Un día tu hijo te pide que escribas para un no sé qué de su instituto y te sale algo como esto: «Caminaba a su manera, más bien anadeaba con la cabeza gacha, la barbilla atornillada al pecho. Pasos cortos sobre una suela carcomida que dejaba pasar la tibieza del asfalto. Ajados pantalones de pana marrón, revenidos y zurcidos en sus perneras a base de sietes. Todo en él eran remiendos. Todo…, y luego el sempiterno cigarrillo apagado y pendiendo de los labios, reprimiendo la boca abierta típica de los locos y la baba intentando escapar por las comisuras».
La sorpresa tuvo que ser mayúscula. Lo garabateado era bueno. Era muy bueno.
Melancolía, ternura y abatimiento. Alguien así solo podía llamarse El Triste y su historia merecía trascender ese par de páginas que componían el breve relato.
Al igual que ocurrió con las habichuelas mágicas del cuento de Hans Christian Andersen, el personaje del viejo y loco Berto creció tanto durante la noche, tanto, que sus ramas se perdían de vista. Marto Pariente trepó por la planta y llegó a Ascuas, «un pequeño pueblo de apenas mil habitantes perdido de la mano de Dios, un lugar donde la gente se deshace de sus coches viejos casi con tanta frecuencia con la que decide morirse», donde una pandilla de personajes (estos codiciosos, esos envidiosos, aquellos sádicos y todos ellos sin escrúpulos) aún sin nombre, pero con mucho que contar, lo estaban esperando.
La suerte estaba echada y Marto Pariente se enfangó a fondo para parir una novela llena de perdedores, antihéroes, sicarios y psicópatas, cuya temática, violencia e ironía, la hermanan con la obra de autores como Jim Thompson, sí, pero que gracias a los lugares (Guadalajara, Madrid, Cabañeros, Soto del Real), usos del lenguaje (¿qué no?) y el reflejo de algunas costumbres típicamente españolas, como la siesta, hacen de ella una novela negra rural enclavada en el fondo de nuestra cultura.
Por el lado de los malos…
El mafioso local, «dueño de al menos una veintena de desguaces y chatarrerías diseminadas por ambas Castillas», un apicultor que se ganó su apodo, Colmenero, vendiendo frascos de miel con sorpresa como los huevos Kinder, protege a sus abejas obreras y castiga a los zánganos.
Junto a la puerta de La Colmena, su bar, los dos hombres de siempre, Los Manolos (Amigos para siempre. Means you’ll always be my friend), guardaespaldas de día y lo que surja de noche, «con su sombra de barba de siempre (…) Y en las sobaqueras, sus Glock de siempre».
Tras la barra de La Colmena, Vito (¿Corleone?), admirador de la manchega más universal, y su recortada.
Los hermanos Maquénroe, dos barbudos enormes, exleñadores, expertos en repartir hostias y quebrantar huesos. En opinión del Colmenero «leales, educados y silenciosos», salvo cuando suena en la radio una de Mecano (Allí me colé y en tu fiesta me planté, Coca-Cola para todos y algo de comer). «Dos hombres de confianza para los trabajos importantes».
Sady Pineda, colombiano, matón a sueldo, mesiánico e iluminado («y yo vi que la sabiduría sobrepasa a la insensatez, como la luz a las tinieblas»).
En el lado de los buenos…
Trejo, «tenía las cejas juntas y arqueadas como una gaviota peluda a punto de alzarse al vuelo», confidente del inspector Rocha (“americana con coderas a pesar del calor, camisa amarilla, pantalón con raya y mocasines a juego con el cinturón) de la Unidad de Droga y Crimen Organizado (UDYCO).
Trípode y su extraño trotar. ¿Un perro excéntrico? ¡Y quien no con lo que lleva sobre el lomo!
A Vega Trinidad, alcohólica con motivos (sufrió abusos sexuales cuando apenas era una niña), pese a su vida perra aquí “mi” Pariente no la presenta como una víctima que se resigna. Trabaja en un desguace, conduce una grúa, alguna que otra vez mueve pequeñas cantidades de droga para complementar sus escuálidos ingresos y, temeraria ella, se embarca en un plan que casi acabará con su vida y la de su hermano (¡lo que sea para protegerla!), al que siempre acaba arrastrando al lado oscuro de la existencia.
Y luego está Toni Trinidad, el protagonista. Este policía hematofóbico («¿cómo un hombre con aprensión a la sangre ha llegado a policía de un pueblo como Ascuas?»), aficionado a los programas de telerrealidad e insensible confeso («quitando a la gente que me importa, y creedme si os digo que los puedo contar con los dedos de una mano, no siento nada, bueno, casi nada»), va tan bien para un guion que, como canta Rozalén, es «el chico que se perdió Almodóvar» (¡Peeeeedroooo!, llama ahora mismo a Marto y adapta para el cine La cordura del idiota).
La cordura del idiota (maravillosa crónica sobre la corrupción urbanística, tan en boga, los abusos infantiles y el incondicional amor fraternal) ha creado un lugar, Ascuas, que nace con vocación de perdurar en la memoria y proporcionarnos inolvidables momentos como los que vivimos cada vez que regresamos a Macondo, Fantasía, Zenda o El País de las Maravillas.
Los miércoles salvajes de Susana Hernández no me gustó. No he leído Una bala con mi nombre de Susana Rodríguez Lezaun ni Los Señores del humo de Claudio Cerdán, aunque prometo hacerlo. Un asunto demasiado familiar de Rosa Ribas y Soledad de Carlos Bassas del Rey son excelentes novelas. ¡Magnificas!
Así que no digo que La cordura del idiota sea la mejor novela de las seis nominadas al Novelpol 2020, que conste.
Lo que digo, lo único que digo, es que yo quiero que gane Marto Pariente.
¡Me encanta como escribe Marto! ¡En serio, me encanta!
Su estilo, apegado al terruño, me toca la fibra sensible, y pese a la sangre, o tal vez por ella (mi lado Hyde a veces se impone al bueno de Jeckyll), me resulta muy, muy entrañable.
Si no gana La cordura del idiota espero que lo haga Soledad.
¡Que así sea!
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Marto Pariente ha ganado!!!!
Enhorabuena!!!!
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