“Siendo joven había sido asignado a una comisaría del centro de Buenos Aires. En ese barrio, en esa época se concentraba la mayor cantidad de hoteles de la ciudad. A cada rato había un llamado de alguno de ellos. Había que ir a levantar el cadáver de alguien que había decidido matarse en algunas de sus habitaciones. Jóvenes, viejos, con motivo o sin él: pálidos cadáveres sumergidos en las aguas teñidas de sangre de la bañera; el arma caída junto a la mano inerte del tipo que se voló la cabeza; la mujer como si durmiera, en la cama, el vaso de whisky y el frasco de píldoras, ambos vacíos, sobre la mesa de noche; la nota; aquel viejo muerto en el sillón frente al televisor encendido del que nunca se supo qué utilizó para ponerle fin a cualquiera que fuera el asunto que lo atormentaba, el comentario de un policía viejo: “Qué mala está la tele últimamente”; el muchacho que se arrojó de la cornisa justo a la entrada, manchando la reputación del establecimiento. Eso fue para él ser policía: contacto permanente con la tragedia, con las vidas perdidas, con los seres más abyectos y los más desvalidos de la sociedad.”
Sí, hablamos del perro Lascano, criatura literaria de Ernesto Mallo y ya en nuestro imaginario colectivo. Bien es cierto que no es el principal protagonista, pues ahora se encuentra retirado y alejado de la acción policial, ese papel principal lo tomará otro, del que es mejor hablar poco por no estropear la gracia de la ficción.
El Muerto, mejor usar el apodo que el nombre, será quién sostenga la ficción, de principio a fin y puede que le de ese toque más bestia a esta obra, no por algo es un delincuente de verdad, un cabrón con pintas, un tipo de los que hay que tener mucho cuidado.
Sus actos, el ambiente en el que se mueve y esa prosa tan porteña hacen de él algo singular, levanta grima, temor y atracción. Es como un animal salvaje que vive entre nosotros, es peligroso y al mismo tiempo producto de la sociedad en la que vive, de la que se nutre y las más de las veces parasita, también es la que le intenta encerrar, controlar y castigar.
Algo tiene esa prosa argentina que combina perfectamente con los criminales más duros, también hay que señalar que la policía, excepto excepciones, tiene tanto peligro o más que los delincuentes, teniendo por momentos dudas de quién debería pagar por sus crimines. El universo creativo de Ernesto Mallo aparece aquí más humano, o al menos a mí me lo ha parecido, tal vez por encontrarnos frente a frente a individuos en solitario en circunstancias más que complicadas.
El Muerto huye y a su paso tira por la calle del medio sin pensar ni un suspiro en el daño provocado y en sus consecuencias. De otro lado Lascano recibe una confidencia/chivatazo sobre los asesinatos de sus padres, hecho que le marcó muy profundamente. Ambas tramas confluyen y ahí creo que se esperaba, o yo lo esperaba, algo salvaje y bestia, pero el tono tan bruto de la narración no permite mucho margen para el salvajismo y no es que disculpe al autor, al que sigo con deleite en toda su creación literaria, sino que me intento poner en su lugar.
De Ernesto Mallo poco puedo decir, me considero un rendido admirador, me ganó su compañero/amigo Lascano allá por la primera novela, el resto es un viaje placentero que se acentúa con este nuevo episodio. A los que no conocen al escritor es buen momento para comenzar, aunque les aviso de que es una narración dura, de las de verdad.
El hilo de sangreErnesto Mallo
Siruela