Empecemos por el principio: ésta no es una nueva entrega de las aventuras de Bevilacqua y Chamorro.
Se preguntarán por qué empiezo con esta frase pero, en realidad, es la última que he escrito. Y les explico por qué. Siempre que comento un libro acostumbro, al acabar la reseña, a dar un vistazo por la web para leer otros comentarios sobre el mismo título y chequear cómo ando de sintonía con la opinión general (llámenlo curiosidad morbosa, falta de autoestima… o soberbia, según los casos). Pues les diré que esta es la vez en la que mi opinión difiere más categóricamente de la mayor parte de las críticas que he visto sobre la novela. De ahí el aviso, porque muchas de ellas se refieren a Bevilacqua y, por ello, no me parecen justas.
Son muchos los que comparan negativamente a Púa con las historias de nuestros queridos guardias civiles: que si no tiene el ritmo de aquéllas, que si está inflada de reflexiones filosóficas y moralistas, que si la historia no tiene “chicha” …, ¡si alguno hasta la tilda de pedante! En fin.
A pesar de que ha escrito muchos otros títulos de otros géneros, sobre otros asuntos y con otros personajes, es evidente que el autor (ya se sabe que en España no hay felicidad completa) tiene sobre sí la sombra del “picoleto” como castigo por su deslumbrante éxito; parece que no puede escribir nada más. Pero digámoslo de una vez: desde mi criterio estrictamente personal, ésta es una de las más interesantes novelas de Lorenzo Silva. Que no es una novela negra (o más bien, una novela policiaca, que es lo que, en mi modesta opinión son las de la serie de Bevilacqua y Chamorro), sino que estaría más cerca del thriller, del que tiene muchos elementos. Pero es mucho más que eso. Es pura y simplemente una novela, una muy buena novela, sin etiquetas, sólo buena literatura.
Desde la más descarnada sinceridad autocrítica, el protagonista sin más nombre que su “nombre de guerra”, Púa, un antiguo agente de las llamadas “cloacas del Estado”, narra, alternando capítulos, la historia de su trayectoria en la guerra sucia contra ETA y otra historia personal -pero que no puede deslindarse de la primera-, con la hija descarriada de un viejo compañero y con sus propios recuerdos. Historia que desencadenará una catarata de acontecimientos que, procedentes del oscuro pasado, abocan a un inquietante futuro. Y, tanto en la una como en la otra, es la visión íntima y personal del protagonista la que prevalece a lo largo del relato y la que, sorprendentemente, parece no gustar a algunos.
Sorprendentemente, porque es un hecho que Silva dotó también a su principal criatura de ese elemento reflexivo y no es cierto en absoluto que el autor infle este relato de filosofía barata. Lo que sí es verdad es que una de las grandes bazas de esta historia es el relato inmisericorde y nada autojustificativo que hace, en primera persona, el narrador protagonista de sus decisiones y de sí mismo. No es moralina, es introspección. Pero no crean que Silva se queda ahí porque, después de un inicio algo perezoso, la novela coge el punto justo de intensidad y ritmo para mantenernos sobradamente enganchados a sus páginas.
Siendo el trasfondo histórico de Púa un asunto real y todavía hoy tan controvertido (esa cara oculta del poder que nunca desaparece del todo…), es conjurado por el autor con la advertencia previa de que “esta es una historia de ficción”, dejándonos sin pista alguna que nos permita identificar nada ni nadie del ambiente profesional de Púa. Y tampoco deja traslucir su postura sobre las condenas o las justificaciones que pudieran esgrimirse al respecto, más allá de la políticamente correcta afirmación -incluida en una de sus citas preliminares- de que “según dice Séneca nunca la virtud se debe ayudar con el vicio”.
El juicio de cada cuál queda, por tanto, en los hechos descritos, en los escasos pero muy efectivos diálogos, en la solvente creación de los principales personajes de las dos tramas entrelazadas y, por encima de todo, en el constante diálogo interior del protagonista absoluto de la novela sobre sus actos y sus motivos, sus decisiones y sus ausencias, su valor y sus miedos, sus lealtades y sus traiciones. Las suyas y las de los otros: es ése el factor humano que hace que, ante tesituras iguales, la reacción de cada uno no sea siempre la misma.
Si, a menudo, los redactores de las contraportadas caen en los tópicos más manidos, en este caso aciertan de pleno cuando califican esta obra como “un thriller magistral sobre la condición humana”. Eso es Púa, señores. Ni más, ni menos.
Púa
Destino
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