Novela: «Bajo la piel», de Susana Rodríguez Lezaun

bajo la pielTeresa Suárez

Sinopsis:

«No es fácil tratar con Marcela Pieldelobo. Nacida en Biescas, un pequeño pueblo del Pirineo aragonés, es desde hace una década inspectora del Cuerpo Nacional de Policía en Pamplona. Una mujer excesiva en sus costumbres y afectos, y también en el original tatuaje que se enrosca en su cuerpo y que apenas nadie conoce. Está convencida de que las órdenes son susceptibles de interpretación, que hay cosas que es necesario guardarse para uno mismo y que las puertas cerradas pueden dejar de estarlo si se sabe cómo abrirlas. Aunque no tengas una orden judicial. Ahora el pasado, en forma de un padre maltratador que reaparece tras la muerte de su madre, llama con furia a su puerta, pero Marcela tiene cosas más urgentes que atender, como el caso de un bebé abandonado en un aparcamiento solitario y un coche de alquiler siniestrado sin rastro del conductor, pero con manchas de sangre y huellas de rodadas… Cuando las pistas conducen a una conocida empresa propiedad de una de las más tradicionales e influyentes familias locales, sus superiores deciden apartarla del caso… Pero Marcela, fiel a sus principios y a su instinto, insiste en ir más allá, aun a costa, ahora, de su propia vida».

Quiero empezar haciendo un pequeño apunte, reflexión, o como gusten llamarlo, sobre un tema que se trata en la novela. En Bajo la piel. Aparecen dos casos de violencia de género. El primero con una víctima:

«- Inspectora- saludó el hombre con voz áspera-. La miró con sus ojos de borracho, apenas visibles bajo las enormes bolsas oscuras que los circundaban- ¿Sabe algo de mi niña? (…)

No hay noticias -respondió Marcela-. Le avisaremos si surge algo (…).

¿Le has dicho a ese cabrón donde estaba? (…)

Ha preguntado por ti -respondió con una sonrisa burlona en la boca-. Es un caso abierto, tiene derecho a preguntar.

¡No tiene derecho a nada! ¡Debería estar en la cárcel!»

Y el segundo con otra:

«Se sentó en la cocina y abrió los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, se obligó a mirar (…) Sentada en la cocina, cerro los ojos y miro a su padre. Siempre callado, con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón, refunfuñando y alejándose de ellos a la menor ocasión. Algunas noches volvía tarde. Entraba en casa canturreando por lo bajo, silbando y tropezándose con los muebles. Si todavía estaban levantados, su madre los enviaba de inmediato a sus habitaciones. -Vuestro padre ya ha vuelto a liarse con los compañeros de trabajo– solía decir con una sonrisa que hoy reconocía forzada».

Esto es lo que dice Miguel Lorente Acosta (Doctor en Medicina, Médico forense, profesor universitario, escritor y Delegado del Gobierno para la Violencia de Género entre 2008 y 2011):

«Las mismas normas sociales minimizan el daño producido y justifican la actuación violenta del marido. Se intenta explicar atribuyéndola a trastornos del marido o, incluso, de la mujer. Por mucho que el hombre tenga problemas de estrés, de alcohol, de personalidad, curiosamente la violencia sólo la ejerce sobre la mujer, no contra un conocido o amigo, y, por supuesto, nunca contra su jefe», Lorente Acosta Miguel, El agresor en la violencia de género. Consideraciones sobre su conducta y estrategias.

Y recalca:

«Por el contrario, el alcohol, tantas veces esgrimido como causante o precipitante del maltrato, ha sido eliminado como un factor etiológico directo de este tipo de violencia. Se ha comprobado que actúa de forma general como desinhibidor y de forma particular como excusa para el agresor y como elemento para justificar la conducta de este por parte de la víctima».

Sea en la ficción, en prensa digital, escrita o audiovisual, hay que dejar de excusar, justificar o simplemente atribuir al alcoholismo el comportamiento violento de los maltratadores. Es nuestra responsabilidad no perpetuar estereotipos que perjudican a las víctimas y benefician a los verdugos.

Dicho esto, que espero no se tome a mal la autora, vamos a escarbar Bajo la piel de esta policía tan insurrecta.

Con una personalidad muy definida, Marcela Pieldelobo nace, o al menos lo parece, con la intención de permanecer en el panorama literario. Conocedora de las reglas del juego y, después de unas cuantas novelas, ya curtida en esto de la escritura, Susana Rodríguez Lezaun no lo apuesta todo al negro, por eso Bajo la piel se bambolea entre lo que debería ser la vía principal, la bien planteada, aunque con menos presencia de la esperada, trama criminal (desaparición, asesinato, investigación), y una serie de carreteras secundarias que conducen tanto a las relaciones (familiares, laborales y amorosas) de la inspectora Pieldelobo como a sus momentos más introspectivos.

Asaeteada por acontecimientos personales estresantes, perseguida por conflictos laborales con superiores y compañeros, marcada por decisiones que generan vergüenza y sentimiento de culpa, en vez de por el valle del pirineo oscense del que es oriunda (Biescas es la puerta de acceso al Valle de Tena), Marcela Pieldelobo camina por un valle de lágrimas sin lágrimas, porque si hay algo en lo que la inspectora se empecina especialmente es en no dejar traslucir, jamás, sus emociones.

El mismo día que compré Bajo la piel, de Susana Rodríguez Lezaun, adquirí Nada de Carmen Laforet, Ediciones Destino, que viene prologado por Najat El Hachmi, escritora de origen marroquí, criada en Cataluña, Licenciada en filología árabe por la Universidad de Barcelona y Premio Nadal 2021 por la novela El lunes nos querrán.

En ese prólogo, titulado Todo está en nada, Najat El Hachmi es capaz de concretar los aspectos que determinan si una novela llegará o no a los lectores: «En fin, expongo todo esto para reivindicar la lectura emocional de cualquier obra que pueda considerarse literaria, un elemento imprescindible si se quiere comprender el hondo impacto que provoca o no en el lector. Al fin y al cabo, una novela es una obra artística, ¿no?, es algo creado con la intención de tener un determinado efecto en quien lo recibe, efecto que puede ser muy variado».

Tras leerlo, me he interrogado a mí misma sobre cuáles de los efectos que cita Najat El Hachmi en su prólogo, ha generado en mi la lectura de Bajo la piel. Este ha sido el resultado.

Admiración por el dominio técnico: NO con matices. Si, como lectores, somos de los que solemos buscar una actitud pedagógica en la escritura, de los que esperamos que, en la narración, el devenir novelesco y los personajes ficticios estén supeditados a la intencionalidad, llamémosla docente, de los autores (tal y como yo lo entiendo, que lo escrito te haga pensar, cuestionar, despierte tu curiosidad o te mueva a la acción), Bajo la piel no cumpliría este requisito. En cambio, si somos de los que buscamos una lectura sencilla y entretenida que nos ayude a olvidar los problemas cotidianos, relajarnos y disfrutar, la novela de Susana Rodríguez Lezaun lo cumpliría sobradamente.

Placer por las virtudes estilísticas: NO. En Bajo la piel no hay un uso artístico o estético del lenguaje. Como periodista que es, la autora opta, no sé si por decisión propia o deformación profesional, por un lenguaje sin artificios, adornos ni recovecos. Supedita el estilo a los datos, la forma al contenido. La exposición de los hechos se adueña de la novela sin permitir que los trucos con los que cuenta una escritora para hacer llegar su mensaje a más lectores, y de una manera más hermosa, interfieran en lo que verdaderamente importa: la exposición de los hechos. Ni más ni menos.

¿Es un defecto utilizar un lenguaje conciso, claro, preciso y fácilmente comprensible para el lector? Dependerá del lector y de lo que busque. Las florituras estilísticas no son una condición necesaria para garantizar la distracción. Hay lectores para quienes el abuso de recursos literarios (metáforas, hipérboles, paradojas o circunloquios) son motivo de desanimo y abandono. Esos mismos lectores, siempre agradecen una lectura fluida y sin complicaciones.

Curiosidad por los personajes y la trama: SI.

«Inspectora Marcela Pieldelobo. Treinta y cinco años. Divorciada. Sin hijos. Destinada en la comisaría de Pamplona desde hacía casi una década (…) Ojos verdes, brillantes de día, como el mar furioso de noche y casi negros cuando se dejaba abatir por la tristeza (…) La acusaban de tener mal carácter, de ser mala compañera y de correr en solitario».

«A sus treinta y dos años, Miguel Bonachera era un hombre ambicioso pero legal. Superaba el metro ochenta y pasaba al menos dos horas al día en el gimnasio y otras dos pegado a un libro (…) Un hombre tradicional, burgués y amante de las cosas buenas».

María Eugenia Goyeneche, «media melena rubia perfectamente peinada para que enmarcara un rostro demasiado bronceado para esa época del año, labios falsos, pómulos falsos y ojos falsamente elevados. Perlas en las orejas, el cuello y las muñecas y un traje chaqueta clásico»

«El inspector Damen Andueza tenía la boca carnosa y unos ojos de gato que la miraban con la voracidad de un depredador».

«El hombre que tenía ante ella [Pablo Aguirre] había superado la frontera de los cincuenta, pero conservaba un innegable atractivo maduro. Delgado, atlético y con una tupida cabellera que llevaba años virando a gris».

Aunque se centra bastante en el aspecto físico y, salvo en el caso de Marcela, menos en el interior, el nutrido grupo de secundarios resulta interesante, aunque con posibilidades poco explotadas para tratarse de una novela de 446 páginas.

Impacto por los temas tratados: NO con matices. A su natural enfrentamiento con el mundo, cortesía de su áspero carácter, la inspectora añade una mochila emocional tan surtida (divorcio, violencia doméstica, perdida de un ser querido y otros más que no incluyo para no destripar el argumento) tanto, que, en mi opinión, resta credibilidad al conjunto.

En su afán de ser un reflejo de la sociedad, incluso cuando algo no le afecta directamente, al menos a corto plazo, también lo pone sobre la mesa como, por ejemplo, el tema de la vejez y el testamento vital o las dificultades de integración de las personas con algún tipo de discapacidad («¿Ha pasado algo? – preguntó Marcela preocupada. Conocía los problemas a los que se enfrentaban las personales especiales y le habría dolido que Antón hubiera sido discriminado o menospreciado de alguna forma»).

Asombro por descubrir algo nuevo: NO con matices. Bajo el paraguas de estupideces que se le ocurren a Marcela, para no pensar en lo que va a suceder, y/o preguntas que se hace en ciertos momentos, la autora nos ofrece explicaciones de palabras y conceptos varios, como el color del duelo («Las reinas de la Edad Media vestían de blanco cuando estaban de luto, y el blanco es el color del duelo en China, India, Japón y Camboya, porque simboliza la palidez del cadáver») o lo de que «La ciudad más fría del mundo es Oymyakon, en la Siberia oriental». Francamente, pienso que todas esas pausas wikipédicas alargan innecesariamente la novela. La torpedean. Vamos, que sobran.

Asombro, como asombro, no ha habido, es cierto, pero me ha encantado el poema Lluvia de Federico García Lorca, que no conocía, y me he sonreído con el guiño a la serie Canción triste de Hill Street («Un beso, Marcela. Y ten cuidado ahí fuera») y la referencia a la «escueta biblioteca» de Marcela y su elección de «un libro que llevaba tiempo queriendo leer y que iba sobre un anciano que se dedicaba a impartir justicia por su cuenta», que si conocía.

La reconfortante sensación que provoca en el lector verse representado en las páginas que escribió una desconocida: SI. Aunque no se puede calificar, precisamente, de reconfortante, la muerte de la madre me acongojó («Su madre era terca, pero también fuerte (…) No podía estar muriéndose. De ninguna manera. Una madre nunca muere. No hasta que su hija está preparada para despedirse y, desde luego, ella no lo estaba en absoluto»). Cada frase, cada pensamiento dedicado al recuerdo de la progenitora («Su madre en Navidad, su madre comprándole un abrigo, su madre regando las plantas, su madre enseñándole a planchar, su madre regañándola por llegar tarde a casa, su madre haciéndole una trenza en el pelo…No importaba que abriera o cerrara los ojos; el rostro de su madre seguía allí, amable y sonriente, en la luz y en las sobras»), a su ausencia, hermanaba su pena con la mía y me volvía a introducir en la novela («No le dijo adiós a su madre. A ella no la dejaba atrás, la llevaba consigo ahora, y así sería siempre»).

Del Opus Dei, la poderosa organización ultracatólica, ese elíptico cielo protector bajo el cual suceden los hechos («¿El Opus Dei? ¿Eso existe todavía (…) Existe y es más fuerte que nunca- continuó el periodista? Sus hilos son tan largos, tan diverso y tan fuertes que me atrevería a asegurar que este país no ha tenido ni un solo gobierno, tampoco en democracia, en el que no tuvieran una presencia directa o al menos muy cercana. Todos los gobiernos de derechas han contado con ministros del Opus y cuando la izquierda ocupa el poder, esos están en las secretarias, en las direcciones generales en las subdelegaciones…Pero siempre están»), solo se trazan las líneas generales lo cual lo convierte en un simple esbozo en el conjunto de la obra.

Susana Rodríguez Lezaun apunta alguno de los aspectos más repelentes de la sociedad actual, pero sin profundizar en ellos. Los expone, sí, pero falta critica.

Bajo la piel es una novela que entretiene, sí, pero le falta fuerza. Pasión.

La presencia de algunos clichés en la trama (el policía que se refugia en el alcohol para ahogar sus penas o el subordinado enamorado en secreto de su superior) y, sobre todo, intuir, con un nivel de confianza del 99%, quien es el asesino antes de la página 101, fueron algunos de los agravantes que alimentaron mi separación primero, y divorcio después, de una novela a la que, creo, le falta concreción y le sobran páginas.

A medio camino entre el inspector Gadget («aquel pequeño aparato, un HackRF One, eran los trescientos euros mejor gastados de su vida (…) Interceptar la señal inalámbrica de cualquier llave eran sencillo que resultaba casi ofensivo») y Harry Callahan, alias El Sucio, la tenaz insistencia de la autora en recalcar la insubordinación congénita de Marcela Pieldelobo y su tendencia a saltarse las normas, impide que el final sorprenda.

Como siempre digo, esta es solo mi opinión, que, además, en este caso, ni siquiera coincide con la del Boss de Calibre 38.

Otro año sin cesta de Navidad, me temo.

Bajo la piel
Susana Rodríguez Lezaun
Harper Collins

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