Novela: «Hierro viejo», de Marto Pariente

hierro viejoTeresa Suárez

Balanegra…

Antes de que Siruela pusiera en el mapa a esta pequeña localidad, a lo Potts County, Central City o, mucho más próxima, el mismo Ascuas, puedo decir que yo estuve allí.

No sé si Marto lo recuerda o no, pero a mí no se me ha olvidado.

Imaginando que se trataba de un pueblecito de esos en los que nunca pasa nada, hasta que pasa, cuando recibí la invitación para adentrarme en sus calles, inmediatamente confirmé mi asistencia.

Es leer las primeras palabras y evocar el poema Amanecer de otoño de Machado:

«Está la tierra mojada

por las gotas del rocío,

y la alameda dorada,

hacia la curva del río.

Tras los montes de violeta

quebrado el primer albor:

a la espalda la escopeta,

entre sus galgos agudos,

caminando un cazador»

Un viejo, una escopeta, casi de su misma quinta, y un jabalí esquivo, todo ello ambientado en los agrestes paisajes de un lugar dejado de la mano de Dios, son, me dije a mi misma, un buen comienzo.

Que dicho viejo responda al nombre de Coveiro (enterrador en portugués) supone un guiño gracioso, de los muchos que hay en la novela, ya que trabaja como sepulturero, a tiempo completo, de Balanegra, empleo que, dicho sea de paso, no le ocupa demasiado debido a las pocas almas que todavía viven allí.

Un viejo que, al igual que el de Hemingway, conoce sus fortalezas y debilidades. Alguien acostumbrado a tomar drásticas decisiones, actuar de manera rápida y certera, cuidando siempre de proporcionar un servicio de calidad cero defectos, porque, cometer errores, que puedan incurrir en costes no previstos, no solo daría al traste con su reputación sino, muy probablemente, con su vida.

Pero de aquello hace mucho y, actualmente, Coveiro se limita a cazar, ejercer su nuevo oficio y a cuidar de su sobrino Marco, un chico con un trastorno que, aunque complica sus relaciones sociales y de comunicación, también le otorga algunas habilidades sorprendentes como una prodigiosa memoria para recordar nombres y fechas.

Más todos sabemos, por las películas claro, que cuando los hombres como Coveiro llegan al momento en que deciden cambiar de vida, y dejar atrás su oscuro y violento pasado, suele ocurrir que a los problemas no les da la gana y siempre se las apañan para volver a cruzarse en sus caminos, empeñados en demostrar, a estos viejos pellejos, que aquello de “quién tuvo, retuvo y guardó para la vejez”, es una máxima que siempre se cumple.

Y si no, que se lo pregunten a tipos como Robert McCall (Denzel Washington), ex militar del Cuerpo de Marines de Estados Unidos y ex agente del Servicio Clandestino de Defensa de la Agencia de Inteligencia de Defensa, a Matt Scudder (Liam Neeson), expolicía de Nueva York que trabaja como detective privado a pesar de que no tiene licencia, o al simpar y gruñón Walt Kowalski (Clint Eastwood), veterano de la guerra de Corea, todos ellos dispuestos, pese a su edad, a poner en su sitio, cuando toca, a pandilleros, traficantes, terroristas o vecinos porculeros.

Nuestro Coveiro, no hay duda, pertenece al gremio de los que guardaron para la vejez. Hierro viejo, sí, puede que oxidado, puede, pero hierro al fin.

Es curioso, recuerdo que la primera vez que leí la novela, el personaje del enterrador me pareció desdibujado. Sin embargo, lo que en un principio entendí como falta de perfilación, en esta segunda lectura me ha parecido un efecto buscado, un intento de representar a Coveiro como la sombra que siempre fue y que, llegado el ocaso, se desvanecerá, en silencio, bajo un cielo de nubes de color rojizo.

Al igual que ocurría en la maravillosa La cordura del idiota, Coveiro aparece rodeado de una serie de secundarios con tanta personalidad que, en ocasiones, amenazan con arrebatarle el protagonismo.

Rubí de Miguel (Diosito nunca le concede el As Jota que tan reiteradamente le ruega), dueña de la industria cárnica más importante del país, sus dos hijos, León y Miguel, uno malo y otro peor, y los hermanos Tapia, sus dos hombres de confianza, quienes «pese a que se parecían, en realidad no eran hermanos, ni siquiera primos. Siempre de traje, contrahechos, en la medida que de cintura para arriba daban miedo y de cintura para abajo, gastaban patas finas como de gallina vieja. Se conocieron en prisión, se dieron de hostias por la litera de arriba y luego trabaron amistad».

Dudas Franco, alias el Duque (homenaje a John Wayne, el héroe del Oeste por excelencia) y sus dos asalariados, los encantadores Bobby, Bobby ella y Bobby él (Sr. y Sra. Smith).

Como ven, volvemos a las parejas (seña de la casa), pero no sentimentales (esas suelen huir despavoridas de las novelas de Marto), sino familiares y laborales. Dúos cuyo destino, como ocurre con la pareja de la guardia civil, inevitablemente va unido.

Pero Marto también se luce perfilando impares. Como muestra, ahí están el indio cabrón, «un boliviano achaparrado que además de a indio cabrón, respondía al nombre de Tato Morales», Daniela, sufrida esposa («entre polvos, anfetas y hostias, la mayoría del tiempo no sabía qué día de la semana era, así que como para acordarse de cuando conoció a su marido») de un malnacido, o Ruso, policía corrupto en funciones, y su Torino del 75.

Con garitos memorables, como el Bublé, «un bar de copas serio, rezaba el cartel» (por cierto, con la versión de Spicy Margarita, cantada, a dúo claro, por Michael Bublé y Jason Derulo, no podrán dejar de bailar), y plagada de capítulos excelentes (entre mis favoritos La flor y nata de las sardinas en lata, Un billete de cincuenta tiene la culpa, Luz ambiente o Lo que pasa en las Vegas), es Hierro viejo una novela de párrafos breves y precisos, que empieza de manera lenta, casi bucólica, y, según avanza, va cogiendo un ritmo que te impide abandonar la lectura.

Las descripciones son tan graficas que te sientes dentro de la novela. En realidad, más que novela es película, así es de buena. Porque es una novela buena. ¡Vaya que sí lo es!

Marto, además, tiene la habilidad de escribir sobre violencia sin perder ese halo romántico que rodea a sus personajes. Nos relata tortura, suicidios y asesinatos, y no es la sangre ni los gritos lo que recuerdas, sino las penurias y momentos cruciales de los personajes en los que, de haber tomado otra decisión, sus vidas podrían haber sido diferentes.

No es un secreto que Las horas crueles, su anterior novela, no me gustó. En mi opinión, y así se lo comenté en alguna ocasión, decidió tomar un atajo que le perjudicó.

Es una tontería, lo sé, pero mientras leía Las horas crueles, no me podía quitar de la cabeza una machacona canción de la italiana Dalila, titulada Gigi el amoroso, en concreto esa parte que dice:

«Gigi ¿Gigi estas ahí escondido?, ¿no te ha ido bien por allá eh?

Pero Gigi que pensabas ¿llegar acaso a ser Gigi el americano?,

ma Gigi a quién se le ocurre, tú eres Giuseppe Fabrizio
Luca Santini y eres napolitano.

‘Corleone che a arrivato Gigi, che a arrivato Gigi dall’America’

¿Oyes, les oyes Gigi?,

es tu público, no te vayas están todos aquí,

han debido reconocerte en la estación,

Gigi canta, canta Gigi canta para ellos».

Con Hierro Viejo, parece que el emigrado Gigi/Marto ha retornado para deleitar a su incondicional público, al que nunca debió abandonar.

Decir Marto Pariente es decir puro entretenimiento, excelente escritura y una capacidad innata para lograr que los personajes nacidos de su pluma se graben en tu retina lectora y cinéfila. Sí, porque de llevar Hierro viejo al cine o a la televisión, el guion está prácticamente escrito.

No es la primera vez que lo digo, y sé que no será la última: ¡me encanta como escribe Marto, no puedo evitarlo!

Hierro viejo

Marto Pariente
Siruela

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