«Mi amigo Dahmer», de Derf Backderf, por Francisco J. Ortiz

Francisco J. Ortiz

Retrato del asesino adolescente

A mi amigo Cruce, menos peligroso que Dahmer (o eso quiero creer)

 
I

El 28 de noviembre de 1994 y como resultado de las heridas sufridas durante una pelea en la que se vieron involucrados otros dos presos, el convicto Jeffrey Dahmer fallecía de camino al hospital. Había cumplido apenas dos años de una serie de quince cadenas perpetuas consecutivas a las que le condenaron tras ser declarado culpable del asesinato de diecisiete personas del sexo masculino, tanto adultos como jóvenes, entre 1978 y 1991.

Jeffrey Lionel Dahmer, nacido en West Allis, Wisconsin, el 21 de mayo de 1960 e hijo de Lionel Dahmer y Joyce Flint, empezó a sentir una malsana fascinación por la muerte a muy temprana edad: fue a los diez años cuando empezó a capturar animales en un bosque cercano a su domicilio para torturarlos y matarlos. De estas criaturas conservaba parte de sus restos, especialmente huesos, sumergidos en formol.

 

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Jeffrey Dahmer

En junio de 1978, pocos días después de alcanzar la mayoría de edad según la legislación española actual, cumplió por fin una de sus fantasías sexuales más recurrentes: recoger a un joven autoestopista, al que convenció para que le acompañara a su casa. Una vez allí, y tras la negativa de este a acceder a los deseos de su anfitrión, lo asesinó golpeándole con contundencia en la cabeza. Acto seguido desmembró el cuerpo e introdujo las partes en bolsas de plástico con el objetivo de deshacerse de ellas lanzándolas por un barranco, pero finalmente optó por conservarlas. Aquella ocasión supondría también, además de su primer asesinato, su primer escarceo con la necrofilia.

En julio de 1991, y después de que el individuo que estuviese a punto de convertirse en su nueva víctima lograse escapar y salir a la calle desnudo y esposado, la Policía entró en el apartamento de Dahmer y encontró pruebas más que suficientes para proceder a su detención: numerosas fotografías de cadáveres y varios restos humanos, entre los que destacaba una cabeza conservada en el congelador.

 

II

A principios de los años 70, Jeff Dahmer y Derf Backderf coinciden en el séptimo curso del Instituto Eastview, donde van a mezclarse los alumnos provenientes de las tres escuelas elementales del distrito. Afirmar que ambos muchachos llegaron a ser amigos íntimos sería faltar a la verdad: como recuerda el propio Backderf en su novela gráfica Mi amigo Dahmer -un título cargado, como veremos, de perversa ironía-, “Dahmer no hizo nuevos amigos. Que yo supiera… no tenía amigos, punto. Era el crío más solitario que había visto nunca”. De hecho, pocas páginas antes lo había descrito así: “Era un don nadie. Uno de esos críos tímidos que se convertían en incapacitados sociales en cuanto asomaba el primer rayo de la adolescencia, asumían sumisamente su destino y se volvían invisibles. Llevábamos meses de curso cuando me fijé en él por vez primera”.

 

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Pero la conducta desviada de Dahmer en años posteriores lo apartaron de esa invisibilidad y lo convirtieron en alguien visible. De hecho, en alguien muy visible: apodado por los medios de comunicación “El Carnicero de Milwaukee” en un alarde sensacionalista, el suyo es todavía hoy uno de los casos más tristemente célebres de la historia de los asesinos en serie de Estados Unidos, en reñida competencia con Henry Lee Lucas, Ed Kemper y John Wayne Gacy, y quizá solo superado por Ed Gein, todo un pionero en cuestiones de merchandising macabro. Solo atendiendo a su estatus en este ranking de homicidas reincidentes se comprende que varios años después, uno de sus compañeros de clase, autor de cómics de profesión y fascinado por haber compartido sin saberlo por aquel entonces algunos momentos de su ya lejana adolescencia con el Mal en estado puro, bucee en su propia memoria y en la de aquellos que le conocieron para construir este fascinante retrato que apuesta de igual modo por la primera y la tercera persona.

Esto se debe a que, como subraya su título, Mi amigo Dahmer es tanto una biografía, parcial pero muy significativa, del asesino en serie protagonista como una autobiografía de su autor, acompañado de sus mejores, estos sí, amigos de aquella época. En este rasgo dual radica uno de los mayores logros de una obra no precisamente carente de aciertos: la elección de la voz narradora, lejana en este caso de la asepsia característica del grueso de la narrativa de no ficción, permite que el resultado de la propuesta juegue (a ganar) en dos ligas distintas, la del ensayo histórico y la del slice of life; esto es, el relato intimista y tangencialmente autobiográfico cultivado por autores tan dispares como Jeffrey Brown, Terry Moore, Alex Robinson, Seth o los Hernandez Bros. De hecho, y como explica el propio Backderf en el texto que sirve de prólogo al volumen, la presente obra nació como un tebeo de apenas ocho páginas que generó una serie de historietas breves autopublicadas en formato comic book, como tantos y tantos otros títulos del mercado independiente norteamericano. Solo con el paso del tiempo y ante el aumento progresivo de páginas que presentaba la historia dada la obsesión del autor por su antiguo compañero de instituto, Mi amigo Dahmer adquirió las proporciones de la novela gráfica que hoy ha llegado a nuestras manos.

 

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En cuanto a su naturaleza histórica, el cómic de Backderf entronca con un terreno profusamente abonado en los últimos tiempos en el noveno arte: el de la historieta basada en hechos reales. Dejando a un lado la autobiografía practicada por popes del comix underground como Robert Crumb o el malogrado Harvey Pekar, y gracias a testimonios de alcance global como los aplaudidos Maus de Art Spiegelman y Persépolis de Marjane Satrapi o al periodismo en viñetas de Joe Sacco, el cómic de no ficción viene reclamando desde hace algún tiempo su categoría de obra de consulta de valía semejante a la literatura de contenido similar. Así, dentro del conjunto formado por las biografías documentadas de personalidades de la sociedad, la política y las artes de todos los tiempos, destaca ahora por méritos propios este Mi amigo Dahmer que su autor -licenciado en Periodismo, para más señas- completa con más de veinte páginas de notas al margen y referencias bibliográficas; un aparato técnico que, sin llegar al exceso del From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell (que, por otro lado, parte de un suceso histórico como los crímenes de Jack el Destripador para contar otra cosa más afín a lo fantástico), demuestra la base documental de la obra en cuestión.

 

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Con estos mimbres y un cierto propósito de autoexorcismo a la vista, Backderf reconstruye la Norteamérica de la década de los 70 tal y como él la recuerda y se la muestra de tal modo al lector, pero lima cualquier apunte nostálgico al completar su visión con datos verídicos acerca de la vida de Dahmer -relativos no solamente a su faceta criminal, sino también a sus problemas con el alcohol y la marihuana- que, lógicamente, solo se hicieron públicos a posteriori. Todo ello sin renunciar a reflejar sus primeras tentativas de convertirse en ilustrador o dibujante de historietas, proporcionando a la obra una interesante (meta)lectura que permitiría titularla, parafraseando a James Joyce, Retrato del artista adolescente si su personaje principal fuese el propio autor y no aquel don nadie del instituto que pronto iba a convertirse en toda una celebridad.

En resumidas cuentas: gracias a estos méritos propios, que le han valido los elogios de grandes nombres del género como James Ellroy y de personalidades del medio como el citado Robert Crumb, con un estilo gráfico que puede recordar un tanto a Peter Bagge o al propio Crumb, y más allá del morbo que pueda despertar su argumento, Mi amigo Dahmer es sin duda alguna uno de los mejores cómics de entre los editados en el presente año… tal y como otra propuesta un tanto similar, El asesino de Green River de Jeff Jensen y Jonathan Case, lo fue el año pasado. Y conste que no me refiero solo a tebeos biográficos y/o de género, sino a la cosecha anual al completo.

 

Mi amigo Dahmer
Derf Backderf (guion y dibujo)
Astiberri

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