Muy de ciento a viento -no más de una vez al año, desgraciadamente- me encuentro con una novela que me agarra de las solapas y me saca de la rutina a que ya nos hemos ido acostumbrando de tramas calcadas, de investigadores más o menos agraciados o desagradables, de situaciones que parecen inspiradas en cualquiera de las noticias de la sección de sucesos de cualquier diario o de un telediario sensacionalista de un canal cualquiera.
Me sucedió con Perdida, de Gillian Flynn; con Subsuelo, de Marcelo Luján; con Lo que nos queda de la muerte, de Jordi Ledesma; con La mala hierba, de Agustín Martínez. Me sucede, este año que acaba de comenzar, con Mírame, de Antonio Ungar.
¿Denominador común de todas ellas? Historias criminales que transcurren en la intimidad familiar, entre cuatro paredes, sin reflejo mediático, en las que el odio y la maldad están latentes y presentes si bien quedan circunscritas a un entorno cerrado, invisible a los demás. Y es que suscribo lo dicho hace unas semanas por el citado Marcelo Luján en una entrevista publicada en Diario de Navarra: “Lo negro ya no tiene tanto que ver con lo detectivesco como con el mal, que es una dimensión mucho más potente”.
Mírame es una historia de odio al diferente, de xenofobia llevada al extremo encarnada en un personaje -el narrador, del cual jamás sabremos su nombre- para el que todos los no franceses -la acción transcurre en un París que tampoco se cita en ningún momento pero que es fácil de adivinar- son oscuros, independientemente de que provengan de países árabes, del este de Europa, de Asia o de Latinoamérica: “Al otro lado de los patios, en el quinto piso del número 21 de la Rue C, hay ahora una familia. Llegaron el lunes. Son oscuros. Hindúes o árabes o gitanos. Han traído a una hija”.
Mírame es una historia escrita en forma de diario que requiere de tan solo dos personajes -el narrador y la vecina de enfrente, hija de los oscuros- para enfrentarnos a la realidad de grandes ciudades y de pequeñas localidades, a ese resquemor generalizado que, de vez en cuando, alcanza su extremo más peligroso en la figura de algunos perturbados como el protagonista, un tipo solitario -tan solo se relaciona con el recuerdo de su hermana muerta- y automedicado para sobrellevar el día a día de su no diagnosticada pero evidente psicosis.
Mírame es una historia de pasión destructiva, de soledad, de cazadores cazados, de obsesiones que auguran un desenlace dramático que no tardará en llegar: las escasas 190 páginas de la novela son otro aliciente muy a tener en cuenta a la hora de enfrentarse a su lectura. ¿Para qué más extensión, para qué más paja si en una píldora como esta puedes concentrar tanto odio, tanta maldad, tanto desequilibrio mental?
MírameAntonio Ungar
Anagrama