Reseña: «Malayerba», de Javier Valdez Cárdenas

malayerbaTeresa Suárez

Este libro es como un huevo Kinder: una llamativa cubierta para rodear esos apetitosos relatos que esconden en sus páginas sorpresas de alta calidad, sí, pero de un sabor tan fuerte, que su ingesta continuada produce en el organismo, más bien en el ánimo, un efecto demoledor rayano en la intolerancia.

Encabeza esta crónica negra la preciosa portada, en tono amarillo reseco, donde unos pies engrilletados, pero calzados con molonas botas cowboy acabadas en punta, simbolizan lo que el título esconde: por donde pisa el narco, cual caballo de Atila, solo vuelve a crecer la yerba mala, la Malayerba.

Le sigue un glosario animado que resume a la perfección el contenido de la obra: omnipresentes armas (colt de oro, Uzi, 9 mm, cuervo de chivo), imponentes camionetas que delata a sus ocupantes pese a sus cristales tintados (Cheyenne, Yip Cheroqui, Lobo Chevrolet), oficios como guarura (guardaespaldas) o tira (policía), posiciones en la escala social del crimen como morro buchón (se emplea en México para referirse de manera despectiva a jóvenes campesinos de Sinaloa que están involucrados en el negocio del tráfico de drogas), buchona (mujeres que disfrutan de toda clase de lujos y caprichos gracias al narcotráfico, bien porque se dedican a él, narcas, o porque se los proporcionan sus sanguinarios amantes) o placoso (algo así como un mafioso consagrado) y uniéndolo todo y a todos la calaca, la pelona, la muerte.

¡Escalofriante!

Malayerba narra el horror cotidiano al que se enfrentan personajes ficticios con un trasfondo de realidad desolador: cuentos reales del narco. Una NECROLOGÍA, con mayúsculas, en honor de todas las víctimas inocentes que el negocio de la droga y su cultura se ha llevado por delante.

Un valiente tratado sociológico, escrito sobre el terreno (Javier Valdez Cárdenas publicó originariamente estas crónicas de violencia y muerte en el semanario Ríodoce que él mismo fundó, junto a otros periodistas sinaloenses, en 2003), que explica los mecanismos a través de los cuales los habitantes del estado de Sinaloa, especialmente los de su capital Culiacán, interiorizan la barbarie, se adaptan a la violencia, asumen la impunidad y aprenden, por último, que la vida no vale nada.

¡Estremecedor!

De los siete apartados en que se divide esta obra, a cual más abrumador, dos me han resultado especialmente duros.

Los niños de la sal, el primero, porque habla, y no para, de la infancia rota (“Francisco tiene apenas cinco años (…) ya habla de heridas graves (…) Y eso que no ve películas violentas (…), que no tiene armas de juguete compradas por sus padres ni sabe leer. Pero si ve y oye: las fotos en los periódicos, las historias de los adultos sobre balaceras y muertos. Trae en su inocencia un lenguaje de muerte”), de la ingenuidad corrompida (“Vamos a ver un video divertido (…) Los niños hicieron bola en uno de los pasillos de la escuela. Hora de recreo (…) En el video, tres hombres le daban golpes a otro (…) Los agresores dejan de golpear al que estaba en el suelo (…) Sacan rifles y pistolas. Le disparan así, de cerquita (…) No se le ve la cara. Solo manchas rojas, afluentes que nacen de los orificios de bala. Los de las armas festejan. Los niños pierden el habla. La bola se desmorona”).

De placas y placosos, el quinto, porque priva de la confianza en la justicia y en la ley (“Todo en él era placoso: la camioneta, el cinto, las botas el pantalón, las cadenas y los anillos, la camisa. Y esa altanería que caracteriza a los que tienen dinero y poder. Y ese fue el error del policía: haberle marcado el alto para una revisión. En cuanto se bajó del coche empezó a imponer su poder (…) Agarró el teléfono (…) terminó de hablar y le pasó el celular. Era el comandante de la policía. No sabes con quien te metiste, déjalo ir inmediatamente (…) Vio partir la camioneta, y mientras más se alejaba más (…) se le amargaba el alma”), arrancando de cuajo toda posibilidad de esperanza.

Y si la esperanza es lo último que se pierde… ¿qué queda después?

Solo la yerba mala, la Malayerba, esa que se te va metiendo por las grietas que tu resistencia a tanto horror no alcanza a taponar.

¡Amarga lectura a fe mía!

 

Malayerba

Javier Valdez Cárdenas
Editorial Jus

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Un comentario en “Reseña: «Malayerba», de Javier Valdez Cárdenas

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