«A la caza de la mujer», de James Ellroy, por José Luis Muñoz

José Luis Muñoz

Novelar la propia vida siempre tiene un riesgo: que ésta carezca de suficiente entidad como para ser contada, pero la vida de James Ellroy es en si misma una novela tan negra como la suma de todas las ficciones que salen de su cabeza.

En el fondo de A la caza de la mujer, que no acaba de ser unas memorias al uso, está la búsqueda obsesiva del escritor californiano de esa madre que perdió en trágicas circunstancias siendo niño. El libro más personal de Ellroy, más que una novela, es una confesión en el diván del psiquiatra de sus traumas y fobias más profundos, de sus coqueteos con los estupefacientes y sus relaciones con las mujeres en las que siempre buscó a su progenitora. Y un ejercicio de puro narcisismo sin complejos, porque este peculiar novelista de género negro, uno de los más importantes e influyentes de la década, con un currículo de obras impresionantes a sus espaldas como La Dalia Negra, L.A. Confidential, Sangre en La Luna, América y un largo etcétera, es un egocéntrico compulsivo que se cree que el mundo gira a su alrededor y delira diciéndose que es el mejor escritor del mundo.

Con tanta autoestima, A la caza de la mujer nos confirma el Ellroy más adusto y antipático que siempre hemos visto e intuido, de ceño fruncido y ademán amenazante, una imagen que ha cultivado desde el principio de su carrera literaria, un personaje al que es absolutamente fiel en todos los párrafos de su novela autobiográfica que parece escrita para reafirmar ese aureola de tipo duro que le precede y que nadie pone en duda.

Nos habla Ellroy en este libro, inusualmente breve para el número de páginas a que nos tiene acostumbrados, del trauma que supuso el asesinato de su madre, Jean Hilliker, que inspiró una de sus más exitosas novelas, La Dalia Negra (Ahora Jean Hilliker tendría noventa y cinco años. La Maldición tiene cincuenta y dos. He pasado cinco décadas en busca de una mujer a fin de destruir un mito); de su obsesión enfermiza de allanar casas para espiar a mujeres en su juventud; de sus vicisitudes literarias; de sus problemas con el alcohol y las drogas; de su afición a los perros agresivos con los que se mimetiza; de su racismo sin complejos unido a una religiosidad extrema cercana al Tea Party; de su devoción por Beethoven, del que utiliza una cita para abrir el libro; de sus irracionales ataques de hipocondría viendo cáncer en cualquier bulto extraño, hasta en los granos y eczemas; de las adaptaciones cinematográficas de sus libros y del dinero que ha ganado con ellas; de las mujeres que han pasado por su vida, algunas tan extrañas como él, y en las que ha estado buscando siempre a esa madre muerta (Christine fue la tercera. Más que con el sexo, enloquecía con los granos. Nos liamos a principios del 71 y nos veíamos periódicamente. Yo me enzarzaba en peleas con sus numerosos novios. Chris era poetisa y dermatóloga frustrada. Mi espalda asaltada por el acné despertaba su deleite.

Y lo hace con su estilo habitual, la frase pistoletazo, seca, corta, desnuda y sin adjetivos, de una aridez premeditada que es su seña de identidad, que si en sus novelas negras funciona a la perfección, aquí no acaba de cuajar.

Madison, Wiscosin, estaba junto a un lago y era frío como la mierda de pingüino. Un campo cubierto de nieve flanqueaba la casa de la tía Leoda. El primer día me enzarcé en una guerra de bolas de nieve. Una bola con la corteza helada me reventó en la cara y me aflojó varios dientes. Me encerré en un dormitorio trasero a cavilar.

El principal problema de este libro no es otro que su protagonista: James Ellroy. Si lo comparamos con otra novela autobiográfica reciente, Verano de Coetzee, el abismo resulta brutal. Con Ellroy cobra pleno sentido la frase de Margaret Atwood: Interesarse por un escritor porque nos gusta su libro es como interesarse por los patos porque nos gusta el foie-gras. Así es que espero su próxima novela policial, que en ese campo el pitbull Ellroy casi siempre suele ser magistral. Foei-gras.

A la caza de la mujer
James Ellroy
Mondadori


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