La apuesta de Benjamin Black (pseudónimo del autor irlandés John Banville) era, hasta cierto punto, arriesgada. Consistía en tomar un personaje de otro autor y darle vida en una ficción propia. Esta atrevida pirueta ya la han realizado otros autores con desiguales resultados (estoy pensando en la Bertha Mason de la novela de Charlotte Brönte Jane Eyre, que resucita Jean Rhys en Ancho mar de los sargazos; o en el mismísimo don Quijote, cuya sombra planea en Al morir don Quijote, de Andrés Trapiello). Banville (obviemos la pequeña farsa del pseudónimo) toma prestado a un conocidísimo personaje, más incluso que su propio autor: Philip Marlowe. El personaje de Raymond Chandler, inmortalizado en la pantalla cinematográfica en títulos memorables como El sueño eterno, se convierte aquí en el protagonista de La rubia de ojos negros.
Y Banville gana la apuesta. La novela sigue los clichés del género negro, empezando por el mismo comienzo de la novela en el que “el dios de la tarde de los martes” (yo hubiera traducido “el dios del martes por la tarde”) trae al despacho de Phil Marlowe a una bellísima mujer rubia, de ojos negros para más señas. Esta mujer le pide al detective que encuentre a un hombre, a su amante, del que no tiene noticias hace semanas. Y aquí comienza una peripecia clásica a la búsqueda de ese escurridizo personaje que, oficialmente muerto, está sin embargo muy vivo…
La novela sufre, en determinado momento, el riesgo de encajonarse en el molde obligatorio de entrevistas de Marlowe con determinados personajes, habiendo poca variación en este esquema narrativo. Pero la pericia del narrador, con algunas sorpresas incluidas, y la calidad literaria de la prosa libran a la novela de caer en la monotonía. Banville es un magistral narrador y utiliza toda la artillería literaria a su disposición. Y no falla ni un solo tiro: hay encuentro sexual y hasta enamoramiento, lugares típicos como mansiones lujosas y clubes para ricos de todo pelaje –el Cahuilla- , palizas, armas, matones, gimlets y otros alcoholes, policías cascarrabias, hasta una hermosa víctima… No faltan tampoco los toques irlandeses (la novela transcurre en Los Ángeles, California) pero el origen de la hermosa rubia es irlandés, como su nombre –Clare-, y su madre es una irlandesa viuda de un miembro del IRA que ha emigrado a Estados Unidos y ha hecho negocio en el mundo de la perfumería.
El lector sigue, página tras página, devorando esas vidas tan ficticias como atractivas; esa ficción que sabe arqueológica (ficción vintage ha dicho alguien) pero a la que le concede el privilegio de la verosimilitud. Pues cualquier cosa por imposible, por tópica, por demasiado adecuada al género que sea, si está bien narrada, tendrá el beneplácito del lector. Y Banville logra un perfecto equilibrio entre las concesiones al género negro y la dispensación de un lenguaje y una estructura cuidadosamente elaborados. Es decir, Banville logra hacer literatura con los mimbres de un género.
El truco de Banville quizá esté en haber retomado un personaje conocido pero de un autor no de primera fila. En la presentación que el autor hizo de su novela en Madrid (el veintisiete de febrero de dos mil catorce) reconoció que Chandler es un buen autor, que dotó a la novela negra de una calidad que hasta entonces no poseía, pero no es un autor de primera categoría, un Shakespeare o algo así. Banville sí lo es y nos lo demuestra en esta ficción en la que Benjamin Black le tira para que haga una novela de fácil lectura, apta para la mayor cantidad de público lector posible. Aunque él le hace caso a medias, pues acaba imponiendo sus criterios estéticos. A Black le gusta lo fácil; a Banville los asuntos difíciles, es decir, hacer una obra de arte (eso dijo al público asistente a la presentación). Pero Banville gana siempre, siempre sale triunfante. Hasta de los retos más difíciles, como es el de hacernos creer que es Black el que maneja el cotarro.
Una excelente novela, pues, que no hay que dejar escapar. De lo mejorcito que en negro puede leerse en estos tiempos. (De nada, guapo, digo Benjamin).
La rubia de ojos negrosBenjamin Black Trad.: Nuria Barrios Fernández
Alfaguara
Una excelente novela y una excelente reseña que suscribo linea a linea….con la que he disfrutado tanto como con la lectura de Banville. Gracias…escritora.
Gracias. Es que es buen escritor Banville, qué le vamos a hacer. Los demás, lo que podemos…
La novela es muy buena. Pero sigue siendo Benjamin Black. Está muy bien escrita. Chandler no es un autor de segunda fila. Un beso,
CRUCE
Yo creo que quiso decir que no era un Shakespeare, no que fuera un macana.
Aquí Black busca a Chandler, en teoría al que considera un escritor de nivel, y bajo un término, con mucha discusión, negro.
Ah, Shakespeare tiene los personajes más psicópatas de la historia de la literatura.
Muy buena reseña Herminia, a mi me tienen que dar a comer aparte, la mayoría ya lo saben…
Un beso desde BCN, que hoy se está convirtiendo en el Ebro.
CRUCE
Pues ya que lo dices tu y te tengo plena confianza la leeré (mira que cuando salió estuve dudando…)
Un beso
Gracias, eres muy amable. Yo he disfrutado mucho con su lectura.