pena conocer.
¿Nos vemos allí?
Ruta completa: Viena – Zúrich – Mannheim – Fráncfort – Berlín – Hamburgo
Bueno bueno….que viaje mas apasionante. Maquinista!! Pare que me subo.
De parar, nada: mañana, Zúrich
Tal vez nos ofrezcais bombones con forma de erizo por el camino….me encantan las trufas.
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