Sergio Torrijos Martínez
El arranque de la novela es negrísimo y se conjuga perfectamente con el tono porteño que casa tan bien con la novela negra. No sé muy bien cómo considerarlo, si como tono o como deje propio de aquellas latitudes, es cierto que la narración crece a ritmo de tango, con esas frases cortantes, secas, definitivas, que de alguna forma parece un dialecto de nuestro castellano ideado para la novela negra. Es verdad que hay algunos términos que cuesta adivinar su significado exacto, son demasiado locales, pero con ayuda de la RAE, que ha juntado multitud de interpretaciones de una misma palabra, se solventa el asunto.
La acción es vista desde los ojos de una niña de quince años que por momentos se siente desbordada y en otras ocasiones se supera a sí misma y se incluye dentro de esa turbiedad propia de los delitos violentos. La protagonista se llama Ámbar y da título a la novela. Todo el artificio de ficción gira en torno a ella y su voz es la que nos conduce por toda la narración. Pero, y este es un señor pero, también es una niña y como el autor comprende sigue siendo una niña durante todo el relato y como tal, siguiendo la lógica más simple, tiene unas necesidades que se alejan de la vida a salto de mata que es propia del mundo del crimen o de la criminalidad.
La psicología de la protagonista es un punto fuerte dentro de la obra. Sus contradicciones y sus intereses están perfectamente reflejados, se percibe en cada rincón de la narración esos momentos tan confusos que representan la pubertad. Esa lógica tiene su reflejo en el relato y hace que se pierda algo de fuelle en el espacio de la trama negra, termina por tener un camino muy sinuoso con bajadas y subidas que provocan que se pierda algo de tensión literaria.
El relato tiene momentos que casi cae en la confusión, pues la protagonista/narradora está muy alejada de la parte sustancial de la trama. El autor no ha previsto cambiar de foco la narración, lo cual hubiera implicado dar voz al padre de Ámbar y probablemente mover el relato a un territorio aún más negro. Así el relato se aleja de lo negro para encontrarse en el punto final y en el trayecto ha desaparecido mucha información o al menos a mí me lo ha parecido. El padre es un personaje de violencia desatada, puede que el mejor de la obra. No tiene un ápice de piedad, es tan violento como todo su mundo que es radicalmente criminal.
Es una obra interesante, me ha gustado sobre todo el empleo del lenguaje, muy argentino y muy propio para este tipo de relatos. El uso del lenguaje es más localista de lo que nos acostumbra Ernesto Mallo o Sergio Piñol, para mí dos enormes escritores también del país austral, de los que creo que tiene influencia o al menos a mí me lo ha parecido.
Un obra de interesante lectura, denle una oportunidad.
Ámbar
Grijalbo
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