Novela: «Como bestias», de Violaine Bérot

plantilla-libroTeresa Suárez

«Las bordas servían para guardar el heno y dar de comer al rebaño en primavera. Nadie vivía allí arriba, se usaba solo para el ganado. La gente vivía en el pueblo. Fueron los que llegaron después los que tuvieron la ocurrencia de instalarse más arriba. Empezaron a comprar ruinas aquí y allá, en todos los valles, y a restaurarlas como viviendas. Eso antes no se hacía. No, eso no se hacía».

Sinopsis:

«Un pueblo aislado en las montañas; un joven de fuerza sobrehumana con un don para sanar a los animales; una niña que aparece de la nada y que desata todos los rumores en un valle en el que todavía resuenan antiguas leyendas y misterios».

Como bestias, de Violaine Bérot, «primera entrega de un proyecto de escritura llevado a cabo desde hace tres años en diversos lugares», es una obra que, a lo largo de sus ciento treinta y ocho escasas páginas, discurre entre el territorio de la fábula y la novela negra.

Un excursionista denuncia a la policía el avistamiento, en la montaña, de una niña, de unos seis o siete años, acompañada, únicamente, de un burro y de El Oso (alguien especial y pacifico para éstos, un animal peligroso para aquellos, un deficiente que debería estar encerrado para muchos), conocido por todos los habitantes de la zona.

Murmuraciones, prejuicios, calumnias, envidia y miedo. La identidad de los personajes, especialmente de la niña y de El Oso (los dos únicos que no tienen voz en toda la novela), se construye a través de la mirada de los otros:

De la maestra: «En un centro especializado habrían podido ayudarlo. Atenderlo mejor. En fin, eso creo (…) ¿De verdad cree que él ha podido criarla, cuidarla, protegerla? ¿Él solito? (…) Nunca he pensado que pudiese apañárselas por su cuenta».

Del compañero de clase abusón: «Conservo de él esta doble imagen: una fuerza aterradora y una ternura excepcional. Tal vez le resulte extraño contradictorio, pero no me cuesta nada imaginarlo cuidando de un niño».

De unos vecinos lejanos: «Pues verá, lo que más nos intriga, a mi mujer y a mí, es que Mariette no haya criado a la niña. Que la haya dejado en manos de su hijo (…) ¿Cómo es posible que haya permitido algo así?».

Del vecino más cercano: «¿Que qué es lo que yo pienso? (…) Que habría que dejar en paz a la gente así, gente discreta, que no hace daño a nadie (…) No entiendo por qué los han detenido (…) ¿Y a quién se la habría robado? ¿Y cómo? Si él nunca baja de allí».

O de los cazadores: «No, realmente no creemos en la leyenda, claro que no. Pero no deja de ser algo que se transmite de padres a hijos, la gruta de las hadas es la gruta de los bebés robados».

La narración se compone de una serie de interrogatorios policiales a los habitantes del pueblo, siempre precedidos de un coro de hadas que, a diferencia de las fatídicas de Macbeth, brujas o diosas del destino, intervienen en la historia no para hacer profecías, que influirán en la acción de los personajes, sino para contar al lector esa otra versión de los hechos que se separa de la oficial y que, conocida por todos, se mantiene, al margen, en los límites de la realidad.

Lo mágico y lo rural de la mano.

Cuando hay situaciones que se repiten y que, por su naturaleza violenta o delictiva, avergüenzan a quienes las conocen o las padecen, las comunidades inventan supersticiones que, mezcla de verdad y ficción, buscan mantener bajo secreto una realidad social (la violación de la mujer y su falta de denuncia por la habitual culpabilización a la que se somete a la víctima), porque, de salir a la luz, solo traería desgracias a esa comunidad que calla y otorga («Nosotras las hadas vemos lo que algunos hombres, a veces, hacen a las mujeres sin pedirles permiso. Nosotras las hadas sospechamos lo que puede significar en el mundo de ahí abajo ser niña)».

A través de sus declaraciones a los policías, que investigan la posibilidad del presunto secuestro de la niña, los testigos van tejiendo para el lector el relato de los hechos investigados: cómo es la vida rural y como sienten la “invasión”, silenciosa, de los urbanitas que se van instalando en el valle ansiosos de experimentar esa forma de vida idealizada asociada a la naturaleza, es decir, el bucolismo.

Como bestias habla del resquebrajamiento del mundo rural tradicional, cuyos usos y costumbres se ven alterados, amenazados, por la gente de la ciudad que ve diversión y ocio donde siempre hubo esfuerzo y sacrificio.

Pero Como bestias habla, especialmente, de fragilidad.

Personas con discapacidad que se convierten en blanco de las burlas y el acoso de otras con todas sus capacidades engrasadas, falta de empatía, las complicadas relacionales vecinales, las dificultades de las mujeres solas para salir adelante, una única manera de ejercer el rol de padre o madre y la incapacidad total absoluta para entender el amor cuando este se empeña en no adaptarse a la norma.

Sí, cual tragedia griega, Como bestias, de Violaine Bérot, dibuja todas las caras de la vulnerabilidad.

Y al final, como en toda tragedia que se precie, la fatalidad del destino hace acto de presencia.

Como bestias

Violaine Bérot
Trad.: Pablo Martín Sanchez
Las afueras

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