Por Ricardo Bosque, Jokin Ibáñez y Jesús Lens
Si bien nuestro criminal viaje se está desarrollando hasta el momento por ciudades de carne y hueso, hay algunas imaginarias, construidas exclusivamente sobre el papel que, por fuerza, merecen una visita. Es el caso del St. Mary Mead de la señorita Marple, de Isola, de Poisonville -localidad ésta que, si apareciese en los mapas, debería ser lugar de peregrinación por tratarse de la cuna del género negro- o de Santa Teresa, ciudad inventada en 1949 por Ross Macdonald y recorrida en primer lugar por su detective Lew Archer, pero en la que contaremos con la detective Kinsey Millhone como guía de excepción. Como también viajamos en su día a la sudafricana Trekkesburg, lugar de trabajo de una de las parejas clásicas cuando hablamos de detectives: el teniente blanco Kramer y su sargento negro Zondi.
Todas ellas han sido o serán visitadas en esta guía, pero ahora nos encontramos de crucero por el Mediterráneo y lo que se impone es hacer escala en la más famosa de las localidades sicilianas cuando hablamos de crímenes en papel. Nos referimos, evidentemente, a la camilleriana Vigàta, residencia habitual del comisario Salvo Montalbano.
Y es que tan bien descrita está la ciudad y su entorno en las novelas de Camilleri que muchos lectores habrán sentido la tentación de localizarla en el mapa. Craso error, pues ni utilizando las tecnologías más avanzadas -véase por ejemplo ese Google Earth que todo lo encuentra- conseguiremos éxito en esa búsqueda.
Sin embargo, si introducimos en dicha herramienta el término “Donnalucata”, la máquina nos conducirá a un punto al sureste de la isla, y ahí sí reconoceremos los lugares tantas veces leídos en las investigaciones de Montalbano, si bien los baños matinales a los que tan aficionado es el comisario Montalbano tengan lugar en la cercana playa de Punta Secca de Marina di Ragusa y no en la Marinella, y para comprar esos cannoli que ya hemos aprendido a apreciar tengamos que desplazarnos unos cuantos kilómetros al noroeste hasta llegar al café Albanese, en el centro de Porto Empedocle -ciudad natal de Andrea Camilleri- en la provincia de Agrigento. Tampoco encontraremos, por mucho empeño que pongamos, la localidad de Montelusa, pero sí Ragusa, la capital de la provincia de su mismo nombre y en cuyo entorno se desarrollan buena parte de las investigaciones del siciliano.
Una ciudad y un entorno difícil de describir en pocos párrafos, porque la Vigàta de Montalbano es una mezcla de ficción y realidad, una sucesión de escenarios inventados y otros existentes, un reflejo del paisaje y -sobre todo- del paisanaje de la isla mediterránea. Un paisaje y un paisanaje que hemos conocido gracias la casi treintena de libros -entre novelas y colecciones de relatos- protagonizados por este comisario que tenía 45 años cuando comenzó a hacernos disfrutar con sus historias llenas de muertos pero sobre todo de vida.
Gracias a Montalbano hemos ido adquiriendo con el paso de los años unos amplios conocimientos de geografía siciliana, sobre todo de la mitad oriental de la isla, desde Tindari, enclave arqueológico del norte al que iremos de excursión en un autocar lleno de jubilados (aprovecharemos para visitar igualmente el templo de la Madonna Nera, una suerte de Moreneta a la siciliana) a Sampieri en el sur, en cuyas aguas aparecerá el primer cadáver al que se enfrentará el comisario en su dilatada carrera literaria.
También hemos aprendido un poco sobre el movimiento e intensidad de las mareas que mecen y azotan la isla. Y un mucho, por qué no decirlo, de gastronomía: si de nosotros dependiera, la hostería San Calogero y la trattoría de Enzo serían merecedoras, como mínimo, de un par de estrellas Michelin, ganadas a pulso con sus pulpitos, sus lubinas, sus salmonetes, su pan con ajo y aceite… En cuanto a Adelina, la imprescindible asistenta que atiende a diario el estómago de Montalbano, haríamos lo imposible por conseguirle un espacio diario de cocina en las televisiones locales, TeleVigàta o ReteLibera: solo por sus arancini y la internacionalmente reconocida caponatina ya lo merece.
Pero en algunas guías consultadas para la ocasión hemos leído que lo mejor de Sicilia son sus gentes. Tal vez por eso sean los personajes lo más destacado de las novelas protagonizadas por Montalbano, individuos siempre apasionados, a veces descreídos, inevitablemente gentes de honor con un pronunciado sentido de la integridad como estandarte, incluidos los capos mafiosos que de vez en cuando hacen acto de presencia en la vida del comisario. Mejor dicho: especialmente los capos mafiosos que de vez en cuando hacen acto de presencia en la vida del comisario.
Aunque no sea hombre proclive a las ataduras -más bien le podríamos encuadrar entre los clásicos solitarios-, Montalbano es siempre fiel al equipo que le acompaña en sus investigaciones, desde ese Mimì Augello al que trata como si fuera de la familia -para bien y para mal- al siempre enfadado forense Pasquano, o desde sus inspectores Fazio y Gallo al agente Galluzzo. Y Catarella… Ah, Catarè, ese telefonista para quien no se nos ocurre mejor calificativo que «inefable» en el estricto sentido que le da al adjetivo la primera acepción del diccionario de la Real Academia Española: «que no se puede explicar con palabras». Catarè sí se puede explicar con palabras, otra cosa muy distinta es que éstas no produzcan en sus interlocutores nada más que un absoluto estupor.
También es fiel, a su manera, a las mujeres que le rodean, llegando al extremo de la adoración incuestionable hacia Adelì, la asistenta a quien ya hemos hecho referencia anteriormente. Más liberal es su concepto de la fidelidad si hablamos de la eterna relación, del noviazgo inacabable, que mantiene con Livia, de quien la separa la distancia que hay entre Vigàta y Génova -lugar de residencia de la mujer- amén de la concepción que ambos tienen acerca de palabras o expresiones como «proyecto común», «vida en pareja» o, simplemente, «compromiso». En estos aspectos tal vez el comisario se sienta más unido a Ingrid Sjostrom, la sueca liberada, la mujer de rompe y rasga que hace más llevadera su separación física de la mujer con la que, tal vez, algún día decida sentar cabeza.
Pero si algo tenemos que destacar de Montalbano es su compromiso con las causas perdidas, su distanciamiento respecto a quienes ostentan el poder -político, judicial, económico o mediático- y su facilidad para sentir empatía con quienes más dificultades atraviesan, con los más desamparados, tratándose de la única persona capaz de meterse, por ejemplo, en la mente de un niño cuyo único delito es el de robar meriendas en un parque público. Y desamparados y oprimidos y desgraciados es algo que lamentablemente abunda demasiado en una isla cien veces invadida y en la actualidad una de las cabezas de puente para los miles de inmigrantes africanos que a diario se juegan la vida tratando de alcanzar otra mejor y que se convierten en noticia no de imaginarias televisiones sicilianas -esas TeleVigàta o ReteLibera de las que ya casi conocemos toda la parrilla de programación- sino de los telediarios que vemos cómodamente sentados en los sofás de nuestros salones.
Y esa capacidad para ponerse del lado de los más débiles es algo en lo que -curiosamente- se parece a su colega nórdico Kurt Wallander, de quien le separa, además de la distancia física, todo lo demás: su irónico sentido del humor, su capacidad para gozar -en la medida de lo posible- de la vida, la gastronomía de la que disfruta uno y padece el otro… Cosas que, suponemos, van asociadas a una climatología agradable.
Porque, qué quieren que les digamos, en un futuro más o menos cercano podemos imaginarnos al sueco jubilado en un pueblecito siciliano -o canario, balear o mozambiqueño-, pero dudamos mucho que Montalbano se resignase a pasar los últimos años de su vida en las desapacibles llanuras de Ystad. ¿Dónde iba a darse entonces sus matutinos baños? ¿A orillas del gélido Báltico?
Ruta completa: París – Marsella – Cagliari – Vigàta – Florencia – Milán – Venecia – Atenas – Estambul – Argel – Tánger
Es un placer leer este texto poco antes de empezar la última historia de Montalbano
Nos alegramos de que te haya gustado, José Antonio
estaria bien organizar una visita comentada por la tierra de Camilleri ( i sus restaurantes )
aureli