Ángel Luis Pastor
“Los Ángeles era sol; Los Ángeles era oscuridad. Los Ángeles era el sueño dorado y la promesa no cumplida. Era autopistas y atascos, desfiladeros y esmog, estrellas arrancadas del cielo y sepultadas en las aceras. Era siete millones de almas soñando el sueño, vagabundos, estafadores y políticos corruptos. Los Ángeles era el lugar al que venían los blancos para comprobar que no quedaba sitio. Para la policía era un campo de batalla; para los delincuentes, un terreno de juego, y para los residentes en Watts, «Alabama empeorado». Misisipi con palmeras.
Los Ángeles era donde podías conducir el día entero y no llegar nunca, una ciudad conectada y diseccionada por autopistas que se retorcían como serpientes en la noche. Era tanto saqueadora como saqueada. Los Ángeles crecía con contratos del ejército y la pulsión de muerte de la Guerra Fría, pero engañaba al mundo haciendo que pensase que era el negocio del glamur. Los Ángeles era la hermosa mentira.”
Ya les dije que Ray Celestin era un “crack” con los comienzos, ¿recuerdan? Pues ahí tienen otro ejemplo.
Con Sunset Swing, cuarta y última entrega de su City Blues Quartet, Ray Celestin culmina su relato novelado de la Historia de la Mafia desde los años 20 hasta los 60 (de 1918 a 1967, para ser exactos). Una Historia que, en este volumen, tiene un peso menor que en los anteriores: uno de los co-protagonistas es mafioso -aunque medio jubilado-; una de las víctimas -hijo de un ‘capo’ real, Nick Licata-, también; y algunos otros mafiosos deambulan por la trama, pero poco más. Quizás esto sea un reflejo de la “Cosa Nostra” californiana en esos momentos: la ‘mafia Ratón Mickey’. Antaño todopoderosa por su “convivencia pacífica” con el poder y ahora tan en declive, que ha quedado reducida a simple peón en el tablero de juego de la CIA. Una CIA metida en turbios negocios en los que usa la Mafia como mero distribuidor en la ruta de tráfico de drogas urdida a través de Johny ‘El Guapo’ Roselli (otro gánster real de la novela) probablemente implicado en el intento de asesinato de Fidel Castro y en el magnicidio del presidente Kennedy. Una CIA que, con la ayuda del agente doble White (también personaje real del relato), neutraliza el trabajo de la Agencia Federal de Estupefacientes, que terminaría siendo un títere en sus manejos. Una CIA, por último, metida en algo tan ‘marciano’ como los experimentos ilegales sobre control mental con LSD, en una clínica de la ciudad.
En un ambiente -literal y figuradamente- asfixiante por los catastróficos incendios forestales (con el humo alzándose kilómetros en el cielo) y por el cálido y seco Santa Ana, el viento del desierto, se desarrolla una compleja historia con varias subtramas y una magistral combinación de personajes reales convertidos en ficción y personajes de ficción que bien podrían ser reales. Una historia marcada por la misma antigua, profunda e incondicional amistad entre Ida Davies y Louis Armstorng que recorre las páginas de las cuatro novelas, en las que se “respira” el aroma del misterioso vudú de Luisiana, condensado en el omnipresente libro Gumbo Ya-Ya. Y todo con el fondo de jazz de las creaciones de Chet Baker, Alone together y del propio Louis, What a wonderful world, que abren y cierran, respectivamente, la novela.
Michael Talbot (antiguo policía, luego compañero en la mítica Agencia Pinkerton y, finalmente, socio de Ida Davies) ya no está. Su muerte pesa aún en el corazón de Ida que, con 67 años, ya se ha jubilado. Pero, cuando una de las víctimas aparece con una nota con su nombre, su amigo el inspector Feinberg solicita su ayuda. Y se pondrá a la tarea junto a Kerry Gaudet, una enfermera militar destinada en Vietnam que ha viajado a Los Ángeles para buscar a su hermano menor desaparecido.
Por sus páginas pasean algunos personajes nuevos, como el asesino de los casos de esta novela, el ‘Matarife Nocturno’, los mafiosos y agentes citados más arriba o el por entonces Gobernador de California, Ronald Reagan. Y viejos conocidos de las entregas anteriores (El lamento del mafioso, El blues del hombre muerto y Jazz para el asesino del hacha): la protagonista, Ida, el sicario Faron, Dante ‘El Caballero’ (un gánster ‘bueno’, si se me permite la expresión) o un Louis Armstrong ya viejo, cansado y enfermo, que ha visto desfilar a generaciones de mafiosos en Nueva Orleans, Chicago, Nueva York y, ahora, Los Ángeles.
Aunque en una edición algo descuidada, con numerosos errores tipográficos, la novela tiene méritos de sobra. El mayor, la magnífica recreación de los personajes. En especial -para mí- los “viejos” de la historia, Ida, Louis y Dante, que ya están de vuelta de todo pero que, en su mirada escéptica, aún conservan una firme esperanza en la vida. Para el propio autor, en cambio, es el agente White, “un «malo» tan perfecto que centré el relato en torno a él”, según sus palabras textuales en el Epílogo. Quizás a cambio de esta superior calidad introspectiva, el relato tiene algo menos de tensión narrativa que las tres anteriores, aunque sigue siendo, pese a todo, igualmente recomendable. O quizás sólo sea el ‘bajón’ de saber que el Cuarteto ha terminado…
Léanla y sáquenme de dudas.
Sunset Swing
Alianza Editorial
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