No hacen falta grandes explosiones, ni tramas enrevesadas hasta la náusea, que precisen de una explicación final, ni persecuciones, ni grandes dosis de violencia, ni camas convertidas en un set de lucha libre para armar una buena historia cinematográfica que conjugue el género negro con el amor. Y como muestra de lo dicho esta coproducción argentina, española y alemana que es Todos tenemos un plan, dirigida por la debutante Ana Piterbarg, sobre una historia propia, y catapultada internacionalmente por la presencia de Viggo Mortensen, que también la produce.
Agustín (Viggo Mortensen) lleva una vida plácida y acomodada como pediatra en Buenos Aires en pareja con Claudia (Soledad Villamil). Cuando ésta decide adoptar a un bebé, la vida de Agustín se desmorona y cae en picado. A la crisis de pareja se une la visita de su hermano mellizo Pedro (Viggo Mortensen), un apicultor que vive en la región del Delta, una zona inhóspita de ríos y lagos. Agustín, harto de su vida, ve la posibilidad de adoptar la identidad de su hermano, pero nada sabe de su vida turbia ni de las cuentas pendientes que dejó y su nueva existencia impostada será todo menos plácida.
Que una realizadora, con un escaso bagaje cinematográfico a sus espaldas (documentales televisivos, ayudantías de dirección) sea capaz de, en su primera película, hacer una obra redonda no es algo habitual. La argentina Ana Piterbarg demuestra soltura tras la cámara, capta ambientes siniestros (cruciales, para la trama angustiosa, esos paisajes del río recorridos por las barcas de los habitantes del pantano), mantiene la tensión durante todo el metraje a partir de ese explosivo prólogo en el que presenta a tres de sus personajes, y ahonda en la dualidad del ser humano con la suplantación que Agustín, el buen hijo, el “recto” ( y los que vean la película entenderán el sentido último de las comillas) hace de Pedro, el díscolo, cansado de su vida plana y decidido a adquirir otra.
Pero Todos tenemos un plan no es solo un relato negro finamente hilvanado, sino también una apasionada historia de amor, la que vive Agustín, interpretando a Pedro, en los pantanos con la medio niña Rosa (Sofía Gala Castiglioni), alias Pichona, y una fábula sobre hasta que punto alguien es capaz de llevar su impostura cambiando su vida por otra y si eso es posible. Sin duda contribuye a que la película sea redonda su guion, escrito por la propia directora, y la sabia elección de sus actores, especialmente Mortensen, que ofrece todo un recital de matices y sutileza en su triple interpretación (Agustín, Pedro y Agustín interpretando a Pedro); Daniel Fanego como el villano Adrián, al que presta un físico inquietante y perverso; y Sofía Gala Castiglioni que imprime frescura y ternura a su papel de Pichona. La efectiva fotografía de Lucio Bonelli, convirtiendo al paisaje lacustre y ribereño en el otro gran protagonista de la historia, y la brillante partitura de Lucio Godoy y sus hábiles subrayados musicales, contribuyen a hacer de Todos tenemos un plan un thriller modélico.