Ricardo Bosque
18 de marzo de 1990. 1.24 de la madrugada. Dos individuos de unos treinta y tantos años, ambos disfrazados de policías, se presentan en Museo Isabella Stewart Gardner de Boston. Tras maniatar a los guardias de seguridad utilizando esposas y cinta adhesiva, comenzaron a perpetrar el mayor robo de obras de arte de la historia de los Estados Unidos.
Los dos ladrones se pasearon por el interior del edificio durante 81 minutos, siendo detectados por primera vez por un sensor de movimiento a los 24, cuando accedieron a la segunda planta, en la que se traban las obras más valiosas. Casi hora y media entre salas sin siquiera una alarma que alertara a la policía y que aprovecharon para llevarse consigo obras de pintores como Rembrandt, Vermeer, Degas o Manet. En algunos casos, ni se molestaron en desmontar el lienzo, sino que se limitaron a cortarlo dejando en la pared el marco vacío. Uno de esos cuadros recortados, el de mayor tamaño, era un Rembrandt de 1,5 por 1,2 metros: “Tormenta en el mar de Galilea”, fechado en 1633.
Sin embargo, el más valioso de los cuadros robados era bastante más pequeño: un Vermeer de 1660, “El concierto”, de 80 por 65 centímetros y valorado en unos 250 millones de dólares. Otro caso desconcertante para los investigadores fue el de un autorretrato de Rembrandt que los ladrones descolgaron de la pared y luego no se llevaron a pesar de tratarse de uno de los cuadros más valiosos del museo. En esta misma línea de incoherencias, también se llevaron algunos dibujos de Degas mientras despreciaban obras de Botticelli mucho más caras. En total, se llevaron obras por más de 500 millones de dólares, un botín muy difícil de vender por la repercusión que tuvo el asalto.
Alguna de las teorías que los investigadores manejan apunta hacia la mafia de Boston como responsable del robo, que habría colocado posteriormente las obras en manos de coleccionistas europeos a través de un tratante relacionado con la familia mafiosa Genovese. Otra posibilidad descartada en su día fue la de que el robo fuera planeado por un solitario coleccionista de arte multimillonario.
20 años después, el robo sigue sin resolverse y el museo aún muestra los marcos vacíos de las pinturas robadas en sus ubicaciones originales debido, entre otras cosas, a las estrictas disposiciones del testamento de Gardner, que dejó ordenado a su muerte que la colección debía mantenerse sin cambios.
Y también casi 20 años después, el escritor holandés Elvin Post publica Fraude , novela en la que recrea ese robo y en la que los protagonistas son Vicent Bloom y Elijah Fish, dos falsificadores de arte que, tras una estancia de varios años en prisión, deciden volver a las andadas: Bloom propone a Fish robar algunos de los más valiosos cuadros del Museo Isabella Stewart Gardner de Boston ya que, al parecer, el museo carece de medidas de seguridad y los cuadros ni siquiera están asegurados.
Según Bloom, un mafioso de Nueva York le ha encargado el robo y les pagará 5 millones de dólares por “Tormenta en el mar de Galilea”. pero, ya que están dentro, piensa que puede ser una buena idea hacerse con algunos otros cuadros que Fish se encargará de falsificar para vender como los originales. Un plan redondo, un dos por uno que se irá al traste cuando se percatan de que tienen en su poder una serie de cuadros que nadie quiere comprar.
La novela combina momentos cercanos al género paródico -tengamos en cuenta que la materia prima original, o sea, el robo real, no deja de tener sus toques surrealistas- con otros francamente violentos. Paródico puede resultar el modo de acceder al museo y la reacción de los personajes que dan vida a quienes deberían ejercer de guardas de seguridad del mismo -por momentos y salvando las distancias me recuerda al atraco al banco del maestro Westlake-. Surrealistas pueden parecer algunos personajes, como Jeffrey Robbins -director del museo- y su mujer, ansiosa por poner fin al matrimonio pero con falta de decisión para hacerlo. Y violento es Cazale, un matón a quien el mafioso neoyorquino ha encargado que vigile de cerca el buen funcionamiento de la operación.
Una muy buena novela que, además, hace que nos preguntemos algo que de vez en cuando ya se cuestiona cuando aparece un nuevo cuadro en los sótanos más ocultos de algún museo y varios especialistas se ponen de acuerdo -o no- a la hora de atribuírselo a un maestro de la pintura o a alguno de los discípulos de su taller: ¿cuántas de las obras que vemos colgadas de las paredes de esos museos son auténticas y cuántas son falsificaciones casi perfectas?
Lean Fraude y tal vez no saldrán de dudas, pero seguro que pasan un rato estupendo.
Cojón, la compré el sábado. Estaba barata…
Buena compra. También me gustó mucho «Día de paga», del mismo autor