En 2009, Anagrama publicaba al ganador y finalista de la edición del Premio Herralde de 2008, las novelas Casi nunca, de Daniel Sada y Un lugar llamado Oreja de Perro, de Iván Thays. Pero, siguiendo los acertados consejos del jurado constituido para la ocasión, decidía editar también otras tres novelas que habían destacado notablemente por su calidad. Una de ellas, la que suponía el debut literario del argentino Carlos Busqued: Bajo este sol tremendo.
Pocos meses después de publicada, la novela de Busqued llegaba a casa desde la librería más criminal de la Barceloneta, colada de rondón entre el pedido habitual, un libro no solicitado pero que el librero, con el buen criterio que le caracteriza, había decidido incluir sin consultar. Como suele ser costumbre de la casa, por otra parte. Sin embargo, tal vez su delgadez lo hacía invisible a mis ojos, emparedado como había quedado entre otras novedades que iban llegando y que, en muchos casos, muestran una evidente obesidad mórbida. Esos libros que aunque perdiesen un cincuenta por ciento de su peso y volumen tampoco pasaría nada.
Bajo este sol tremendo, sin embargo, no tiene nada que adelgazar. Nada. Ni una sola de sus páginas, ni uno solo de sus párrafos, algo de agradecer en estos tiempos en los que parece imperar el relleno innecesario hasta alcanzar el tamaño deseado -según muchas editoriales- por el mercado. Bajo este sol tremendo, para que nos entendamos, sería una de esas novelas a las que me gusta comparar con el buen café: negra, corta e intensa. Una novela descarnada, cruel, que a algunos recordará -como se sugiere en la contraportada- a ciertas películas de los hermanos Coen, a otros les sonará a Cormac McCarthy, otros se acordarán de la luna caliente de su paisano Mempo Giardinelli, los menos recordarán a nuestro Pérez Merinero y habrá quien vea toques de realismo sucio impregnando cada una de sus páginas. De acuerdo con todos ellos: todo eso y mucho más es lo que podemos encontrar en la novela de Busqued.
Una novela que arranca con la llamada recibida por un tal Cetarti -parado, aficionado a los porros y a los documentales televisivos- realizada desde un remoto pueblo de Argentina: su madre y su hermano han sido asesinados a escopetazos y alguien, de la familia a poder ser, debería trasladarse hasta allí para dar sepultura a los cuerpos y, de paso, poder recibir lo poco que haya que heredar, entre otras cosas un seguro de vida para cuyo cobro tal vez sea necesario realizar algunas gestiones que bordean la ilegalidad.
Y hasta Lapachito se trasladará Cetarti para allí conocer a Duarte, quien se declara albacea de la fallecida amén de la llave para poder cobrar ese seguro, pues de ilegalidades sabe un rato largo. Y de secuestros express, y de artículos truculentos del Selecciones del Reader’s Digest, y de cine porno, y de maquetas de aviación y de otras muchas cosas de dudosa utilidad que parecen dar sentido a su vida.
Y también conocerá a Danielito, hijo de la pareja más reciente de la madre de Cetarti -y asesino de la misma, por cierto- y compañero de Duarte en sus turbios negocios, otro elemento tan desequilibrado social y emocionalmente como los dos anteriores.
Tres personajes marginales, miserables, codiciosos, carentes de todo tipo de escrúpulos. Pasajes estremecedores por la crueldad que contienen, sin necesidad de mostrar una sola gota de sangre, tan solo limitándose a dejar ver, a través de sus hechos, la esencia de los personajes. Diálogos memorables, cortantes como la novela en sí. Y unos escenarios rurales magníficamente construidos, de pueblos casi muertos, de calles sucias y embarradas sin necesidad de que caiga una sola gota en mucho tiempo porque lo que domina sobre ellos es ese sol implacable a que hace referencia el título de la novela.
Un consejo para terminar: si han sido tan ciegos como un servidor pero tienen la memoria suficiente como para recordar que, en algún rincón de sus estanterías -encajada entre tochos y sin casi poder respirar- puede ocultarse esta sensacional novela, no pierdan un minuto más y léanla. Y si no la tienen por casa, búsquenla en su librería habitual, que la encarguen si es preciso. No se arrepentirán.
Bajo este sol tremendo
Carlos Busqued
Anagrama
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