¿La balada de los miserables o la balada de todos nosotros?
Los lectores habituales de género negro solemos tener un punto conservador, o quizás sea más justo decir perezoso, ya que buscamos incesantemente la lectura de nuevas obras de aquellos autores que han conseguido interesarnos, emocionarnos y cautivarnos o, más simplemente, con los que hemos disfrutado. Pero siendo esto así, hay una cosa que aún nos es mucho más placentera, el descubrir a un autor nuevo, y poder decir eso de: ¿por qué no le habré leído antes?
Eso es lo que me ha ocurrido con Aníbal Malvar tras leer su última novela, “La balada de los miserables”. Una obra que es inequívocamente de género negro pero que, como todas las novelas de calidad adscritas a dicho género, nos proporciona algo más que una simple trama detectivesca, trama que por lo demás es algo común, por desgracia más común de lo que en ocasiones nos atrevemos a admitir.
Una niña de raza gitana desaparece del madrileño poblado marginal y de chavolas en el que vivía, pero esa desaparición no parece inquietar a nadie, ¿a quién puede importarle que en el mundo haya una niña gitana de más o de menos?, salvo a su madre y al abuelo paterno, ya que incluso el padre, un hombre apodado El Bellezas porque sólo le preocupa su físico, parece desentenderse del tema. Hasta que un extraño policía, un tal Pepe Jara al que todo el mundo llama O’Hara, un hombre marginado también entre los suyos, tanto por su carácter huraño y violento como por ser un raro ejemplo de agente de la ley escéptico, irónico y, sobre todo, politoxicómano, aunque poseedor de un elevadísimo coeficiente de inteligencia, decide hacerse cargo del caso. Para ello contará con la ayuda de un inspector, Ramos, paradigma de la fealdad que, por lealtad a él, siempre le acompaña en sus aventuras, por absurdas que parezcan, y de una antigua novia, Ximena, una joven periodista que intenta expiar el pecado de pertenecer a la clase alta involucrándose en esa investigación que afecta a los más pobres de entre los pobres. Junto a ellos, como secundarios de lujo, podemos encontrar al Tirao, un gitano que se ha desenganchado de las drogas y vive de pequeños robos, serio y reconcentrado en sí mismo o Soledad Ortiz, una religiosa combativa y feminista, que proporciona atenciones médicas a los habitantes del poblado, pese a estar torturada por dentro.
Esos personajes citados serían más que suficientes para considerar que estamos ante una obra que merece la pena, porque una novela, si no tiene personajes vivos, palpitantes, que consigan que nos identifiquemos con ellos, para amarlos, odiarlos o involucrarnos en sus actos y pensamientos, en sus sentimientos, puede ser una buena novela en un sentido formal, pero le faltará alma. Y “La balada de los miserables”, es una novela con alma, una novela que no podemos dejar de leer aunque, por otra parte, no queremos que se acabe.
Y es que además de una historia muy bien trazada y mejor contada, nos sorprende también por su estilo y su técnica. Junto a capítulos narrados de un modo más “convencional”, nos encontramos con otros relatados en primera persona por la Luna, la Vejez, la Placa de un policía o un loro, incluso por una rata que filosóficamente y en justa defensa de su especie nos dice que “la inteligencia y la supervivencia son valores inversamente proporcionales. Nadie ha visto nunca a una rata balancearse de la rama de un almendro, con una soga al cuello, la lengua fuera y la erección del ahorcado, ni cortándose las venas en una poza o bañera de agua guarra ni arrojándose hacia el éter desde un sexto suicida”. Unos narradores que, como se ve, no tienen nada que ver con la factoría Disney, pero que le proporcionan un especial toque de lirismo a la novela.
Porque ésa es otra de las muchas virtudes de la novela, el tono lírico, incluso poético en ocasiones, que el autor es capaz de insuflar a una historia que por lo demás es una novela negra, negrísima, con todas las de la ley, una novela sórdida y dura; pero no se trata de un lirismo edulcorado y autocomplaciente sino que le sirve para remarca aún más, si cabe, las miserias y atrocidades que en la historia se cuentan y se denuncian, porque Aníbal Malvar no se conforma con contarnos una serie de sucesos inquietantes, al fin y al cabo pura ficción, ¿no?, sino que nos regala un trozo de vida. Un regalo que como lectores podemos gozar del modo más placentero, pero que nos deja un poso de amargura cuando hemos cerrado el libro, porque quizás, en el fondo, Malvar no se inventa nada, quizás, en el fondo, la negra ficción que describe no es sino un pálido reflejo de la realidad.
La balada de los miserablesAníbal Malvar
Akal