Crucero mediterráneo: Tánger

Por Ricardo Bosque, Jokin Ibáñez y Jesús Lens

A Tánger se llega cómoda y confortablemente en barco, en cualquiera de esos grandes transbordadores que, en apenas media hora, cruzan los catorce kilómetros que separan Algeciras o Tarifa de la ciudad norteafricana.

Cómoda y confortablemente… siempre que seas un viajero occidental, con los papeles en regla, que decide pasar un fin de semana, un puente o unas vacaciones en la exótica África. Porque el viaje, a la inversa, es otra cosa. Otra cosa muy diferente.

Jon Arretxe

Jon Arretxe

Y justo así hace su aparición en escena el protagonista de “Sueños de Tánger”, de Jon Arretxe: bajándose de un barco y cruzando el puerto para dirigirse a pie a la medina, en una desapacible noche de invierno.

“Tan pronto como los viajeros atravesaran la verja metálica (el grupo de hombres apostados junto a la salida, al acecho, como alimañas nocturnas) se abalanzarían sobre ellos, escogiendo en especial a los de aspecto europeo: Bienvenido a Tánger, amigo; Bienvenu à Tanger, mon ami; Welcome to Tanger, my friend…

Tras pegarse como lapas a los indefensos visitantes, seguirían el protocolo habitual. En primer lugar, habrían de atinar con la nacionalidad del “afortunado” elegido… La siguiente fase se centraría en conducir a la víctima hasta el hotel donde el embaucador solía recibir una comisión por cada cliente nuevo conseguido. Eso se lograba de manera excepcional, de modo que, normalmente, era necesario continuar con un tercer paso: ofrecer un hachís “de la mejor calidad”. Y si eso tampoco funcionara, siempre se podría recurrir al lamento por las desdichas familiares y la pobreza en Marruecos para al menos intentar llevarse alguna moneda suelta.”

Así cuenta Arretxe cómo se arriba a Tánger, lo que se conoce como Efecto-Frontón: un pulcro ciudadano de la Unión Europea que, de repente, se encuentra rodeado por un enjambre de vendedores, falsos guías, camellos, acomodadores y supuestos relaciones públicas de los garitos, restaurantes y hoteles de la ciudad.

A los pocos minutos, el visitante, agobiado, invadida su proxémica y asqueado; ahíto de exotismo y aventuras, se volvía al puerto, pedía un billete para el siguiente barco de vuelta a España y hasta nunca jamás. Si te he visto, si te he visitado, no quiero volver ni a acordarme.

Efecto Frontón.

Pero el protagonista de “Sueños de Tánger” no se arredrará ante la situación. De hecho, aunque viste como un occidental de posición desahogada, es de inequívoco origen magrebí y tiene una misión que cumplir. Un contrato que ejecutar.

Ciudadela de Tánger

Ciudadela de Tánger

Tras zafarse del acoso de los “amigos”, durante su deambular por la ciudadela antigua de Tánger se cruzará con Fátima. Y ella, a su vez, con Moussa. Porque “Sueños de Tánger”, en realidad, empieza en el Malí. Pero esa es otra historia. Y muy bien contada en el libro, por cierto.

Todos los personajes que Arretxe recrea en su novela acaban interaccionando entre ellos, al modo de las películas de Iñárritu; un efecto mariposa llevado a un Tánger que, desde las páginas del libro, exuda realismo, hasta el punto de que mientras se lee, dan inequívocas ganas de coger un ferry y cruzar el Estrecho, sentarse en la terraza del Café Europa o en el Tingis, en el Petit Zoco, y ambientar la lectura.

Uno de los puntos fuertes de Arretxe es, precisamente la ambientación. Y por eso sus novelas son tan bien recibidas. Porque son como él: naturales, sencillas, concretas, cortas y escuetas. Novelas que, como “Shamarán”, van al grano, sin meandros ni circunloquios. Jon, en fin, es un viajero empedernido. Tanto que escribe sus novelas en los lugares en que sitúa la acción y describe a los personajes que ve desde las atalayas que utiliza como punto de avistamiento, reproduce diálogos, recrea los ambientes…

En el caso de Tánger, lo borda. Tánger, una de las ciudades más encantadoramente decadentes del mundo, con su mezcla de postcolonialismo mal asimilado, ciudad fronteriza, puente entre África y Europa y sociedad cada vez más islamizada. La patria chica de Paul y Jane Bowles tiene un pie en el pasado y otro en el presente. El futuro, sin embargo, no es más que una nebulosa, una sombra improbable, casi imposible.

Café Tingis, Tánger

Café Tingis, Tánger

Como Mohamed Chukri escribe en “Rostros, amores, maldiciones”, una galería de retratos de gentes de la ciudad del norte de Marruecos, protagonizada mayoritariamente por putas, jugadores, ladrones, borrachos, drogadictos y otras gentes del mal vivir: “pensé que Tánger hoy día inspira el suicidio a quién no puede dejarla. Ha perdido todo lo que era legendario y bello en ella.”

Y es que el cronista de los bajos fondos de la ciudad no esconde lo mucho de contradictorio que hay en ella: “La propia noche de Tánger, que hasta hace poco conservaba algo de su juventud y de su belleza, hoy se ha convertido en una vieja decrépita, obesa, repugnante y cubierta de mierda. Sé que se libra de las acusaciones dirigidas contra ella, de las sospechas que despierta. Sé que ampara los crímenes, que es su cómplice, y, a pesar de todo, nunca estaré en contra de ella.”

Una ciudad en la que confluyen y se estrellan los sueños de cientos de miles de personas que, como el Moussa de “Sueños de Tánger”, quieren viajar a España para disfrutar de su parte del pastel del sueño europeo y que dejó su Malí natal para embarcarse en una aventura tan supuestamente esperanzadora como realmente improbable.

O como Jalid y Hamed, protagonistas de una novela fundacional, “Harraga”, el deslumbrante debut literario de un autor, Antonio Lozano, dotado de una extraordinaria sensibilidad para contar la historia de la inmigración de los países africanos hacia Europa, posiblemente, la más desmesurada y abisal aventura humana de los últimos veinte o treinta años.

Harraga es el término con que se designa en Marruecos a quienes, como paso previo a cruzar el Estrecho, queman sus papeles para salir del país sin dejar rastro, convirtiéndose así en los tristemente famosos «indocumentados» e «ilegales». A través de los mencionados Jalid y Hamed, jóvenes, valientes, deslumbrados por el paraíso europeo; descubrimos el turbio y oscuro mundo del contrabando de seres humanos y de las mafias que trafican con las ilusiones de miles y miles de familias.

Antonio Lozano, autor de la imprescindible "Harraga"

Antonio Lozano, autor de la imprescindible «Harraga»

En la novela de Lozano están los niños de la calle y nos topamos con los siniestros integristas islámicos que consiguen capitalizar los sentimientos de decepción, angustia y precariedad provocados por la miseria en que viven cientos de miles de personas. Así, también asistimos a la virulenta dialéctica que se da en el Marruecos del siglo XXI entre tradición, religión y familia por un lado; y modernidad, hedonismo e individualismo por otro.

Con un estilo sobrio, seco y conciso, en la mejor tradición de la más ácida y comprometida novela negra, Antonio Lozano hará cruzar la frontera de Algeciras a sus protagonistas, cargados de hachís. Les hará sentir, primero, el terror ante el registro y, después, la intensa euforia al no ser descubiertos. Entonces se sienten los reyes del mundo, sentados en la terraza de su casa del Albaycín, frente a esa Alhambra que construyeron sus antepasados para solaz de los valientes que tienen los arrestos necesarios para dar el paso que separa la miseria, la cobardía y la resignación de la riqueza, el lujo y el poder.

Pero el hachís no es nada. Porque el dinero de verdad, lo que les hará definitivamente ricos, lo va a proporcionar otra mercancía mucho más valiosa: la carne humana.

Y ahí veremos cómo los personajes mueven sus contactos y van consiguiendo reclutadores de otros harragas, ilusos y esperanzados. Hablan con los patrones de los barcos, conciertan citas en cafetines escondidos en lo más intrincado de la medina tangerina, untan a los funcionarios para que hagan la vista gorda y, en fin, ponen la máquina en funcionamiento. Y todo va bien hasta que algo se tuerce. Siempre se tuerce algo para los que no están cómodamente sentados en un despacho, haciendo la vista gorda y extendiendo la mano para cobrar por su ceguera. Y entonces corre la sangre…

En otras de sus novelas, como en “Donde mueren los ríos”, Antonio Lozano seguirá narrando el drama de la inmigración, poniendo rostro, nombre y emoción a esos miles de personas anónimas que descansan en el fondo del mar Mediterráneo y del océano Atlántico. Personas que, desde los cafés situados en la parte alta de Tánger, se asoman al mar y tienen, casi a tiro a piedra, esa Europa que tanto promete y tan poco da.

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Personas como el protagonista de la novela “Veintidós peldaños”, escrita por Roger Mimó y publicada por la editorial Almed. Una novela que lleva como subtítulo “Memorias de un terrorista islamista” y en la que los escalones referidos son todos y cada uno de los estadios por los que pasa un muchacho tan brutote como noble, nacido en una zona de Marruecos, hasta verse convertido en una bomba de relojería a punto de estallar.
Con un tema como éste, el lector puede pensar que se corre un riesgo, sobre todo después de haber leído las novelas de Yasmina Khadra: que el descenso al abismo del terrorismo islamista al que nos invita Mimó suene a conocido. Peor aún, a repetido.

Pero no. En absoluto. No hay que tener el más mínimo de los recelos y cualquier atisbo de duda se disipa prácticamente desde que comienzas una lectura absolutamente recomendable, necesaria y esencial para saber muchas de las cosas que pasan ahí abajo, ahí al lado, en un país del que somos vecinos y con el que estamos felizmente condenados a entendernos.

¿Hay religión en la conversión del protagonista de la novela? Sí, claro. Pero mucha menos de la que te puedas imaginar. Y, desde luego, no del tipo que cabría pensar, con gurús en plan santones discursivos y cosas así. Porque para que un chaval normal y corriente decida convertirse en un asesino en masa, la religión tiene que venir acompañada de más cosas. De muchas más cosas.

De una situación económica complicada, por ejemplo. De un entorno familiar que tampoco es fácil. De una sociedad opresiva. De unas expectativas demasiado altas. De una realidad más dura aún. De los sueños que se rompen. De los sueños que nos roban. De los sueños que, al final, se convierten en pesadillas.

“Veintidós peldaños se lee a la velocidad de un huracán y una vez que se pasa las primeras páginas y se sube el primer peldaño, ya no se puede dejar de ascender hasta alcanzar el veintidós, el más alto y definitivo. Sin hacer un alto en el camino, sin buscar un rellano en el que coger aliento. ¡Todo hacia arriba!

Ruta completa: París – Marsella – Cagliari – Vigàta – Florencia – Milán – Venecia – Atenas – Estambul – ArgelTánger

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