Novela: «Noche cerrada», de Chris Offutt

Teresa Suárez

«La luna estaba en fase menguante, apenas se la veía, era como si le hubiesen metido un bocado (…) Las nubes obstruían las estrellas y conferían al aire una profundidad insondable. El perfil de las copas de los arboles había desaparecido y los montes se fundían con el negro tapiz del firmamento. Era noche cerrada y se sintió a salvo»).

En el año 1954, Tucker, un joven soldado de Kentucky («mintió sobre su edad y se alistó once meses antes de que acabara la guerra), condecorado once veces en la Guerra de Corea, regresa a su tierra natal dispuesto a empezar una nueva vida con los cuatrocientos dólares, su paga de soldado, que guarda en fajos plegados dentro de los bolsillos, y un cuchillo Ka-Bar, el mejor amigo de un militar.

Durante el camino de regreso a casa («aún en Ohio, contempló la verde tierra inflamada de Kentucky, que se extendía al otro lado del rio. Se había marchado a principios de verano y regresaba ahora en plena primavera, con un invierno de guerra entre medias»), unas veces haciendo autostop y otras, la mayoría, a pie, conoce a Rhonda, una chica morena de apenas 14 años, a la que salva de ser violada por su tío que resulta ser el ayudante del sheriff.

Acostumbrado a desfacer agravios y enderezar entuertos, Tucker (un tipo bajito, robusto, fuerte y con los ojos de diferente color) acabará comprándole la camioneta al oneroso Tío Boot («el sheriff está fuera del condado. Durante tres días más, la ley soy yo»), casándose con su sobrina y formando con ella una familia rica en hijos, no precisamente bendecida por Dios, dedicándose al viejo e inestable oficio de transportar alcohol ilegal para Ananías Beanpole, el mayor contrabandista de la zona, y solucionando los problemas con el sensible hombre trajeado del Estado («una madre con melancolía severa (…) Un padre ausente. Una casa llena de monstruos de feria. Por un momento temía abrir una puerta y toparme con una señora barbuda y un niño cocodrilo»), que amenaza con quitarle a sus malogrados hijos, a la manera aprendida en combate.

Noche cerrada es un retrato de los blancos pobres norteamericanos que nada tienen que envidiar a los negros («al principio, los soldados negros lo pusieron a prueba para ver si era uno de esos racistas sureños, pero Tucker paso el reconocimiento y al final acabó prefiriendo su compañía. Se habían criado en la misma pobreza, habían cazado las mismas presas, habían vivido apartados de la gente finolis y se las sabían apañar con lo mínimo»).

Empleando las palabras del periodista Joe Bageant, en sus Crónicas de la América Profunda, podemos decir que Noche cerrada es «el desalentador espectáculo de una gente embrutecida, endeudada, fundamentalista cristiana y amante de la caza, a la que no le alcanza ni para pagar las medicinas».

Una gente, añado yo, que, pese a sus carencias, o precisamente por ellas, son duros como el pedernal, se sobreponen al dolor y la perdida de manera vertiginosa y, cuando algo no tiene solución, tragan lo que les viene y siguen adelante. Pero, contrariamente a lo que pudiera parecer, nunca se resignan, se adaptan que es distinto.

Inteligencias sin cultivar, compensan su falta de formación académica con un conocimiento, nacido del instinto de supervivencia y transmitido de generación en generación, que les permite leer la naturaleza, como si de un libro se tratara, y utilizarla en su beneficio («examinó la maleza hasta encontrar perejil silvestre. Arrancó varias hojas de los tallos, las humedeció con un poco de agua y depositó la pulpa en el lado plano de la cantimplora. Luego la machacó con la hoja del duchillo (…) Con mucha delicadeza, embadurnó la cara de Jimmy con la cataplasma de perejil. Jimmy se retorció y gimió tratando de contenerse (…) Se relajó al cabo de unos minutos, cuando el dolor empezó a remitir, aliviado por la hierba»).

Leyendo a Chis Offutt he recordado otras novelas (Matar un ruiseñor de Harper Lee) y películas (Winter’s Bone de Debra Granik) que, antes que Noche cerrada, me revelaron que había otra América muy alejada de los rascacielos neoyorkinos, los casinos de las Vegas o las playas californianas: la América del racismo, la precariedad, la injusticia social y el abandono.

Una América de cuyos molestos miembros (basura blanca o negra) se reniega porque son la prueba evidente de que el famoso sueño americano (independientemente de su clase social o de las circunstancias de las que provienen, todas las personas, según su habilidad o su trabajo, tienen una oportunidad de prosperar y lograr una movilidad social ascendente) es una falacia.

El éxito nunca ha estado al alcance de todos.

Chis Offutt, que pasó su primera infancia y juventud en Haldeman, Kentucky, una diminuta y olvidada población minera de apenas doscientos habitantes que ya no existe, conoce de primera mano lo que es una vida dura, áspera, rodeado de una naturaleza imponente.

Prodigalidad para describir bosques, montañas, animales y plantas y laconismo para los diálogos.

Porque conoce bien lo que es un entorno aislado y salvaje, Chis Offutt lo cuenta, casi lo fotografía con alta resolución, en Noche cerrada.

Habrá que seguirle la pista a este escritor kentuckiano, ¿no les parece?

Noche cerrada
Chris Offutt
Trad.: Javier Lucini
Sajalín Editores

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