Hay autores a los que el lector policial identifica desde el primer capítulo. Sus libros se parecen como una gota de agua a otra. Si el autor gusta es perfecto y el libro se leerá en pocos días. Sin embargo, el autor o autora que ofrece distintos registros o se aventura en tramas, épocas o recursos narrativos novedosos supone un aliciente singular para el lector policial. Si además, a medida que las paginas son disfrutadas y el lector se ve seducido por la trama se descubren referencias literarias nunca olvidadas, el placer de la lectura se incrementa y el libro se convierte desde ese instante en una obra que el lector devorara con el ritmo y atención que el impagable trabajo del escritor exige.
Toni Hill (Barcelona, 1966) es licenciado en psicología, ha dedicado varios lustros a la traducción literaria y se convirtió en escritor de novela negra de la mano del inspector Héctor Salgado con el cual nos ha regalado una trilogía que se ha publicado en más de veinte países y ha sido un éxito de venta y crítica: El verano de los juguetes muertos (2011), Los buenos suicidas (2012) y Los amantes de Hiroshima (2014). Sin embargo su última novela (Los ángeles de hielo, Grijalbo) supone un giro hacia otros mundos literarios que sin ser en absoluto ajenos a la literatura criminal -a la buena literatura criminal- se adentran en terrenos tan queridos para el lector como el thriller psicológico, la novela de fantasmas, la investigación histórica o la novela gótica. Muchos aderezos, mucho trabajo de “producción” y, al final, un resultado redondo y la confirmación de Toni Hill como un escritor de calidad.
No me gusta mucho incluir sinopsis porque el lector tiene suficientes referencias en la contraportada. En Los ángeles de hielo el lector encontrara dos historias entrelazadas por el hilo conductor de la novela, un edificio, dos épocas y un misterio que a medida que la novela avanza serán varios. El colegio de los Ángeles es un internado para señoritas de familias adineradas, esas a las que la sociedad llama “buenas familias” -como si la maldad no pudiera morar en ellas- situado en mitad de un bosque en Sant Cebria de Vallalta (Barcelona). El lector se introduce en su historia en el capítulo 2 de la primera parte de la novela a través de un diario, un diario que comenzara a escribir su directora, Águeda Sanmartín, en setiembre de 1908, al comienzo del curso escolar. Este diario será una de las voces narrativas interpuestas para describir la trama. Sus páginas las transcribe un médico y psiquiatra, el doctor Sebastián Freixas, que escribe una historia en 1931, una historia de la que sólo él atesora todas las claves y que ha empezado con un prólogo, la ejecución del autor de un asesinato en 1914, y con una confesión: la necesidad de contar una historia, una historia en la que “penetraremos en los más oscuros recovecos del alma humana…”, una historia que el doctor Freixas vivirá en un sanatorio para alienados situado en un bosque y que en el pasado había sido un internado para señoritas y que conocerá gracias a los secretos que con él compartirá un joven colega, el doctor Frederic Mayol. Para ello, Freixas/Toni Hill nos permitirá acompañar como narrador omnisciente al doctor Mayol desde el año 1916, pero nos llevará a su vez a sus recuerdos de la Guerra y de sus años en Viena. Este tour de force en el que se embarca Toni Hill debe ser agradecido por el lector. No solo es la capacidad de articular distintas voces narrativas y hacer que la(s) historia(s) y el suspense fluyan de forma coherente para el lector, sino que además todos y cada uno de los personajes -y Los ángeles de hielo es una novela coral- son retratados con maestría por Toni Hill como elementos de un engranaje que encaja a la perfección -los vivos, pero también los muertos- dentro de una atmósfera de suspense que avanza a ritmo cada vez más vertiginoso a medida que avanza la novela.
Si el edificio, sus historias, sus misterios, un incendio nunca explicado y las muertes que el mismo provocó, incluso sus fantasmas, son el hilo conductor de la novela, no por ello Los ángeles de hielo es una novela de terror gótico a lo haunted houses. El mal que habita en épocas diferentes el colegio de Los Ángeles surge del inaprensible esfuerzo psicológico que el autor comparte con el lector gracias al trabajo de analizar desde distintos puntos de vista a sus personajes. Es sin duda una técnica compleja heredera de Henry James y su Otra vuelta de tuerca (un ejemplo: el manuscrito de la institutriz en Otra vuelta de tuerca frente al diario de Águeda Sanmartín). El drama y la represión en que vive cada personaje -a veces explicito, a veces solo intuido- convive con un misterio cuyos resortes el lector va adivinando paulatinamente con la esperanza que al final sea cuando todo cobre sentido (el que haya leído Otra vuelta de tuerca sabrá que el escritor no siempre es tan generoso con el lector), cuando la maldad se exprese más allá del asesinato citado en el prólogo y del misterio intuido en una fantasmal dama de negro que sólo alguno de los personajes pueden ver. El lector encuentra ingredientes que recuerda de las lecturas de clásicos como M. R. James: la velada sugerencia al escalofrío y, sobre todo, la importancia de los detalles que obliga a la lectura atenta. Estamos hablando de un excelente escritor de novela criminal y en su pluma el detalle deja de ser un elemento descriptivo para convertirse en una pista que cobrará sentido capítulos después: una caja de música, los dibujos de unos pájaros… Pero M. R. James no es el único escritor evocado: Rebecca de Daphne du Maurier, Jane Eyre de Charlotte Bronte (con una cita explicita en la primera página), Cumbres Borrascosas de Emily Bronte o el indispensable Los elixires del diablo de E.T.A. Hoffman. Pero no es la “alucinatoria” novela de Hoffman la única referencia en la que el lector incluye la presencia del doppelganger, del “otro”: historias que van del William Wilson de Poe, a los Cuentos inquietantes de Edith Wharton y a Shutter Island de Dennis Lehane, novela esta última en la que el edificio es, como en Los ángeles de hielo, un elemento más de la historia.
Y sin embargo, tantas referencias literarias no convierten a Los ángeles de hielo en deudora de ninguna de las novelas citadas. Toni Hill ha construido un thriller psicológico personal y de calidad en el que las piezas del puzle encajan milimétricamente de la misma manera en que la trama criminal se va desenredando como una matrioska rusa y donde cada sorpresa lleva a un crimen y cada crimen a un nuevo sospechoso. Esa atmósfera de suspense continuada es la marca de las grandes novelas de suspense psicológico que van desde El huésped de Marie Belloc Lowndess a El secreto de Donna Tartt, novelas donde la maldad se intuye aunque esté oculta, donde la atmósfera se va cargando a medida en que las paginas avanzan, convirtiéndose en cada vez más inquietante (como los cuentos de la Wharton) hasta terminar en unos capítulos finales (cuarta parte de la novela) plenos de giros insospechados, revelaciones y sorpresas. En definitiva: una trama perfecta, una atmósfera inquietante y una narrativa de calidad. Toni Hill abandona la novela negra y al inspector Hector Salgado para abordar un género, la intriga psicológica, que subyugará sin duda tanto al lector criminal al de la novela gótica de fantasmas, un género en el que le auguro nuevos éxitos editoriales porque es autor que atesora esa “capacidad de mantener la atención de manera prolongada” -en palabras de Edith Wharton- que identifica a los grandes escritores.
Los ángeles de hielo
Grijalbo