«La promesa», de Friedrich Dürrenmatt, por Alexis Ravelo

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El infierno en Suiza

Navona rescata para su serie negra La promesa, del maestro Friedrich Dürrenmatt y hablar de ese libro me obliga a contar una experiencia personal.

Nací en 1971. Tengo, por tanto, 42 años. Y como otros miembros de mi generación, tengo el siguiente trauma infantil: un buen día de comienzos de la década de los años ochenta del pasado siglo, mientras tomaba la merienda viendo la programación del horario infantil en una de las dos cadenas que había por entonces, vi una película en blanco y negro, ambientada en Suiza, en la que se contaba la historia de un comisario de policía obsesionado por atrapar a un asesino de niñas. La película estaba basada en La promesa (de hecho, Dürrenmatt colaboró en el guion), se titulaba El cebo y el error de incluirla en la programación infantil (haciendo que poblara durante meses o años las pesadillas de los tiernos infantes que éramos por entonces) debió de deberse a que en los carteles que la anunciaban aparecía un dibujo infantil. O, más probablemente, a que estaba dirigida por Ladislao Vajda, director muy conocido en España por películas como Marcelino, pan y vino, Mi tío Jacinto o Un ángel pasó por Brooklyn. El film, sin embargo, no tenía nada que ver con esas producciones familiares: la fotografía deudora del expresionismo alemán, su banda sonora realmente macabra y, sobre todo, su argumento y personajes (un psicópata impotente que asesina a niñas y un policía que cruza la línea que divide lo moral de lo indecente en su empeño por atraparlo) resultaban perturbadores, tanto para el correctismo en su año de producción, 1958, como para los menores que cada tarde veíamos Barrio Sésamo comiendo el bocata de Nocilla o de aceite y azúcar (dependiendo de si estábamos a principios o finales de mes).

En la adolescencia conocí otras novelas (y el teatro) de Dürrenmatt, que nos mostraba con una sonrisa sardónica que no todo era perfección en aquella utopía socialdemócrata, aquel país imaginario que era Suiza, mencionado siempre con envidia en los encendidos debates sobre cómo tenía que ser este país de nuestros dolores (algo así como lo que hacían en Suecia Sjöwall y Wahlöö), aunque la fuente de sus argumentos no era sociopolítica, sino filosófica: El juez y su verdugo, El encargo o la posterior y fascinante Justicia dan prueba de ello. No obstante, La promesa había desaparecido del mercado editorial. Debió de ser a mediados de los noventa cuando al fin me hice con un ejemplar de la edición de Noguer (1966) de esta novela. Traducida por uno de mis favoritos, José María Valverde (esteta que, como traductor, se atrevió igualmente con Joyce, Shakespeare, Rilke o Faulkner, y siempre, que yo recuerde, con éxito). Pero las traducciones, por eficaces que sean, envejecen. Y, además, La promesa, pese a que conoció otra estupenda versión cinematográfica (dirigida por Sean Penn y titulada en España El juramento), continuaba descatalogada.

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Así pues, esta traducción de Xandru Fernández y su aparición en Navona Negra viene a llenar un injusto vacío y supone todo un acontecimiento (aunque la misma editorial la había publicado en 2008, en otra colección, ya no era posible conseguir ejemplares). Para quienes conocíamos la película y/o la novela, significa el reencuentro con un libro desasosegante y genial. Para los neófitos, una oportunidad de constatar la calidad de la novela negra europea en la segunda mitad del pasado siglo, la cual (aunque ahora se olvide con frecuencia) había dado un salto cualitativo (en cuanto a su altura literaria) con respecto a los pioneros norteamericanos (Dürrenmatt, Sciascia, Vian, Arnaud y, luego, Manchette constituyen, en mi opinión, giros interesantísimos y fecundos en diferentes direcciones). Pero, también, y sobre todo, esta edición constituye la posibilidad de disfrutar de una novela claustrofóbica, sabiamente construida mediante un interesante juego narrativo (que se abre la posibilidad de la existencia de desenlaces alternativos, cumpliendo con la idea de que es imposible aprehender la verdad absoluta sobre fenómeno humano alguno) y que provoca, en último término, preguntas en el lector reflexivo. Se trata de preguntas germinadas en el texto, pero que lo trascienden, porque enfrentan las éticas formales a las materiales, indagan en la contraposición entre medios y fines. Para decirlo menos académicamente: ¿hasta dónde podemos vulnerar nuestra propia ética en la persecución de un fin bienintencionado? ¿Vale la pena el sacrificio de un individuo (en este caso, una niña) para garantizar la seguridad de la sociedad? ¿Cuáles son las fronteras entre el compromiso personal y el fanatismo?

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Friedrich Dürrenmatt

En La promesa, que plantea un argumento que ha sido contado luego muchas veces más, casi hasta la saciedad (un ejemplo español: Plenilunio, de Muñoz Molina) se dan cita, para quien sepa leer entre líneas, Kant y Maquiavelo, Kierkegaard y hasta el propio Xavier Zubiri. Y, de paso, se hace una interesante reflexión sobre las novelas de crímenes, a cuya crítica asistimos en las primeras páginas (no es casualidad que Navona la publique con el subtítulo Réquiem por la novela policíaca).

Pero todo esto viene después. Lo primero es acercarse a este libro inolvidable, acompañar a Dürrenmatt en ese viaje compartido con el doctor H., quien le descubrirá la inquietante figura del comisario Matthäi, Matthäi Jaquemate, y le contará la historia de su último y eterno caso, que es una historia de falsos culpables e inocentes sacrificados, de apariencias erróneas y verdades secretas, la historia de una obsesión por hacer justicia que lleva directamente hacia los pantanos de la destrucción.

 

La promesa
Friedrich Dürrenmatt
Trad.: Xandru Fernández
Navona Editorial
 
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7 comentarios en “«La promesa», de Friedrich Dürrenmatt, por Alexis Ravelo

  1. Yo también leí La promesa, de la editorial Noguer. Creo que tengo por alguna parte una edición de 1984. También recuerdo la película, que me pareció muy buena. Grabábamos Barrio Sésamo para que lo viera mi hija y en uno de esos apareció la película, pero solo el comienzo, tuve que buscarla por todos los lados hasta que la encontré, no para mi hija, sino para nosotros.
    Me ha gustado tu reseña. Solo tengo un pero: no creo que la traducción de José María Valverde se haya quedado vieja (para mi la traducción de Ulises de Joyce me parece muy buena, no soy un experto pero creo que es más aceptable que la de García Tortosa, lástima que no se atreviera con Finnegans Wake)

    • Yo también leí «Ulises» en la traducción de Valverde, Enrique. Guardo como oro en paño mis dos viejos tomos de Bruguera. De hecho, siempre que he podido elegir, he optado por Valverde. Ocurre, sin embargo, que hasta la ortografía misma ha cambiado. De ahí que tengamos que revisar continuamente las traducciones. Yo no había caído en la cuenta de esto hasta que hace un tiempo me lo hizo notar un amigo que traduce del ruso, mientras discutíamos sobre la que entonces era la única traducción de «El maestro y Margarita», de Bulgákov. Dicho lo cual, todavía no he visto ninguna traducción del «Ulises» que supere a la Valverde. 🙂

  2. Excelente reseña, Alexis. No conozco la novela, pero sí la peli, que tuve ocasión de ver con motivo de su emisión en el programa de Garci en la 2, hace ya bastantes años (alguna reseña crítica de la misma debe andar suelta por mi blog), y que es, sencillamente, extraordinaria, una rara avis en el contexto de su género y de su tiempo.

    Saludos y buen día.

    • Buenas noches Alexis.No hace mucho me acordaba en una reseña de este blog de aquellos erizos de chocolate tan inolvidables como inquietantes. Para mi una novela de referencia …..y una peremne recomendacion de lectura para todos mis amigos. Un saludo compañero

  3. Excelente reseña, porque tanto la novela como la película son, también, excelentes. Aunque el final de la novela no es el que se mantiene en «El cebo» (en ese sentido «El juramento» sí es más fiel).
    A los títulos de Dürrenmatt que citas hay que añadir «La sospecha» que es como una especie de «continuación» de «El juez y su verdugo».
    Son un gran admirador del autor alemán al que comparo (también lo citas) con Sciascia (otra de mis predilecciones).
    Un saludo de un casi quinto (soy del 70),

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