El rosa combina bien con el negro: reseña de «Azul marino», de Rosa Ribas y Sabine Hofmann

Noemí Pastor

Esta novela es la última entrega de la trilogía protagonizada por la periodista barcelonesa Ana Martí en la década de 1950. Obra de Rosa Ribas y Sabine Hofmann, recupera la tradición de novela policiaca escrita a cuatro manos y solidifica a esta pareja de autoras bien avenida, bien compenetrada y que funciona a la perfección.

Tres colores (que no son los de Kieślowski)

La periodista Ana Martí trabaja para dos medios: El Caso, que hace crónica negra y Mujer actual, que hace crónica tirando a rosa. Cada uno de estos dos medios constituye un mundo que discurre paralelo al otro, aunque, en algún momento, las líneas se tuercen y se rozan y entrecruzan.

El mundo negro de El Caso es en esta entrega un mundo de policías, militares americanos, personal diplomático y prostitutas; discurre, pues, en comisarías, embajadas, consulados, tabernas y burdeles. En este mundo un marino americano es asesinado a navajazos en un bar de mala nota del Barrio Chino barcelonés.

El mundo pretendidamente rosa de Mujer actual es, en cambio, un mundo de monjas, modistillas y damas caritativas de la alta sociedad barcelonesa. Transcurre en conventos, orfanatos y centros ocupacionales para jovencitas descarriadas. En uno de estos centros una joven acogida se cuelga de una viga en su dormitorio. Este mundo rosa resulta, en fin, tan sórdido como el negro.

A estos dos mundos se acopla un tercero, el blanco reluciente, el de los teléfonos de las películas glamurosas de Hollywood, los que, en la imaginación cultivada de Ana Martí, se usan para hablar en francés o en inglés, mientras que los teléfonos que hablan en español son de baquelita negra, muy negra.

Lingua linguae (y cómo lo disfruto)

Que ambas autoras son lingüistas se percibe en toda la novela, para regocijo de servidora de ustedes, porque no se esfuerzan nada por disimularlo, sino todo lo contrario: remarcan continuamente que la lengua, las lenguas, el multilingüismo, están ahí todo el rato. Porque es así: en realidad, la lengua, las lenguas, están ahí siempre, en toda relación humana, en todo acto, sobre todo literario; otra cosa es que se perciba, que se repare en su presencia, en su interferencia, en su intermediación, en qué papel tan importante desempeñan en la caracterización de los personajes (qué hablan, cómo hablan, con qué acento, con qué indicadores de clase alta o baja), en la transmisión de la información (Ana Martí también trabaja de intérprete para la policía) y en la resolución de los casos (el habla revela inconscientemente aspectos personales que a menudo tratamos de ocultar).

La lengua es también el refugio de periodistas que no pueden contar lo que quieren en tiempos de censura brutal: Sublimaban la represión en la caza de faltas de ortografía, en la fobia al estilo ampuloso y a los epítetos, en la persecución obsesiva de la precisión lingüística. No se me ocurre mejor oasis que el lingüístico para pasar unas buenas noches en medio de una larga travesía por el desierto de la dictadura.

Pinceladas oscuras (en una década nada luminosa)

Los años 50 del siglo XX en Barcelona no fueron precisamente dorados. Azul marino se detiene en este escenario y nos lo dibuja a pinceladas, sin descripciones prolijas, logrando con eficacia que sintamos la losa del franquismo omnipresente.

Las autoras nos explican, por ejemplo, cómo cambia la ciudad cada vez que desembarca la marina americana. Nos presentan a su fauna humana con referentes reales y, así, aparecen en estas páginas la periodista Margarita Landí, el escritor Francisco González Ledesma y la escritora Corín Tellado (con emotivo homenaje incorporado a los escritores de “novelas de cambiar” de todo género), el doctor Vallejo Nájera y su infame Eugenesia de la hispanidad, Mario Lanza, Errol Flynn…

Y nos lo cuentan a través de los ojos de una mujer, de una perteneciente a uno de los sectores de la población más silenciados por el franquismo, que no es ninguna heroína arrojada y sin fisuras, sino que nos muestra sin tapujos su fragilidad, sus miedos y frustraciones personales y profesionales.

No hay dos sin tres (y hasta cuatro)

Si bien el caso negro es el principal, el que más páginas ocupa en Azul marino, y el rosa el secundario, se puede decir que hay otro caso en un tercer nivel (el hijo antifranquista de un policía franquista) e incluso otro, el de la estafa del falso nieto, mínimo pero recurrente, y que cumple su función, en un cuarto.

El caso negro viene además teñido de thriller político con intereses enfrentados de fuerzas vivas (policías, diplomáticos y militares, ahí es nada) que no quieren (literalmente) cargar con el muerto y hacen lo posible para cargárselo al otro, al tiempo que se insultan mutuamente y se acusan de arrogantes (los españoles a los americanos) y de paletos (los americanos a los españoles).

En el caso rosa me llaman la atención los durísimos retratos de las damas de la alta sociedad barcelonesa, dedicadas, a falta de otra ocupación más sarisfactoria, a la caridad y la beneficencia, y más pétreas, más implacables, menos empáticas que los mismísimos marinos yanquis. Se diría que las autoras conocen mejor a unas que a otros y cargan las tintas contra estas figuras que les despiertan emociones negativas hasta convertirlas casi en caricaturas.

Estos cuatro casos, cada cual con su diferente empaque, se abrazan, se funden y nos completan el retrato de la sociedad española de entonces, con un pincel manejado sutil y eficazmente.

Deseo final (y nos vemos pronto)

Leo en prensa que Rosa Ribas está preparando una próxima novela sobre españolas y españoles que emigraron al norte de Europa en las décadas de 1950 y 1960.

Seguro que le va a salir una novela apasionante y no pienso perdérmela. Así y todo, no quiero acabar este articulito sin formular mi deseo final: que a la periodista Ana Martí le suceda lo mismo que a otra de las hijas de Rosa Ribas (Ribas tiene, al menos, que yo sepa, una tercera, que es detective y miope), y me refiero ahora a la inspectora hispanoalemana Cornelia Weber-Tejedor, la cual abandonó su trilogía para recalar en una saga que ojalá sea infinita.

 
Azul marino
Rosa Ribas y Sabine Hofmann
Siruela
 

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