Juan Mari Barasorda
Criminales al tren
La línea de ferrocarril entre Manchester y Liverpool se implantó en 1829, y no es mucho más tarde cuando la policía del ferrocarril se crea para la protección de los pasajeros. Fue una policía pionera y la primera que incorporó a los perros y a las mujeres a sus unidades. La conocida como “Railway Police” comenzó a tener sus héroes.
En The Railway Station (1862) -una pintura cuya exhibición en la Haymarket Gallery en 1862 fue todo un acontecimiento para la sociedad londinense-, de William Powell Frith (1819-1909), aparecen los famosos detectives de Scotland Yard James Brett y Michael Haydon deteniendo a un ladrón en la estación de Paddington antes de que escape en el tren. En 1864 se produjo el asesinato de Thomas Briggs y gracias al detective inspector Richard Tanner, responsable de la detención del culpable, se convirtió en titular de periódicos y Tanner en el detective más popular de la policía londinense, por haber llevado a la horca al alemán Franz Muller, primer autor de un asesinato en un tren.
La primera novela con crimen en un tren escrita en el siglo XIX fue obra Eden Phillpotts, quien será reconocido por los lectores de El círculo del crimen como autor de Los rojos Redmayne. La novela fue The adventure of the Flying Scottsman, publicada en 1888, y fue elegida como una de las mejores novelas de misterio en el Ellery Queen Mystery Magazine. Lamentablemente aún no ha sido traducida al castellano.
Arthur Griffiths sustituye el veloz tren escoces por el Rome Express, novela publicada en 1896 en la que el protagonismo le corresponde a un divertido detective francés quien. en un viaje entre Roma y Paris. se encontrará un hombre asesinado en el Express y un elenco limitado de sospechosos de diversas nacionalidades a quienes poder acusar del asesinato. Canon Victor Lorenzo Whitechurch comenzó a escribir sus “historias del detective del tren” en 1905. Thorpe Hazel no era un detective profesional al estilo del cuerpo de Oficiales de la policía, era un coleccionista de libros aficionado a viajar en tren. Vegetariano y caballero, sus deducciones siguen la estela de Sherlock Holmes. Ardicia acaba de publicar con el título El detective del ferrocarril, la recopilación de sus casos publicada en 1916.
Arthur Conan Doyle creó un misterio en las vías en 1908 en La aventura de los planos del Bruce-Partington; Sherlock Holmes se enfrentó a un cadáver aparecido sobre la vías de un tren a la entrada de un túnel, un caso criminal con un trasfondo de espionaje. Si en un país del mundo su desarrollo ha corrido parejo al desarrollo del ferrocarril ha sido en Japón. El inconmensurable Edogawa Rampo creó uno de sus primeros misterios, Ichimimai no kippu (One train ticket) en 1923, convirtiéndose en la referencia de una larga tradición nipona de crímenes -y detectives- en los trenes japoneses.
Si pasamos por alto la publicación de El misterio del tren azul (1934), ya que nuestra dama del crimen ya tiene reservado espacio en este artículo, los años 30 atesoran alguna de las novelas de “misterio en tren” más significativas. En 1932 Graham Greene, el maestro de la novela de espias, publico Stamboul Train, una novela en la que el famoso Orient Express era paralizado por una nevada en su viaje de Ostende a Constantinopla. La novela se convirtió en película aunque sin la aceptación popular de uno de los títulos míticos de Alfred Hitchcock: La dama desaparece (The Wheel spins, 1936) es una de las novelas más redondas de Ethel Lina White -aun sin llegar a la calidad de mi preferida, La escalera de caracol– con la que el maestro del suspense hizo sonar una Alarma en el expreso (1938) a bordo del Transcontinental Express.
Los años 30 son ya la edad dorada de la Golden Age. Antes de subirnos al Orient Express hay que citar uno de los misterios mejor construidos de la Golden Age: Death in the tunnel fue escrita en 1936 por John Rhode/Miles Burton/Cecil Street, uno de los autores injustamente olvidados de aquella era, quien compone una investigación sin fisuras de un asesinato en un compartimento de primera clase perfectamente cerrado desde el interior.
Pero nuestro viaje más reposado de hoy lo haremos a bordo de este exótico y enigmático Orient Express guiados por mister Kenneth Branagh.
Asesinato en el Orient Express (Kenneth Branahm, 2017)
Cuando el lector se encuentra con el Poirot cinematográfico después de tantos años, espera sinceramente no volver a ver el pelo engominado de Albert Finney -he dicho la gomina repelente, porque su interpretación fue absolutamente encomiable- ni al interminable estomago de Peter Ustinov. Antes de entrar en el cine mi referente era David Suchett, comedido y carismático antes que pedante en la producción televisiva del Asesinato en el Orient Express de la BBC. La producción de la BBC fue mucho más modesta que la recordada versión de 1974, dirigida por Sydney Lumet y gracias a la cual Ingrid Bergman ganó el Oscar a la mejor interprete secundaria además de la nominación de Albert Finney, inmenso en su acusación final de más de 27 minutos de duración, y los muchos premios al mejor guion adaptado cosechados por Paul Dehn, el Edgar entre ellos. Sin embargo en mi retina siempre ha permanecido el retrato de Poirot conseguido por Suchett, especialmente en los minutos minutos finales, un retrato que introducía un aspecto religioso que en modo alguno aparecía en la novela de Agatha Christie y que ha sido retomado en esta nueva versión.
Frente a estos precedentes, Branagh ofrece algo importante para el lector, más allá de una interpretación impecable, su casi absoluta verisimilitud respecto del personaje diseñado por Agatha Christie (y digo casi por dos pequeños detalles que dejare para el final). El Poirot de Branagh se muestra perspicaz, edulcorado e incisivo, incluso cómico a ratos. Son las cualidades que el lector reconoce en Hércules Poirot. Además comparte sus sentimientos, algo que la dama Christie nos hurtó hasta Telón, y lo hace con sobriedad y una cierta melancolía que por alguna extraña razón yo siempre atisbe en el belga.
Al haberse atribuido la mayor parte del libreto el actor/director sabe lo que se hace. La película es él, competente y brillante. Los sospechosos son exclusivamente la entrada para sus diálogos -con una sola excepción- y no se espera que ganen un Oscar como lo ganó Ingrid Bergman en el papel que en 2017 ejecuta más con mueca de enfado que de pasión religiosa Penélope Cruz, quien de paso cambia de nombre tomando prestado el de otro de los personajes de Agatha Christie en otra de sus novelas… De acuerdo, el guionista, Michael Green, se ha leído más novelas de Agatha Christie, le perdonamos el atrevimiento. Michelle Pfeiffer es quien asimismo ejecuta a Caroline Hubbard -la sospechosa más compleja que en 1974 interpretó Lauren Bacall– con un magnetismo que subyuga al espectador. Judi Dench y Derek Jacobi componen con precisión los suyos como siempre y Johnny Deep se repite asimismo buscando una caricatura de personaje que parece salida de una película de gansters de serie B.
El diseño de producción engrandece la película, no solo porque los 65 milímetros nos hacen recordar otras producciones de Hollywood nunca olvidadas, sino porque la fotografía es magnífica, aprovechando el paisaje nevado, omnipresente, majestuoso pero nunca opresivo, que engulle directamente a los vagones del Orient Express que en la película de Sydney Lumet era uno más de los personajes del film. Branagh/Poirot prefiere practicar interrogatorios sobre la nieve mientras las damas se hielan sin duda los pies, incluso la acusación final tiene lugar a varios grados bajo cero -cuando en la película de Lumet se celebraba en el vagón comedor, ambiente mucho más confortable y respetuoso con la novela- buscando sin duda que Poirot deje helados a sus sospechosos con sus correctos procesos deductivos (como final inolvidable en mis recuerdos aún permanece Tim Curry y sus acusaciones en El juego de la sospecha… sin entrar en comparaciones.)
Branagh dedica un pequeño homenaje a la obra de Agatha Christie permitiendo que Poirot sea recogido en mitad del pasaje helado para ser llevado a Egipto donde se ha producido una Muerte en el Nilo, salvo que en original de Agatha Christie, Poirot ya se encontraba a bordo del barco en el que se había producido el asesinato. Detalle menor como que Poirot nunca hubiera permitido que su corbata permaneciera descolocada ni siquiera tras el descarrilamiento del tren.
A pesar de las muchas críticas negativas que acumula la película a mi entender es una correcta versión del Asesinato en el Orient Express de la dama Christie y posiblemente la única que cabía hoy día que no fuera una mimética repetición del film de Lumet. Yo he disfrutado con su visión como disfruté con el original de 1974. No dudo de la confesión de Branagh de que se ha leído todas las novelas de Poirot para preparar su interpretación y ese es sin duda mi mejor recomendación para quien aún no conoce la obra de Agatha Christie: vean la película, sí, pero no dejen de leer la novela si aún no la han leído, porque ni la mejor producción de Hollywood puede superar el placer de la primera lectura de una novela con doce sospechosos y un crimen perfecto. Y un detective inolvidable, por supuesto.
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