Jesús Lens
Lo sé. Es una afirmación muy osada y puede provocar que algún amigo me retire el saludo a partir de este momento, pero no solo lo mantengo, sino que estoy dispuesto a pelearme con quien sea menester para defender mi tesis: los Guerrero, el clan protagonista de Gigantes, la serie de Movistar, están directamente emparentados con los Corleone de Mario Puzo -que este año cumple su 50 cumpleaños- y Francis Ford Coppola.
¿Se acuerdan del arranque de El Padrino, cuando Vito Corleone le decía al Turco que no se quería meter en el negocio de la heroína? Pues Abraham Guerrero, un totémico José Coronado, es de la misma opinión: no le ha hecho falta enfangarse en el complicado y letal mundo del narcotráfico para convertirse en el patriarca de los bajos fondos de Madrid, que no hay más que ver cómo se sienta en mitad de Cascorro, en día de mercadillo.
Abraham, como Don Corleone, tiene hijos con caracteres muy diferentes entre sí, por mucho que los tres se hayan criado en un mundo duro y violento. Daniel sería el más parecido a Sonny Corleone. Impulsivo y violento, la composición del personaje que hace Isak Férriz es una de las grandes revelaciones de Gigantes: cada vez que está en pantalla, la tensión crece y la violencia amenaza con desbordarse.
Tomás, interpretado por Daniel Grao, sería más Michael, frío y cerebral, todo un hombre de negocios dispuesto a lo que sea con tal de blanquear sus oscuros orígenes. Y está Clemente, Clemen, ingenuo y bonachón. El eslabón más débil. Como Fredo, por mucho que le guste pelear y luche por convertirse en un boxeador decente.
Alrededor de los Guerrero pululan distintos personajes, cada uno con su identidad propia y la entidad suficiente como para hacer avanzar la trama, desde sicarios y hombres de confianza al estilo de Clemenza o de Al Neri, a policías corruptos y expertos en inteligencia.
Enfrente, los Guerrero tienen a un clan gitano que no se andan con chiquitas a la hora de defender su territorio. Y sus negocios. Y a su gente. Pero también están las nuevas y pujantes mafias de la droga, esos cárteles que utilizan a España como puerto franco, como puerta de entrada de la heroína y la cocaína que distribuyen por toda Europa.
Estas son las mimbres de una de las series más negras y más criminales de la televisión española contemporánea, cuya segunda tanda de episodios está a punto de llegar, en marzo.
Detrás de Gigantes, cuyos primeros seis episodios se me pasaron a una velocidad vertiginosa y que me apresto a volver a ver estos días, está uno de los grandes directores del cine español: Enrique Urbizu, II Premio Granada Noir por toda una carrera dedicada al género negro.
Cuando estuvo en Granada, hace un par de años, ya nos adelantó que estaba trabajando en algo para televisión, lo que hizo que todos los que nos tomamos la vida en serie, nos relamiéramos de gusto. El resultado, espectacular.
El propio Urbizu, que ha trabajado los guiones con su escritor de cabecera, Michel Gaztambide y con Miguel Barros, dando forma a una idea de Manuel Gancedo; es director de los primeros episodios de la serie. Los demás los filmó Jorge Dorado, pero Gigantes rezuma a Urbizu por los cuatro costados.
Por ejemplo, resulta imposible no acordarse de Santos Trinidad, el majestuoso protagonista de ese western-noir que es No habrá paz para los malvados, al contemplar en pantalla a Abraham Guerrero.
Y mucha atención al elenco femenino de la serie. Al principio, parece que las mujeres van a tener un papel secundario en la trama. Que, como en tantas ocasiones en el género negro, van a ser esposa de, hija de o amante de. Sin embargo, a medida que avanzan los episodios, iremos viendo crecer a algunas de las mujeres de la estirpe de los Guerrero, igual que Connie Corleone y Kay no se limitaban a desempeñar el papel que la Familia les tenía reservado.
Voy a volver a ver Gigantes, pero sin el ansia viva de la primera vez, sin los nervios por saber qué pasará a continuación. Porque en la serie de Urbizu pasan muchas cosas. Y a mucha velocidad. Y muy sangrientas. Como el cineasta se ha encargado de remarcar, la primera temporada de Gigantes no es una película de seis horas, como podría sugerir algún cinéfilo trasnochado. Es una serie. Y en una serie, las secuencias tienen que hacer avanzar la trama con ritmo vivaz. Como bien señaló el compositor Lalo Schifrin, componer música para el cine es como escribir una carta; componerla para la telev isión es más parecido a escribir un telegrama.
Vean Gigantes. Reconocerán mucho de El Padrino en sus personajes, tramas y situaciones, pero la serie de Urbizu, enorme, no necesita de referentes o comparaciones con la obra magna de Coppola para erigirse en una de las grandes historias negro-criminales del siglo XXI.
@jesus_lens