Noir: el género visto desde fuera
Me permitirá el lector que comience con una anécdota que he contado en alguna que otra ocasión pero que hasta ahora no había puesto por escrito: hace ya más de un lustro, el escritor Mariano Sánchez Soler coordinó una antología de relatos de género policíaco y de autores primerizos que llevó por título Cosecha negra, y entre los cuentos allí recogidos se encontraban “La hora de la siesta” de Claudio Cerdán y “No parpadees” del que esto firma. Demostrando su buen ojo en esto del oficio de escribir, el compilador supo ver las excelencias del primero, que siempre destacó como uno de los relatos más conseguidos, si no el que más, del volumen. Posteriormente, su entonces prometedor y novel autor publicaría El país de los ciegos, nominada recientemente como mejor primera novela negra en la Semana Negra de Gijón y flamante Premio Novelpol al mejor libro del género del año pasado. En cuanto al cuento de un servidor, Sánchez Soler destacó principalmente su carácter heterodoxo: y, en efecto, “No parpadees” era más un homenaje a determinadas filias personales (el cine negro en general, Robert Mitchum en particular) y un juego cómplice para con el lector que un relato policíaco per se… aunque no faltaran en él elementos icónicos del género como un investigador privado, un asesinato por resolver y varios sospechosos.
Vaya esto por delante, además de porque nunca pierdo la ocasión ni de recomendar la estupenda novela de mi compañero de generación ni de hacer publicidad gratuita de uno de mis escasos libros, para que se entienda que no me ha disgustado la manera en la que el escritor estadounidense Robert Coover se ha acercado al género en esta su última novela: Noir. Tampoco me ha pillado por sorpresa, teniendo en cuenta que ya había leído algunas obras suyas como el libro de relatos El hurgón mágico o su particular revisitación de los cuentos populares infantiles, la sorprendente Zarzarrosa. Coover siempre ha sido un ejemplo paradigmático de eso que se ha venido a llamar literatura postmoderna; o lo que es lo mismo pero resumido y simplificado: una literatura plenamente autoconsciente y a rebufo de todo lo que se ha escrito antes, proclive a cultivar el metalenguaje, construir homenajes a la tradición en la que se inscribe y mostrar el andamiaje, hasta entonces oculto, que hay detrás de la fachada del artefacto literario.
Así pues, y como aquel relato que escribió un servidor años ha, Noir incluye “un investigador privado, un asesinato por resolver y varios sospechosos”. De hecho, un breve resumen de su argumento da a entender (erróneamente) que nos encontramos ante una novela policíaca como cualquier otra: un investigador privado es contratado por una viuda que sospecha que el suicidio de su marido no es tal, sino un asesinato detrás del que se encontraría un conocido delincuente; la investigación se complica cuando la propia viuda también aparece muerta… Hasta aquí nada novedoso, pero el autor enseguida da pistas de que está lejos de querer jugar al juego que se establece habitualmente entre escritor y lector de una novela policíaca al uso, y deja bien claro que su juego es otro muy distinto: y lo hace ya desde el mismo título, que podría dar a entender que Coover viene a sentar cátedra pretendiendo escribir la Gran Novela Negra de la historia de la literatura o, lo que es mucho peor, a mirar al género por encima del hombro. Enseguida descubriremos que no hay diferencia alguna al respecto entre este Noir y la magistral (pero, esta sí, una novela negra como Hammett manda) Lennox de Craig Russell: no es sino el apellido del protagonista, Phil M. Noir, un detective como ordenan los cánones… si no fuera porque noir es negro en francés (y, por extensión, la etiqueta de origen galo del género), y su nombre de pila un homenaje inequívoco al Philip Marlowe de las novelas de Raymond Chandler.
Sigamos jugando al juego de Coover: el investigador no es el único de nombre revelador, pues también aparecen un policía llamado Blue, un camello de baja estofa al que conocen como Rats o una cantante de night club que responde al nombre de Flame, sin olvidar al encargado nocturno de la morgue, Gusano. Tampoco es esta la última osadía del autor: a la hora de elegir la persona verbal del narrador, lejos de optar por la tercera (la más convencional) o la primera (muy usual en el género que nos ocupa), elige una sorprendente segunda persona, dirigida al lector tanto como al propio investigador, subrayando así la identificación entre ambos como los agentes activos, cada uno en su plano correspondiente, del relato.
Dicho esto, a nadie sorprenderá que en esta ocasión descubrir la identidad del asesino sea lo de menos. Y bien es cierto que lo mismo se afirma de muchas novelas policíacas, aunque entonces el lector fiel que busque un whodunit, una novela enigma de las de toda la vida, hará bien en echarse las manos a la cabeza y desconfiar, al menos a priori, de la propuesta. Pero en este caso tal aseveración no solo es cierta, sino primordial: como decíamos, Coover –que además es profesor de escritura electrónica y experimental, así que háganse cargo– juega a otro juego, o si prefieren el símil deportivo, en una liga muy distinta. Y su intención no es sino mirar al noir desde fuera, homenajeando de paso a algunos clásicos literarios y cinematográficos del género (uno de los más brillantes, el realizado a La dama de Shanghai de Orson Welles y su célebre secuencia de los espejos), y desmontando la estructura que sustenta al relato detectivesco jugando con él y con todas y cada una de sus convenciones como un prestidigitador con su baraja de naipes. Para muestra un botón: en la última página del libro, el narrador (que muy bien podría ser el propio detective hablando consigo mismo) afirma: “Cuando trabajas en un caso, todos los desenlaces son posibles. Cuando lo acabas, nada podría haber ocurrido de otro modo”.
Por tanto, y esta vez más que nunca, la novela gustará según sea lo que busque el lector en ella: como novela negra, algo que en sentido estricto no lo es (o al menos no del todo) en la medida en que ni hay denuncia social ni tampoco se establece ese contrato entre escritor y lector que supone una intriga bien construida, fracasa estrepitosamente. Pero como literatura sin género para un lector audaz y exigente y escrita con un estilo de primera categoría, funciona. Y de qué manera. Además, por una vez, cuando la novela termina, y pese a su final abierto, el lector no sentirá la necesidad de preguntarse si esta es la primera entrega de una serie protagonizada por el investigador de turno. Y eso también es de agradecer.
Noir
Robert Coover Trad.: Benito Gómez Ibáñez
Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores
Aun siendo un lector fiel al «whodunit» uno tambien evoluciona…y me parece que los ingredientes que esta -estupenda- reseña desgranas componen un plato merecedor de ser degustado. Como unos chipirones en su tinta…negra por supuesto.