Carmen Conde: «Me interesa muchísimo la delgada línea que divide la cordura de la locura, la rareza del trastorno mental»

 

Laurentino Vélez-Pelligrini

 

Premi La Trama (2015) por la obra Para morir siempre hay tiempo (Ediciones B, 2016), Carmen Conde es una autora que se va haciendo a si misma. Discreta y poco de andar proliferándose en las redes sociales con frivolidades, Carmen Conde se revela una trabajadora nata. Su esfuerzo en la búsqueda de la excelencia parece que está siendo recompensado y así lo demuestra la buena acogida que ha tenido su segunda novela, La escritora (Ediciones B, 2017), una aguda crítica contra un mundo editorial que ha transformado la literatura en una mera mercancía, pero también una denuncia de la crueldad para con los más débiles. Profesora de matemáticas en enseñanza primaria, Carmen tiene sin embargo una sólida formación humanística que le pone en capacidad de reflexionar sobre los entresijos de la condición humana y meditar acerca de las motivaciones que conducen a los individuos a cometer los peores actos. A lo largo de la entrevista conversamos sobre todos estos asuntos.

Has publicado tu segunda novela, La escritora, y esto después de la buena acogida de tu obra Para morir siempre hay tiempo, pero dime una cosa, ¿cómo te definirías? ¿como una autora de género negro o policial?

Autora de género negro, sin duda. En Para morir siempre hay tiempo, mi primera novela, no hay ninguna investigación policial y los protagonistas están todos al otro lado de la ley. En La escritora utilicé el recurso del policía –mosso d’esquadra– y la investigación policial para aportar al lector la información necesaria para avanzar en la trama. Si hubiese hallado cualquier otro recurso para conseguirlo, lo haría.

Puesto que no eres nada “procedimentalista”, ¿tuviste algún “apuntador” sobre los protocolos de la investigación policial o te hiciste con tu propio material antes de ponerte a escribir?

No tengo la gran suerte que tienen algunos escritores de recibir asesoramiento especializado para escribir sus novelas. Tal vez me atenderían muy amablemente, pero no me imagino yendo a una comisaría de los Mossos a preguntar cómo se investiga un asesinato. Así que mucha, mucha lectura… Por cierto, hay muchos mossos que escriben y que describen los procedimientos de investigación. ¡Toda una suerte para mí!

La escritora habla de una serie de asesinatos espeluznantes. ¿Te gusta recrear la estética de lo sangriento?

La escritora surgió a partir de una noticia que leí en el periódico. Se trataba de un suceso terrible que pasó en mi barrio, a un par de manzanas de mi casa. Me impresionó mucho y supe que lo utilizaría como material novelístico. Para rematar, dio la casualidad de que leí un cuento de Bram Stoker y el cóctel estaba servido. Sin embargo, ni en Para morir siempre hay tiempo ni en la novela que he escrito posteriormente me he recreado en lo sangriento. Cada novela mía es diferente a las anteriores.

Si no eres una devota de lo sanguinario, si me reconocerás que te gusta jugar con la emoción, darle tumbos al lector…

Me gustan los giros argumentales. Como lectora los agradezco mucho y como escritora, intento que mis lectores se lleven alguna sorpresa a lo largo de la novela. Eso sí, no me gusta sacarme ases de la manga. Los lectores siempre saben lo mismo que yo.

Sin querer hacer spoiler, pero ¿qué te llevó a elegir la tenebrosa Galicia rural como uno de los orígenes de la trama?

Nací y vivo en Barcelona, pero soy hija de gallegos de aldea. Vaya, que por mis venas corre sangre gallega, que reconozco y defiendo como un marchamo personal. Galicia me atrae y me atrapa, y muchas de las historias que escuché a mis padres de su infancia pertenecen a esa Galicia oscura y profunda. Sin embargo, las historias tenebrosas se explican en todos lados, el prólogo de La escritora, a partir de una noticia brutal que sucede al lado de mi casa, en Barcelona, es un buen ejemplo.

Y para ti, ¿cuál es la Barcelona más negra, sobre todo dada su fama de ciudad lúdica, cosmopolita, glamourosa?

Vivo y trabajo en un barrio obrero de Barcelona. Como maestra de primaria en una escuela pública, conozco historias muy duras, en las que intervienen los servicios sociales. Familias desestructuradas que sufren penurias económicas terribles… Y como habitante, la Barcelona más negra está aquí, donde se trapichea con droga, donde se oyen gritos y golpes, donde se hacinan ocho personas en un piso de cincuenta metros cuadrados… Es mi barrio, son mis calles, pero nada más lejos de la Barcelona de postal. Esta, la mía, es la Barcelona negra.

Vayamos ya al fondo del tema: dime una cosa, ¿hay que tener una gran cultura para ser una gran escritora?

Habría que preguntarle a un gran escritor… Si me preguntas a mí, te diré que soy muy curiosa, y que casi todo me interesa… Y sobre todo, un escritor –sea grande o pequeño–, debe ser gran lector. La lectura es la base de la escritura.

Te lo digo porque la victima de tu novela es una persona de una gran mediocridad intelectual y me pregunto si no es una nota dominante entre muchos autores superventas reales, que suelen publicar cosas malísimas con tramas intranscendentes y esto sin olvidar que nunca hay regla sin excepción…

He cambiado de idea al cabo de los años. Cuando escribí La escritora estaba furiosa con la avalancha de títulos a la sombra de El código da Vinci. Me parecía vergonzoso. Pero desde entonces, hemos vivido un declive brutal de los hábitos de lectura y ahora me parece bien que se publique lo que sea si esa lectura arrastra al gran público a un libro. Si, ya sé que es un sacrilegio, pero me parece más meritorio que alguien se lea las sombras de Grey a que mire según que programas de televisión. Y en esas estamos, en que la gente no lee absolutamente nada. Así que, si un escritor superventas escribe un truño pero consigue que lo compren –y lo lean– unos cuantos miles de lectores, ¡aleluya!

A tu víctima le define una relación problemática con su editor, pero, ¿cómo es la de Carmen Conde con el suyo?

Escribí La escritora en 2011. En aquel momento no conocía a ningún editor y ahora, en 2017, tampoco puedo explicar gran cosa. He tenido un trato muy cordial con mi editora, me acompañó cuando recogí el premio La Trama de Ediciones B por Para morir siempre hay tiempo y fue un momento maravilloso. A partir de ahí, nos hemos intercambiado e-mails y llamadas, porque ella vive en Madrid y yo vivo en Barcelona, pero ya está. En realidad, mi día a día no tiene nada que ver con el mundo literario, soy maestra de primaria y es ahí donde tengo una relación intensa con los que me rodean.

Por lo que veo, en tu novela ya no es que hables de la falta de honestidad, sino también de cómo el mundo de los libros se está convirtiendo cada vez en un espectáculo y sin relación con lo que han sido tradicionalmente los rasgos de la vida literaria…

Cuando escribí La escritora, estábamos inmersos en el fenómeno Larsson, que nos trajo la invasión de los escandinavos. El fenómeno Larsson fue posterior a Dan Brown, con El código da Vinci. Durante dos o tres años, todas las editoriales publicaron libros de hermandades, logias y cálices sagrados. Era vergonzoso. Lo denuncié como lectora, creando el personaje de Dana Green. Dana Green, aparte de que no escribe sus libros, cuando publica uno, va de sarao en sarao, promocionándose como quien promociona una película.

Es obvio que cuando se tiene un “negro” es que te guía un profundo amor hacia ti mismo, una obsesión por figurar, nominativamente hablando, pero ningún amor por la escritura…

Dana Green era un personaje que ganaba dinero poniendo su nombre a truños en serie. Le hubiera dado lo mismo vender libros que vender pisos. No se trataba de figurar sino de ganar pasta. Y, por supuesto, no sentía ningún amor por la escritura.

¿A ti te ha tocado escribir algo en lugar de otros, aunque solo hayan sido informes escolares?

Jamás. A nivel literario nunca me ofrecería, porque yo ya tengo mi trabajo de maestra, con el que llego a fin de mes. Y en el mundo educativo, tampoco. En mi diploma universitario dice que soy profesora de matemáticas. En mi cole no se le ocurriría a nadie pedirme que escriba en su nombre. Lo mío es la geometría.

¿Los “negros” trabajan solo por dinero o su anonimato también es el producto de un tremendo pánico e inseguridad?

He conocido a varios negros literarios. Ni pánico ni inseguridad. Es más, algunos publican también con su nombre, pero su nombre no es conocido y no vende. Vuelvo de nuevo a la pasta, el motor del mundo. Los negros trabajan como negros para llegar a fin de mes.

La novela describe la falta de escrúpulos del mundo editorial cuando se trata de ventas y cifras. ¿Ya no hay verdaderos editores, como pretenden algunos?

No conozco el mundo editorial. Inventé un editor que pretendía forrarse a rebufo de El código da Vinci porque, como lectora, me harté de ver las mesas de novedades literarias llenas de fratticellis y merovingios. Pero también estoy segura de que la gran mayoría de los editores aman los buenos libros y desearían publicarlos. Por desgracia, hay que comer.

¿Te ha ocurrido tener una idea pero sufrir de una tremenda pereza para plasmarla?

No soy perezosa para escribir. Si lo fuera, no llevaría más de doce años escribiendo sin parar, quitándole horas al descanso, a mi familia y a mi vida social. Si una idea me atrapa, ¡soy suya!

Todos sabemos que en nuestros personajes siempre hay algo de nosotros y por ejemplo, tu protagonista, Lucrecia, padece coprolalia, es decir, la tendencia al insulto. ¿Te ocurre a ti también de recurrir a él cuando te enfadas?

Conozco bien el síndrome de Gilles de la Tourette, un trastorno neurológico que se caracteriza por muchos tics motores y fónicos. La coprolalia es un tic poco común y muy grave, que produce rechazo social. Lo que me interesaba era el componente de rechazo social. Lo de decir palabrotas es anecdótico. Lucrecia podría escupir y el efecto sería todavía peor. Y, en mi caso, no recurro nunca a los insultos ni a las palabrotas, y mucho menos en mi vida laboral. En treinta años de oficio, solo recuerdo que se me escapó un “mierda” porque me pillé un dedo con una ventana. Soy maestra de primaria y eso, como ser hija de gallegos, es un marchamo personal.

Lucrecia no es un ser común y de hecho tiene bastantes características de una persona que podría espantar a muchos. No sé, ¿sientes debilidad por los personajes “raros”?

Debilidad absoluta. Como todo el mundo, he conocido a muchas personas en mi vida que ni fu ni fa. Personas que vinieron y se fueron y no me dejaron la menor impronta. Me gustaría conocer a una Lucrecia, sé que me aportaría, me obligaría a pensar y, sobre todo, a entender. Literariamente hablando, huyo de los personajes comunes y todavía más de los estereotipados.

¿Entonces, los personajes con trastornos mentales se revelan literariamente más interesantes?

Para mí, sí. Además, me interesa muchísimo la delgada línea que divide la cordura de la locura, la rareza del trastorno mental.

Sé que lo que te voy a plantear es difícil para alguien como tú, que vienes de las ciencias exactas, pero me pregunto si la locura, como lo pretendía Foucault, no es más bien una construcción social y no tanto una patología psiquiátrica, sobre todo porque la definimos en función a una serie de normas conductuales culturalmente establecidas…

Desde luego que es una pregunta muy complicada. Vivimos en sociedad y, por supuesto, la locura a veces no es más que una desviación de las normas establecidas. En su momento, a una mujer que se vestía con pantalones, quería pilotar aviones o arbitrar partidos de futbol se la consideraba una loca. Pero eso era producto de la rigidez de una sociedad. Sin embargo, el piloto que oye voces en su cabeza que le dicen que tiene que estrellar el avión con ciento cincuenta pasajeros a bordo… ese… ¡ese está loco como una cabra!

Lucrecia ejerce un terrible magnetismo en el investigador, el sargento Gerard Castillo, pero sin embargo no es su físico lo que le atrae de ella, sino su inteligencia. No sé si quizás querías romper con el viejo arquetipo del poli o del detective arrodillado ante la “femme fatale”…

No pretendí nada, surgió. De hecho, cuando empecé a escribir la historia, me planteé la relación entre Lucrecia y Gerard en unos términos que no se ajustaron a lo que pasó después. Gerard debía sospechar de Lucrecia y, como mucho, sentir compasión por ella. Era fea y estaba trastornada, punto. Me lo repetí varias veces: es fea y tiene Tourette, es imposible. Es fea y tiene Tourette, no puede ser. Nadie se lo va a creer. Pero pasó.

¿O sea que lo que quieres decir es que terminamos por perder el control de nuestros personajes cuando escribimos?

Yo, sí. Sé que hay autores que piensan la novela de principio a fin, capítulo a capítulo, y hasta que no lo tienen todo bien hilvanado no se ponen a escribir. Es aquello de los escritores con mapa y los escritores con brújula. Yo debo de ser del grupo de los escritores con brújula pero, además, está estropeada. Mis personajes hacen conmigo lo que quieren, soy muy débil.

El tema de la monstruosidad está muy presente en tu obra, pero la pregunta que me hago es por qué siempre nos fijamos en la estrictamente estética y no en la que llevamos en nuestro interior que, por invisible, es a la que de verdad debemos temer…

La monstruosidad está en el interior. En mi novela, los personajes son víctimas de esta monstruosidad. Por ahí solté algún director de orfanato del que no hago la menor referencia a su aspecto físico. Y es el auténtico monstruo de la novela…

La escritora es sobre todo la historia de la crueldad con los más débiles e indefensos, pero el interrogante que me planteó es si la venganza no acaba convirtiendo a las víctimas en el espejo de su propio verdugo…

En mi novela, intenté imaginar lo que le podría pasar a una persona que, en su infancia, hubiese recibido un trato tan brutal que la hubiese trastornado mentalmente. ¿Quién de nosotros podría soportarlo? ¿Quién no caería en la locura? ¿Quién no viviría para vengarse?

¿No crees en el perdón?

No es que no crea en el perdón, de hecho, el perdón es el mejor camino para sobrevivir a una experiencia traumática, a un atentado, a una agresión… Pero no siempre se puede perdonar. No es que no se quiera, es que no se puede. Pídeles a unos padres que perdonen al torturador, violador y asesino de su hija de cinco años…

¿La reacción de los lectores ante tu segunda novela ha respondido a las expectativas que tenías depositadas?

Totalmente, estoy muy contenta. He recibido muy buenas críticas y eso me anima a seguir escribiendo.

¿En qué trabajas en estos momentos?

Acabé de escribir una novela negra ambientada en un pueblecito de la Cerdanya. La escribí en catalán y yo misma la traduje al castellano. Fue un trabajo titánico pero muy enriquecedor. Después quedé un poco agotada. Ahora estoy barajando ideas.

Nos quedamos en la incógnita de lo que nos reservas…

Puedo adelantar alguna cosa. La protagonista será una mujer y no lo tendrá fácil. No digo que será siempre así, pero por ahora es lo que me atrapa. Puedo cambiar escenarios, tramas más o menos policiales, más o menos truculentas… pero ella –que no es víctima ni femme fatale, sino una mujer con alguna dificultad más de la cuenta, a veces una antiheroina–, es la protagonista.

Pues aquí tienes un servidor que te leerá, me encantan los antihéroes…

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