Los horrores de la guerra: la sima de Igúzquiza, un episodio negro

iguzquizaEnrique Bienzobas

Nota: esta es la narración de unos “hechos reales” que siendo negros, respecto del pasado, presente y futuro, no pertenece puramente al género negro.

Entre 1872 y 1876, período de tiempo en el que se desarrolló la Tercera Guerra Carlista en esta Península tan castigada por continuos enfrentamientos, los dos bandos enfrentados recibieron el apoyo de bandoleros organizados en guerrillas. Cuando los enfrentamientos terminaron, unos siguieron siendo, en la versión de los vencedores, bandoleros y otros se convirtieron, por obra de la misma versión, en héroes militares. Naturalmente aquellos fueron unos criminales y los periódicos de la época se encargaron de airear sus horrores. Una de aquellas partidas de bandoleros fue la dirigida por Samaniego el cual, parece ser, fue un bárbaro de mucho cuidado. Su leyenda, posiblemente exagerada por sus partidarios para infundir miedo al “enemigo”, se extendió muy pronto por toda la geografía ibérica gracias a algunas obras que fomentaban el morbo por lo criminal, por la tragedia. Dos de esas obras fueron las tituladas Vida, hechos y hazañas del famoso bandido y cabecilla Rosa Samaniego, de un anónimo autor publicada en torno a 1880 y la de Pedro Escamilla bajo el título de Rosa Samaniego o la sima de Iqúzquiza que vio la luz hacia 1887. Los periódicos se refirieron a los hechos de manera más que exagerada, podemos ejemplificarlo en lo que publicó La Época por aquellos días: “En la boca [de la sima] hay un roble, inclinado hacia ella, a cuyas ramas se asían los desgraciados para no caer al abismo. Más de 400, sin embargo, han quedado sepultados en él, debiendo haber sufrido toda clase de tormentos…” [la cita está tomada de Amelina Correa Ramón: “Otra novela histórica del Carlismo: La sima de Igúzquiza (1888)”, en AA.VV.: Aún aprendo. Estudios de Literatura Española. Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2012, págs. 281-290]. Pero los trágicos hechos también merecieron algún espacio en la alta literatura, por ejemplo Pérez Galdós menciona, muy de pasada, los hechos de la sima, cuando ese personaje tan interesante y ambiguo de Don José Relimpio, “espejo de los vagos”, relata en La desheredada, aquellas “efemérides verbales, cuya amabilidad para el suministro de noticias es inagotable” (pág. 249 de la edición de Alianza de 1975) y dice: “hablase ya de la sima de Igúsquiza [sic] y se cuentan horrores del feroz Samaniego” (pág. 251). Así se conocieron, pues, los horrores que cantaron los rapsodas del morbo.

En 1888, aprovechando el tirón que provocó el aireado caso, Alejandro Sawa publicó una novela corta bajo el título La sima de Igúzquiza. Obra que se enmarca dentro del Naturalismo radical siguiendo los pasos de Zola. Pues la realidad está ahí y hay que enseñarla sin ambigüedades, así nos lo dice en un artículo dedicado a Eduardo López Bravo: ¡Ah! El crimen es realidad; la navaja goteando sangre es realidad; también la madre que vende a su hija, el esposo que vende a su mujer, el pensador que vende a su conciencia, las ansias del borracho, lo ayes del sifilítico, las agudas estridencias de la virginidad desgarrada, la imbecilidad del que hereda de sus padres malos humores, una complexión raquítica y anémica en la sangre…! [A. Sawa, “Impresiones de un lector. Eduardo López Bago”, apénd. en E. López Bago, El Cura (Caso de incesto). Novela médico-social. Madrid, Juan Muñoz y Cía., s.a. (1885). Citado en CORREA RAMÓN, AMELINA: Alejandro Sawa, luces de bohemia. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2008. pág. 78-79].

No podemos extendernos sobre la figura de Alejandro Sawa (1862-1909) porque haríamos este comentario demasiado extenso si es que no lo es ya. Sí quisiera decir, sin embargo, una pequeña cosa y es que no estoy de acuerdo con lo que dice de él el recientemente fallecido Ángel Martínez Salazar: “un escritor mediocre de la llamada generación del 98” (en Noticias de Navarra, 23 de mayo de 2015): primero porque no fue “mediocre”, sino un muy buen escritor, el lector puede comprobarlo leyendo esta novela corta; segundo porque no creo que perteneciera a la “Generación del 98”, pues hasta la fecha nadie había incluido a un representante como Sawa del Naturalismo dentro de la Generación del 98.

carlistas

En cuanto a la historia narrada trata del nacimiento de una partida de bandoleros creada por Samaniego (Félix Domingo Rosa Samaniego), individuo que había salido de la cárcel donde estuvo nueve años por un robo, e impulsada por el Padre Contento, personaje al que Sawa considera el verdadero instigador, el hombre del odio, un pretoriano del terror negro, así como Ezequiel Lorente, apodado Jergón y otros más. A todos les mueve el odio: el jefe, Samaniego, buscando recuperar a su antigua novia, Jergón por el solo placer de luchar y matar, el Padre Contento para exterminar a todos los liberales, pues el gobierno de Madrid es un gobierno de herejes y ladrones, que nos va a dejar sin Dios y sin presupuesto eclesiástico, y es que el Padre Contento está aquejado de la enfermedad del fanatismo: no hay forma humana –nos dice Sawa– de batirse contra el fanatismo cuando ocupa un espacio en la personalidad, como una entraña […]. Y es lo fatal del caso que, como todas las dolencias infectivas, es singularmente contagioso.

Enseguida, una vez constituida la partida, la escena transcurre un tiempo después cuando la partida de Samaniego se dirige a Estella con un grupo de liberales hechos prisioneros y con los que el Padre Contento quiere repetir lo que hicieron Jergón y él el domingo pasado, es decir, arrojarlos a la sima vivos o muertos (incluso se dijo que previamente se comían sus orejas fritas, algo que Sawa, con buen criterio, no lo incluye). No importa lo alejado y cercano a la realidad que se sitúe Sawa, al fin y al cabo se trata de una ficción “basada en hechos reales”. Todos los prisioneros fueron arrojados a la sima, unos vivos, otros ya muertos, nos describe incluso como eran las caídas golpeando los cuerpos en los salientes de la pared hasta desaparecer. Poco importa para la negra ficción que, como afirma José A. Perales, “en 1887 ingenieros del ejército realizaron un sondeo en el fondo de la fosa y no encontraron restos humanos” (“La sima de Igúzquiza”, en Diario de Navarra, 6 de enero de 2008), para el sadismo morboso del público era suficiente con lo que La Época había afirmado de los 400 que allí quedaron sepultados.

Pero los crímenes no pararon en el Padre Contento, del que nos dice Sawa que no pertenece por completo a la raza humana porque es un cura, y un cura es, de cuantos seres vivos alientan sobre el planeta, el menos capaz de amor y misericordia. La última escena con Samaniego y Francisca, a la que ya quiso violar en el monte, que ahora está casada y espera un bebé, es de lo más horrible que se puede leer en literatura negra: Samaniego viola terriblemente a Francisca y luego, como ya no le sirve, se la entrega al Padre Contento primero, luego a Jergón y por último a todo aquel de la partida que quiera usarla.

Terrible historia narrada bajo el punto de vista del naturalismo radical. Negra como el mismo crimen, negra como las pinturas de Goya. Denuncia de una sociedad que lucha en dos bandos –aquí el Duelo a garrotazos, contemporáneo a los hechos, es clarificador: la lucha fratricida en el género humano– sin remedio y sin sentido, jóvenes que van a formar parte de un pelotón de desesperados o de imbéciles a hacerse matar por la bala de un soldado a quien no conocen y al que no han hecho mal ninguno, en las absurdas combinaciones de una lucha cuyo principal objetivo consiste en producir la muerte. Terrible y trágica verdad que vemos un día tras otro. ¿Habrá un final? Y, en todo caso, ¿como será dicho final?

Repito una vez más: no se trata de una “novela negra”, pero es tan negra la imagen de la humanidad que nos sugiere Alejandro Sawa, que el lector puede sacar jugosas enseñanzas.

 

La sima de Igúzquiza. Historia de una reina
Alejandro Sawa
Valdemar
 

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