Por Ricardo Bosque, Jokin Ibáñez y Jesús Lens
Arrancamos un nuevo circuito turístico y lo hacemos por un continente también desconocido (o casi) en lo que concierne a la literatura negra o criminal, y no será por falta de materia prima, pues si el género se nutre en muchas ocasiones de violencia social, extrema pobreza ciudadana -con los focos de marginalidad que ello conlleva- y corrupción política, en nuestro próximo destino saben un rato largo de todos esos temas. O eso dicen los telediarios al menos.
Y empezamos con otro de los autores desgraciadamente poco editados en España, tal vez la causa sea que Sudáfrica queda algo lejos de Suecia que, como todos sabemos, concentra la mayor densidad de escritores y psicópatas varios del mundo. Vaya, que a poco que te sales del Báltico y alrededores ya no hay nada que merezca la pena leer, deben de pensar muchos editores patrios.
Sin embargo, si lo que pretendemos es huir -aunque sea solo por un tiempo- de los rigores climáticos de Estocolmo y conocer, por ejemplo, una ciudad lejana pero con un clima más parecido al nuestro, con sus estaciones frías, templadas y calurosas, no estaría de más echar un vistazo a las historias que nos han ido llegando en los últimos años firmadas por el escritor sudafricano Deon Meyer.
De su mano, pasearemos por Ciudad del Cabo y alrededores -en ocasiones unos alrededores bastante alejados de la capital, todo hay que decirlo-. Como guía de viaje utilizaremos las tres novelas editadas hasta la fecha en España: Sombras del pasado, El corazón del cazador y El pico del diablo.
Tres libros que, a pesar de compartir personajes -no todos, hay algunos que entran y salen de las novelas como quien anda de visita, otros que repiten cuasiprotagonismo en un par de ellas- resulta difícil integrar en una serie única al modo en que estamos acostumbrados a hacerlo en muchos otros casos.
Empezando por el principio -modo en que deben hacerse las cosas habitualmente-, veremos en Sombras del pasado cómo fueron los inicios del post-apartheid en la capital sudafricana que supuso, entre otras cosas, cambios sustanciales en los mandos de la comisaría a la que ya llevaba años adscrito nuestro primer hombre: el capitán Mat (Marcus Andreas Tobias, tenían guasa sus progenitores) Joubert.
Viudo desde hace poco tiempo -su mujer, también policía, resultó muerta en un tiroteo-, Joubert trata de olvidar sus penas confiándolas al alcohol, lo que le supone una baja forma notable y una alta agresividad que ya le ha costado la apertura de algún que otro expediente. Todo ello en el peor momento posible, cuando un nuevo comisario, el coronel Bart de Wit, designado por el nuevo ministro de justicia sudafricano y perteneciente al Congreso Nacional Africano, decide imponer nuevos métodos de trabajo que exigen, por ejemplo, la recuperación de la forma óptima aunque eso exija sacrificios como dejar de beber, llevar una alimentación equilibrada y practicar ejercicio a diario con abundantes y duras sesiones de natación. Por si fuera poco, las visitas al psicólogo también forma parte del tratamiento impuesto por el nuevo jefe. Y como único compañero en el que poder confiar, el agente Benny Griessel, joven, felizmente casado y, como su superior, con cierta querencia por la botella aunque, de momento, no le cause excesivos problemas. Todo se andará, desde luego.
No es el mejor escenario posible, desde luego, para tratar de dar caza a un atracador de bancos y a un asesino en serie mientras nos muestra las abiertas tensiones sociales y raciales (y, como también veremos cuando visitemos la siguiente ciudad, no solo entre blancos y negros sino entre blancos y blancos y entre negros y negros) que han provocado heridas que tardarán muchos años en cicatrizar.
Avanzamos un poco en el tiempo y, de paso, conocemos a uno de los personajes más sorprendentes de esta serie de novelas -aunque repetimos lo de la dificultad de hablar de las novelas de Meyer como algo dotado de continuidad si bien todas ellas compartan personajes-, un guerrero de la etnia xhosa, agente de la KGB y la Stasi que durante años se enfrentó al ignominioso régimen racista de su país: Thobela Mpayipheli.
Es Mpayipheli un hombre con abundante sangre en las manos aunque, paradójicamente, no se le pueda calificar de asesino sanguinario sino de vengador solitario con ansias de alcanzar una vida con un razonable grado de libertad y serenidad. Un hombre que, a lomos de su moto de gran cilindrada -una BMW R1150 GS de color naranja-, nos llevará por el interior de un país que, como decíamos antes, deberá dejar pasar mucho tiempo hasta que las diferencias raciales se vayan difuminando, si bien algún “logro” se puede observar en ese sentido: como se dice en algún momento, “el país ya no se divide por razas sino por clases”. Como en el resto del mundo civilizado, vaya.
Pero si en El corazón del cazador podemos observar en el guerrero xhosa su carácter vengativo, éste alcanzará su máxima expresión en la última de las novelas de que disponemos en español, El pico del diablo, en la que Mpayipelhi, a raíz de la muerte de su hijo adoptivo en el transcurso de un atraco a una gasolinera, se convertirá en la pesadilla de quienes tienen por hábito abusar de un modo u otro de los menores de edad. Y en ese proceso, curiosamente, sus pasos se cruzarán con los de un tal Benny Griessel, quien una década después de su aparición en escena es un inspector alcohólico a quien su mujer, harta de soportar sus violentos arranques, ha puesto en la calle con una simple maleta en la mano. Por cierto, su superior sigue siendo Mat Joubert, ahora superintendente y felizmente rehabilitado de su alcoholismo.
Tal vez sea esta la mejor de las tres novelas de Meyer, con tres personajes -Mpayipheli, Griessel y Christine, una prostituta de vida razonablemente estable para la que empiezan los problemas cuando en su vida se cruza un celoso narcotraficante sudamericano- que comparten protagonismo en pie de igualdad, cada uno de ellos con su propia trama por vivir si bien las tres confluirán en uno de los desenlaces que deberían ser objeto de estudio cuando tratamos de comprender qué es esto de la novela negra.
Fascinantes historias, fascinante y complejo país del que gracias a Meyer podemos vislumbrar cómo fueron los inicios de una nueva época en la que negros y blancos, cafres y zulúes, ingleses y bóeres, comenzaron a convivir más o menos en paz gracias a los esfuerzos impagables de un hombre llamado Mandela. Claro que, si lo que quieren ustedes saber es cómo era Sudáfrica antes de que el régimen racista se derrumbase, no les quedará más remedio que acompañarnos en la siguiente etapa de nuestro viaje.
Nos vemos en Trekkesburg.
Ruta completa: Ciudad del Cabo – Trekkesburg – Gaborone – Bamako – Dakar