«Lasa y Zabala», por José Luis Muñoz

Lasa_y_Zabala-536801657-largeJosé Luis Muñoz

Lo mejor que se puede decir de Lasa y Zabala, la película del donostiarra Pablo Malo (La sombra de nadie y Frío sol de invierno) es que es necesaria para ajustar cuentas con uno de los períodos más oscuros de nuestra historia contemporánea; lo peor, que su factura sea tan televisiva.

Lasa y Zabala es de esas películas que golpean por la dureza insoportable de algunas de sus escenas que recuerdan a las de El crimen de Cuenca de Pilar Miró. Hablada en euskera y dirigida con academicismo por Pablo Malo, la recreación del secuestro, tortura y asesinato de los dos militantes abertzales apresados por el GAL en Bayona, y el posterior juicio para esclarecer los hechos, estremece al mismo tiempo que avergüenza. Con los mimbres del cine negro y de denuncia social y política, el director pone el dedo en la llaga sobre la brutalidad e impunidad con que actúan las fuerzas de seguridad del estado que se saltan las leyes que están obligadas defender cuando emplean la guerra sucia. Todo lo que Pablo Malo retrata en la película sucedió en un periodo vergonzoso de nuestra democracia, cuando el gobierno de Felipe González autorizó operaciones ilegales y criminales al general Galindo, comandante del siniestro cuartel de Intxaurrondo, para que actuara en los santuarios que tenían en Francia los terroristas vascos. En sus investigaciones Baltasar Garzón se quedó a dos pasos de despejar la X del organigrama criminal del GAL, un batiburrillo de agentes de los cuerpos policiales y mafiosos franceses, que apuntaba al mismísimo presidente del gobierno. Rafael Vera y José Barrionuevo pagaron por él. No se depuraron todas las responsabilidades y los sentenciados por esos brutales asesinatos no cumplieron ni la décima parte de sus condenas: una vergüenza. Pero Lasa y Zabala, la película, no puede huir del maniqueísmo, o no quiere, y se posiciona con claridad a un lado del conflicto vasco: presenta a los etarras como unos angelitos, incluso físicamente, y a los guardias civiles como unos repugnantes sicarios sanguinarios. Repugnantes sicarios los hubo en ambas lados, pero en el parte de bajas inocentes ETA ganó por goleada, lo que no exonera la guerra sucia, sino todo lo contrario.

En el plano cinematográfico entran las pegas. Los actores que interpretan al abogado Iñigo Iruin (Unax Ugalde), al guardia civil Felipe Bayo (Oriol Vila) y Enrique Dorado (Enric Sales), al general Galindo (Francesc Orella pronuncia sin convicción en su juicio su famosa frase sobre la conquista de América), Lasa (Jon Anza) y Zabala (Cristian Mercha) no pueden disimular su extracción televisiva y no son capaces de meterse en sus papeles. La filmación es muy académica, como si de una recreación histórica de la BBC se tratara. Falta garra a un film que no escatima violencia y resulta muy plano para ser capaz de emocionar.

Recomiendo a su director Pablo Malo que envíe una copia de la película al expresidente del gobierno Felipe González que seguro se lo agradecerá, y si puede dormir a pierna suelta después de haberla visionado por la noche refrendará lo que opino de él.

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