Crucero mediterráneo: Cagliari

Por Ricardo Bosque, Jokin Ibáñez y Jesús Lens

En Marsella decidimos tomar un ferry que nos deje en Porto Torres, al norte de la isla de Cerdeña, pero un amable empleado de la Oficina de Turismo nos indica que el servicio se suprimió hace ya algunos años; podemos viajar, sin embargo, en un vuelo directo de Ryanair que -si lleva suficiente combustible- nos dejará en Cagliari en hora y media.

Lástima, no tenemos ninguna prisa y preferíamos salir de Marsella en barco, como debe ser. Además, la idea era, una vez en Porto Torres, alquilar un coche y viajar por las montañas sardas para, antes de llegar a Cagliari, hacer una parada en Abinei.

Abinei es un pequeño y curioso pueblecito de tan solo 164 habitantes. Siempre 164 habitantes, ni uno más ni uno menos, o al menos así era a finales del siglo XIX, cuando Pierluigi Dehonis, médico del lugar, requirió los servicios de su colega Efisio Marini para resolver ciertas dudas acerca de la muerte en circunstancias confusas de una feligresa de la localidad. Marini confirmó las sospechas de Dehonis: la mujer había muerto como consecuencia de la ingesta de una hostia envenenada. Como quiera que en la misma fecha había nacido en Abinei una nueva criatura, la muerte de la vieja restablecía el equilibrio divino que siempre se había mantenido en el censo municipal.

Estamos, no lo habíamos aclarado todavía, en la Cerdeña que el escritor Giorgio Todde describe en las cuatro novelas –El estado de las almas, Miedo y carne, La mirada letal e Y qué amor no cambia, todas ellas editadas en España por Siruela- en las que toma como protagonista a un personaje real, Efisio Marini, médico embalsamador que nació en 1835 en Cagliari y murió 65 años más tarde en Nápoles.

Efisio Marini. Profesión: sus petrificaciones

Marini, hijo de una familia de comerciantes, estudió medicina y pasó a la historia por sus investigaciones en la conservación de cadáveres -o partes de ellos- mediante un procedimiento de petrificación similar al que la naturaleza utiliza para convertir animales y plantas en fósiles. Podríamos decir que su obsesión fue siempre aplazar la muerte o, al menos, sus destructivos efectos en la carne, lo que despertó las burlas de sus coetáneos, tal vez movidos por el miedo o la superstición, algo bastante comprensible cuando hablamos de una sociedad eminentemente rural, una sociedad integrada por tres razas que conviven como pueden, habitualmente recluida en su propio gueto cada una de ellas.

Prerromanos pálidos, con la cabeza grande, las manos peludas y los fémures cortos adaptados a las cuestas en espiral de la ciudad; árabes con pómulos y rizos procedentes de las costas africanas de las que sienten una nostalgia de sangre. Apartada, una raza poco numerosa, clara y civilizada, rubia incluso, aunque chamuscada por el calor meridional.

Estas tres razas no se mezclan y cada noche vuelven a sus propios barrios, que la ley ha seprado con muros y puertas para conservar distintas especies arrabaleras que dejen la huella de sus propios genes en los trajes también, en los alimentos, en las casas y en el trabajo.

Sin embargo, la superstición y el miedo no son exclusivos de esos pequeños pueblos del interior sino que se extienden hasta la propia capital de la isla. Una capital, todo hay que decirlo, que apenas contaba con 40.000 habitantes en 1861. Un pueblo grande, entonces.

Una ciudad agrietada por el calor del desierto y aliviada de vez en cuando por el viento del norte. Una ciudad que es réplica de las del norte de África, de las que simplemente la separa el mar, ese mar del que llega todo a la isla, el alimento y la muerte.

Es una ciudad de temerosos. No son capaces de oponerse a nada. No hay raza marinera y no hay raza de tierra. Quisieran comer flores de loto y camarones rosas haciendo votos para que en el horizonte no aparezcan jamás las velas de los extranjeros.

Efisio Marini murió en Nápoles en septiembre de 1900, rodeado de un ambiente de decadencia melancólica, como describió uno de sus sobrinos tras visitarlo poco antes de fallecer. Pero en Cagliari siempre se le recordará, porque la huella que dejó la isla en sus sesenta y cinco años de vida fue ciertamente profunda.

Y si a finales del siglo XIX la capital de Cerdeña no pasaba de ser una población que rondaba los 40.000 habitantes, cien años después nos encontramos con una ciudad habitada por cerca de 200.000 almas, casi medio millón si incluimos su área metropolitana. Esa es la Cagliari en la que vive Massimo Carlotto, un tipo con una biografía ciertamente curiosa. Nacido en Padua en 1956 y residente en la actualidad en Cagliari, fue acusado en 1976 del asesinato de una mujer del que él fue el único testigo. Tras pasar seis años en la cárcel, estuvo otros cinco fugado por distintos países europeos, entre ellos España. Fue en 1993 cuando el Presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro le concedió el indulto y su fuga quedó reflejada en una novela autobiográfica publicada en 1995, «Il fuggiasco», llevada al cine en 2003 por Andrea Manni.

De su mano han salido estupendas novelas, entre ellas las que componen la serie también con tintes autobiográficos protagonizada por Marco Buratti, más conocido como El Caimán por su pasado como cantante de un grupo de blues, los Old Red Alligators. Tras una estancia de siete años en prisión, que podían haberse visto reducidos en caso de firmar ciertas actas y reconocer algunas caras, algo que prefirió no hacer, Buratti trabaja actualmente como detective, realizando investigaciones para toda la gente legal que necesita entrar en contacto con los bajos fondos. Bebe calvados -el único recuerdo que le queda de una novia francesa que tuvo- y nadie sabe dónde vive aunque cualquiera que haya oído hablar de él sabe cómo encontrarle: en cualquier club en el que toque una buena banda de blues.

En su primer caso –La verdad del Caimán– Marco Buratti ponía patas arriba su ciudad natal, Padua, circunstancia que le aconsejó un cambio de aires. Y nada mejor para ello que aceptar la invitación que un desconocido y aficionado al blues como él le hace para visitar Cerdeña, isla en la que deberá resolver el desafío que se le plantea en El misterio del Mangiabarche.

Massimo Carlotto

Diez años atrás, tres abogados sardos fueron acusados de homicidio y tráfico de drogas. Después de dos años de cárcel quedaron en libertad al no poder ser declarados culpables. Ahora, por la isla se comenta que alguien ha visto vivo hombre que presuntamente habían asesinado los abogados, Giampaolo Siddi, otro colega con contactos en el mundo del contrabando. Marco Buratti recibe de los tres abogados el encargo de averiguar si es cierto que Siddi continúa vivo, quién les implicó a ellos en la desaparición o muerte de aquel individuo y por qué razón fueron acusados precisamente ellos tres.

Para su trabajo, Caimán contará con la colaboración de su inseparable amigo Beniamino Rossini, un hampón milanés de la vieja escuela al que teníamos la suerte de conocer en la primera entrega de la saga, un hombre íntegro a su estilo y tremendamente respetuoso con el código ético que ha imperado en su profesión desde siempre. Para completar una peculiar Santísima Trinidad que nos conducirá durante casi trescientas páginas por cada rincón de Cagliari, por el resto de Cerdeña y por la vecina Córcega, Buratti y Rossini disfrutarán de la ayuda de un delincuente local: Marlon Brundu (sic), ladrón de primera nacido cuando se estrenaba Salvaje, que monta una Ducati doscientos cincuenta de color amarillo y negro y viste una cazadora de cuero con la leyenda Black Rebels a la espalda. Un trío perfecto para llevar a cabo una investigación discreta.

Un trío que nos ayudará a conocer una ciudad muy diferente a aquella en la que vivió Efisio Marini. Una ciudad que ya no huele a pescado asado sino a humo de cigarrillos, el que llena las decenas de tugurios que podremos visitar; una ciudad con fuerte regusto a calvados y otras bebidas igualmente espirituosas; y una ciudad que suena a blues, al mejor blues que disfrutaremos en cualquiera de esos tugurios que huelen a humo y saben a licor de alta graduación.

El Caimán, como su creador, como usted mismo al leer esta guía criminal, es un auténtico trotamundos. Por eso sus tres siguientes casos -por desgracia, todavía no editados en España- tienen lugar en otras ciudades que, probablemente, visitaremos en las próximas páginas de este libro, aunque tal vez lo hagamos de la mano de otros personajes que las han hecho célebres para los amantes del género negro. De momento, viajaremos a una localidad imaginaria que, de tan bien descrita como está en las novelas para las que ha servido de escenario, se ha convertido en algo real como la vida misma.

¿Nos acompañan a Vigàta?

Ruta completa: París – Marsella – Cagliari – Vigàta – Florencia – Milán – Venecia – Atenas – Estambul – Argel – Tánger

 

2 comentarios en “Crucero mediterráneo: Cagliari

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