Reseña: «La regla del oro», de Juana Salabert

regla-oroSergio Torrijos Martínez

Navidades de 2012, y la fecha no es baladí, tiene una importancia determinante en todo el desarrollo de la obra.

Nos hallamos en mitad de la crisis o, mejor dicho, en el momento más duro de la recesión. El nuevo gobierno del Partido Popular ha hecho un avioncito con su programa electoral y se decide a llevar la senda marcada desde Europa, es decir, recortes, con todo lo que conlleva y en mitad una reforma laboral con la intención de precarizar el mercado de trabajo para abaratarlo.

En ese marasmo económico y social, la protesta inunda la calle y también aparecen nuevas maneras de hacer negocio como los famosos “Compro oro”, que esconden la rapiña y algo más. No todo se basa en el ascenso del precio del metal dorado sino también en las necesidades de los españoles que se ven, de pronto, con un problema de liquidez insoluble.

En esas, un joyero, también del gremio de los compradores de oro, aparece brutalmente asesinado y lo curioso es que se trata del tercero del mismo gremio. A cargo de la investigación, el inspector Alarde, que vive en el mismo barrio que el finado y al que le unirán vecinos y amistades comunes. Todo ello en el barrio de Salamanca de Madrid, lo cual ya nos muestra algo diferente a lo esperado, porque lo lógico hubiera sido ir a donde la crisis más ha incidido, es decir, a los barrios más humildes donde la crisis no fue un problema de liquidez sino de subsistencia.

Por ahí, Juana Salabert se sale de lo habitual, introduce el crimen en un círculo privilegiado, en mitad de una clase acomodada que ve con estupor cómo su manera de vivir se tambalea. No es que lleguen al comedor social, sino que deben apretarse el cinturón, algo que a toro pasado y viendo todo lo que ha sucedido parece hilarante.

La novela navega así en un mar de decepciones, políticas y sociales, con un cierto grado de denuncia que posteriormente se vio cuando hubo nuevas elecciones y se observó en los resultados. Es decir, que se habló y se habló pero no se hizo nada. No importa, otros lo han hecho, la realidad se mueve y o te sumas o te arrastra.

No quiero entrar en polémicas políticas, ni tampoco en sociales, porque lo que detalla la novela y cómo ve todo lo ocurrido me parece de una candidez absoluta. Incluso cuando el protagonista llega a abochornarse con el comportamiento de sus compañeros, los antidisturbios, ahí casi me ha parecido algo juvenil. La realidad es muchísimo más prosaica y más brutal.

La novela nos narra hechos brutales y grandes desastres personales que se esconden bajo capas de disimulo. Ahí existía mucho rencor y mucho por contar. Probablemente más en otra dirección que no fuera la novela policíaca, aunque eso lo tendría que ver la autora.

Como novela policíaca es un ejercicio literario, más allá de la pretensión de innovar en ese campo. El ambiente que refleja es ajeno al mundo negro/criminal y, por lo tanto, pudiera contener dosis innovadoras aunque se quedan en eso, en la posibilidad.

Hablaba de ejercicio literario y me ha dado la sensación continua de eso incluso en los diálogos, que pasan de ser rápidos y certeros, lo típico en el género, a ser reflexivos. También parte de la narración se estructura en un feedback continuo que le resta algo de frescura.

La novela tiene momentos buenos y avanza a un buen ritmo. Le falta ese toque de malignidad que haría de la novela algo diferente y ya se sabe lo diferente siempre llama más la atención.

 

La regla del oro
Juana Salabert
Alianza Editorial

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