«Hambre a borbotones», de Álber Vázquez, por Ricardo Bosque

hambreRicardo Bosque

Más vale tarde que nunca, así que, aunque con unos cuantos meses de retraso respecto a la fecha de publicación, acometo finalmente la lectura de una novela que ya, desde la portada, me resulta francamente atractiva; que desde el título, me recuerda a otra –Sangre a borbotones– de Rafael Reig con la que disfruté como un enano allá a principios de siglo y que incluso me inspiró para la última de las mías, Cuestión de galones; que desde la sinopsis de la contraportada me está pidiendo a gritos: “Cómeme, cómeme”.

Y aunque uno es fiel a muerte a la novela negra, de vez en cuando conviene cambiar de miras o, cuando menos, abrir la mente a otros manjares, degustar otro tipo de libros que no respondan precisamente a los cánones establecidos, algo sumamente apreciado por alguien como servidor que, en más de una ocasión, se ha confesado admirador de las obras de género negro que pegan un puñetazo sobre la mesa y se salen descaradamente de la ortodoxia establecida.

¿Pero es Hambre a borbotones novela negra? Bueno, desde luego que hay muertos, hay policía solitario y hay investigación en marcha, pero hay mucho más. Hay sangre. Hay apetito desbocado. Hay sexo aquítepillo-aquítemato (literalmente). Hay masoquismo gastronómico (si, ya que los toros son cultura, el canibalismo puede considerarse como haute cuisine). Hay asesinos en serie que dejan su huella allá por donde pisan. Hay camareras ambiciosas. Hay matones que combinan la lujuria desenfrenada con la afición desmedida por la violencia gratuita. Hay pintores emergentes que no se cortan la oreja al estilo Van Gogh pero todo se andará. Y hay una familia que ríete tú de los Adams.

Una familia muy bien avenida, nada desestructurada, compuesta por un padre y dos hijos, mellizos, a quienes su madre, al morir, legó una galería de arte en el centro de la localidad imaginaria de Centenario. Dos hijos muy diferentes, inteligente y emprendedora Alicia, torpe y voluntarioso Ismael, a quienes unen dos cosas: el amor y el respeto por la familia y la afición a la carne. Poco hecha, a poder ser.

Pasión ésta inculcada precisamente por el patriarca de la familia, ya retirado de su actividad cotidiana pero no de sus gustos culinarios, lo mismo que se la inculcó a Clara, la relaciones públicas de la galería de arte, chica desequilibrada y enamoradiza donde las haya.

Con este punto de partida -familia canibal, prestigiosa galería de arte- construye Álber Vázquez una locura desenfrenada, mezcla de pulp y gore, de sexo al estilo de aquellas fotorevistas pornoilustradas de los años setenta y ochenta del pasado siglo y secuestradores frustrados que recuerdan a los patéticos protagonistas de Fargo.

Leo por ahí que Álber Vázquez, a quien no tengo gusto de conocer pero con quien no me importaría compartir un chuletón a la piedra -casi crudo, saignant, que dirían los gabachos con estrella Michelin- es un reconocido autor de novela bélica ambientada en el siglo XVIII. Leo en la presentación que el autor hace de su novela que tenía ganas de cambiar de registro, porque siendo de esos hombres que se hicieron escritores para ligar, la mayor parte de los halagos por la obra producida hasta el momento le ha llegado de otros hombres y él, francamente, prefiere a las mujeres.

No leo pero intuyo que Álber Vázquez se lo ha pasado pipa ideando y escribiendo esta historia que, casi al final, parece írsele de las manos, como si los personajes se hubieran puesto en pie ante el autor y le hubieran gritado: “Álber, tú nos has creado, pero ahora nosotros vamos a hacer lo que nos salga de la puntalnabo”.

Lo que sí ha conseguido, desde luego, es hacerme pasar un par de tardes gloriosas, divertidísimas, con esta novela negra de la que no desvelaré nada más pues la sorpresa en la cara del lector conforme va avanzando la trama es clave para su disfrute.

¿Novela negra? Bueno, dejémoslo más bien en roja, roja como la carne que el médico tiene la puta costumbre de prohibirnos a poco que se nos desmadra el índice de colesterol en sangre. Del colesterol malo, que del bueno poco dicen los matasanos aunque lo tengas por las nubes.

 

Hambre a borbotones
Álber Vázquez
Expediciones Polares

5 comentarios en “«Hambre a borbotones», de Álber Vázquez, por Ricardo Bosque

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