«La profundidad del mar Amarillo», de Nic Pizzolatto, por Teresa Suárez

Profundidad del mar amarillo, La_135X220Teresa Suárez

Antes de arriesgarlo todo al NEGRO, Nic Pizzolatto se inició en esto del póker literario apostando por la única jugada que te asegura el triunfo en cualquier partida: la escalera de color. Pero no una cualquiera sino la Escalera Real de Color, esa que solo se consigue con las cartas más altas y que todo buen jugador debería conseguir al menos una vez a lo largo de su vida.

¿Sus triunfos? Coches, camino, familia, gente corriente y mucho color. Una paleta narrativa que con el uso de una variada gama cromática, como si de un cuadro de Hopper se tratara, busca insuflar alma a cada relato.

Conduciendo por carreteras interestatales y secundarias, a bordo de llamativos coches con nombres tan cinematográficos como evocadores, recorremos junto a Nic los extensos y desolados paisajes del medio oeste y sur de Estados Unidos, mientras tiñe de ricas tonalidades los sentimientos y las relaciones humanas.

Un viaje que se inicia en la confusa adolescencia, atraviesa la vigorosa juventud y termina en la lejana e incierta madurez. Una tortuosa travesía desde los sueños hasta la áspera realidad, con paradas intermedias en las estaciones miedo y desengaño.

Bares de carretera, gasolineras polvorientas, moteles mugrosos. Escenarios gastados para las historias de esa juventud americana que, pese a la distancia física y cultural, tan cercana nos resulta gracias a los libros y la televisión.

Autorretrato de un escritor en ciernes. Profecía autocumplida.

Pájaro fantasma: ciruela, naranja, violeta, negro, azul claro, azul marino, azul zafiro, amatista, verde claro, verde esmeralda, lavanda, opalescente, rosa, salmón. Pone color al miedo. “Ancianos sonrientes que levantan la mirada como si yo fuese alguien a quien en otro tiempo hubiesen amado”. Vértigo físico frente al vértigo existencial. Padre, amiga, amada. Enfrentarse al pánico tangible a las alturas para superar el pánico intangible al dolor, la soledad y la pérdida. “Un día mi padre no está junto a su ventana”.

La vigilia de Amy: negro, azul celeste, rojizo, gris, morado, dorado, blanquecino, verde, naranja, marrón oscuro, gris verdoso. Pone color al sentimiento de no pertenencia. “La chica de la que nunca se había recuperado”. Madre, hermano, hermana. El viejo Cougar de su madre. “Fruncía el ceño en un estado de derrota terminal”.

1987, en las carreras: blanco, rojo, negro, naranja, gris, amarillo, verde, azul celestial, azul perfecto, caqui. Pone color a la humillación y la vergüenza. El Lincoln con el motor encendido. Padre, hijo. “Y sabía que lo que él necesitaba entonces era un aliado, un amigo, un recordatorio de que era importante y alguien lo quería”.

Dos orillas: azul, azul marino, verde, gris, blanco, negro, naranja, rojizo, rosáceo. Pone color a la desidia. “Ojos redondos bañados en una pena intensa”. Un Mercury granate giró desde la carretera. Dejarse llevar por el descontento. Primas. “Nunca tomaba decisiones llevado por alguna emoción fuerte”.

La profundidad del mar Amarillo: caoba, verde, violeta, naranja, negro, azul, rojizo, granate, melocotón, marrón, gris, amarillo. Pone color al abandono. Un Chevy Blazer rojo aparcó delante de su casa. “La piel que le rodea los ojos es un catalogo de decepciones talladas en la carne”. A la entrada hay un Corvette amarillo. El padre que no conociste, la madre que se fue, la abuela que murió, la chica que nunca tuviste. “No mires en un mapa para calibrar la profundidad del mar Amarillo, no imagines la forma de sus olas”.

El gremio de ladrones, mujeres extraviadas y Sunrise Palms: negro, blanco, rosáceo, violeta, amarillo, naranja, verde, azul, gris, granate, rojizo. Pone color a la necesidad. Un Cadillac rojo de principios de los noventa. Una alfombra, una mujer, un hogar… Padre fugitivo de la ley. Madre loca. Nadie va a ayudarte. No quiero nada, no quiero nada, no quiero nada… “Reconoció el tirón de los viejos lazos del deseo y la necesidad (…) comprendió que el mundo nunca lo dejaría en paz”.

La plantilla: naranja, marrón, negro intenso, gris, verde, rojo, amarillo, azul. Pone color a la culpabilidad. “No sabía decir por qué, a lo largo de los años, las cosas acababan desapareciendo de su vida”. Marido. Hijo, hijo, hijo… y una culpa de esas que no se pueden expiar.

Tierra acosada: blanco, negro, gris, marrón intenso, caqui, verde oliva, azul, rosa desvaído, rojo. Pone color al pasado, a lo que pudo haber sido y no fue. Quince años. Unos chicos que iban en un Buick. “Sé que un día todo acabará. Sé que mi vida y la de mi padre se las llevará el tiempo y que las cosas que veo y que amo desaparecerán y sólo quedará el mundo”. Mi padre es una secuela. Miedo.

Nepal: pardo, verde, verde lima, gris, blanco, negro, amarillo, violeta, morado, escarlata, albaricoque, miel, ocre, azul, azul marino, azul celeste, índigo intenso, zafiro, rosa, rojo, rojo vibrante, carmesí, colorado, granate, marrón, marrón translucido. Pone color a la diferencia. Diecinueve años. Padre fallecido, madre ausente. “Un día llegaría a reconocer el papel que jugó su propia confusión, la sensación agobiante que lo hizo actuar de forma destructiva sin ningún motivo aparente”. Buscando su camino a golpes por la vida. Rabia. Envidia. Salvajismo. “La nariz de Volta reventó en una explosión de sangre roja que se mantuvo un instante en el aire como una araña”. Giro hacia la brutalidad.

Busca y captura: amarillo, naranja, verde, blanco, colorado, rojizo, rosa, marrón claro, cobrizo. Pone color a la soledad. El Dodge Shadow verde que había aparcado en el patio. Hermano mayor, padre, madre, hermana. Hogar, dulce hogar. “Me pregunto por qué toda tu familia se ha largado, por qué mamá y Anneise se marcharon. (…) T.J. se tragó el rifle para no tener que oírte jamás”. Ausencia de cariño. Encontrar acogedor el orden estricto y las habitaciones frías y asépticas de un hospital.

Tumbas de luz: retrato a carboncillo del abandono. Dureza en la narración. El Subaru de Calder. Personajes atormentados que explotan su tragedia. Marido, mujer, abuela, nieta. Brillantes destellos narrativos: “Indiana. El aire nunca estaba tan quieto como parecía. Luego estaba el vació, la desolación. Le ponía nervioso. Implicaba algo que no alcanzaba a identificar (…) Las dilatadas llanuras le parecían un desatino apremiante, aunque fuese de forma preconsciente. El sol era distante”. Mi favorito. Promesa de lo que vendrá después.

Cuando Pizzolatto se cansó de experimentar con el color se decantó por el NO COLOR, fuerte, elegante, perverso y sensual. El del vacío, la soledad y la pena; el que se asocia al misterio, la violencia y la muerte; el que representa el mal y la oscuridad.

Con True Detective culminó su inmersión en el NEGRO: descendió un escalón más hacia el abismo de la condición humana, allá donde el color se difumina hasta ser devorado por las tinieblas.

“Allí suspiros, llantos y grandes gritos
resonaban en el aire sin estrellas,
que me hicieron llorar no bien entré”.

La Divina Comedia, Dante Alighieri.

La profundidad del mar Amarillo

Nic Pizzolatto
Trad.: Maia Figueroa
Salamandra Black

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