Novela: «Tantos lobos», de Lorenzo Silva

Noemí Pastor

Este volumenito de solo 183 páginas recoge cuatro relatos breves (“547 amigos”, “Antes de los dieciséis”, “Cuatro novios”y “La hija única”), todos, como veis, con numerales en el título y protagonizados por mis queridos Bevilacqua y Chamorro.

Como he escrito unas cuantas reseñas sobre la serie de novelas de Lorenzo Silva con estos dos guardias civiles, seguro que me repito, pero así y todo, me apetece decir otra vez que Silva acertó de pleno con su pareja de picoletos y que seguramente por eso han conseguido llegar a ser tan literariamente longevos. Acertó con un brigada (¿Brigada? Disculpad mi ignorancia en jerarquía militar; es ignorancia de la peor clase: de la que no quiere enmendarse) contemporáneo, universitario, uno de esos muchos de mi generación que estudió una carrera y se dedicó a algo que en principio no tenía nada que ver con lo estudiado (aunque con el tiempo te vas dando cuenta de que todo tiene que ver con todo). Por eso nos resulta Bevilacqua cercano y hasta simpático. Y, por supuesto, también dio en el clavo Silva cuando le creó una pareja diversa: la atípica Virginia Chamorro, de nombre y apellido contradictorios entre sí, un personaje bien dibujado, nada de garabato ni estereotipo.

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Los cuatro relatos de Tantos lobos tienen en común uno de los asuntos más sórdidos, amarillos, morbosos y desagradables que puede tratar la ficción policial: la muerte violenta de niñas y jovencitas. Y en honor a la verdad debo decir que Silva sale airoso en el tratamiento de un tema más que difícil: lo hace sin concesión alguna al mal gusto, sin derrapar, con sobriedad, bien. Además, al más puro estilo americano, Silva atina también al colocar los crímenes en los meses de julio y agosto y en España, claro; se ven las gotas de sudor en los rostros de los personajes; se adivina el solazo que amarillea las escenas; y mola mucho.

Me llaman la atención especialmente los pasajes en que los investigadores deben entrevistarse con los padres y las madres de las chicas recién asesinadas. Se me antojan unas conversaciones irreales, demasiado literarias, aunque quizás deban ser así, porque no alcanzo a comprender qué se puede hacer o decir en semejante trance vital; no me da la imaginación. Si el relato fuera mío, evitaría a toda costa esos episodios, porque el componente emocional me perturba demasiado.

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Silva se adapta sin dificultades al relato breve. Aprecio unos diálogos más ligeros, más ágiles, sin rastro de ese poco de pesadez que a veces descubro en sus novelas. Con todo, quizás el planteamiento es demasiado amplio, demasiado novelero y el desenlace, en cambio, demasiado abrupto, porque hay que cortar rapidito, que es un cuento.

También se permite de vez en cuando Silva esos excursos de sus novelas en los que Bevilacqua nos habla de lo divino y de lo humano. En uno de estos relatos de Tantos lobos, dedica un parrafito largo a expresar su desprecio por la gente que se prodiga contando sus cositas en las redes sociales. En el siguiente párrafo, en cambio, como que se arrepiente de haber estado tan engreído y se disculpa diciendo que es, más que nada, cosa de la edad, que las redes sociales lo han pillado mayor y tal. Pero ya ha soltado suficiente arrogancia como para que yo, resentida y envidiosa, me huela el discurso altivo de quien no necesita del féisbuq porque tiene otros altavoces, más potentes, elitistas y prestigiosos. Bah, no me hagáis caso, que será eso, que soy una ofendidita y una pava.

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Para acabar, si tengo que elegir un fragmento literario de Tantos lobos, me quedo con el final del primer relato. Silva nos sorprende gratamente con un retrato frío, muy preciso y atinado del lobo del título: un depredador sexual en busca de niñas por las redes sociales. El tipejo acaba matando no por furor asesino, sino por vergüenza y puritito miedo a que se descubra su miseria, de manera que, a la desesperada, cuando se ve perdido y encara varios añitos de trullo, juega su última baza, la más facilona: culpa a la víctima apelando al mito de la intrínseca maldad femenina, de la mujer sin corazón que solo quiere hundir la vida a un pobre corderillo que no ha hecho más que caer en sus perversas redes de seducción.

Así, en un párrafo antológico, el asesino condensa todos los tópicos misóginos de la lolita, la petite fille fatale, astuta y desalmada. Pero ahí está Bevilacqua con su labia de triple filo para desarmarle el argumento a golpe de laconismo.

Poco más que añadir, pues, sobre este volumen que se consume rápida y gratamente, a pesar de lo durísimo del contenido. Cuatro relatos te saben a poco. Te dejan ganas de algunos cuantos más.

Tantos lobos
Lorenzo Silva
Planeta

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