Teresa Suárez
Y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,
Y no estaba muerto no, no, estaba tomando cañas, lerelele
Cuando leí la noticia en La Voz de Asturias, se activó mi humor macabro y lo primero que pensé fue, lo confieso, que el Alcaide del Centro Penitenciario de Asturies (sí, ya sé que en España el cargo se denomina Director, pero no me negarán que este término, preñado de múltiples connotaciones negativas gracias al cine y la literatura, es pura truculencia para nuestros negros y criminales oídos), decidió celebrar el día de Reyes dando a “sus muchachos” un homenaje gastronómico, en forma de cena, compuesto de platos típicos de la zona maridados, como no podía ser de otro modo, con abundante sidra.
Imagínense tratando de digerir, cual boa constrictor (son capaces de tragarse piezas casi tan grandes como ellas, o incluso más pesadas, por lo que tardan en hacer la digestión una semana, durante la cual tienen que reposar porque apenas se pueden mover), ese menú astur compuesto de bollos preñaos como aperitivo, fabada de primero, un par de cachopos de segundo y de postre ricos casadielles (especie de empanadilla frita rellena de nueces, azúcar y anís) y frixuelos (harina, leche y huevos) a hartar.
La noche habría sido difícil para los comensales, ¿no creen?
Pero no fue así como ocurrió.
Cuando a las 8 de la mañana del día 7 de enero los guardias del Centro Penitenciario iniciaron su ronda, al hacer el recuento comprobaron que todos los presos habían salido menos uno: G.M.J.
Lo encontraron inconsciente en su celda del módulo ocho, sentado en una silla, y sin muestras aparentes de violencia. El servicio médico de la cárcel se desplazó al lugar y, tras comprobar que el recluso no tenía pulso, lo declararon muerto. En ese diagnóstico, según declaraciones de los funcionarios presentes, fue determinante el color azul que presentaba el cuerpo (si extrapolamos esa premisa al mundo animado, a partir de ahora tendremos que considerar a los pitufos, además de belgas, zombis).
Avisado el juzgado de guardia, su titular acordó el levantamiento del cadáver y posterior traslado al Instituto de Medicina Legal de Oviedo para que se le practicara la autopsia. El deceso fue comunicado, de manera simultánea, a la familia.
Cuando el equipo forense se disponía a comenzar su trabajo, la bolsa que contenía el cuerpo del fallecido empezó a sonar de manera extraña (algo así como ronquidos). Al abrirla comprobaron, totalmente acojonados, que el muerto no estaba muerto, aunque tampoco estaba de parranda.
Tras el susto morrocotudo, una ambulancia trasladó al recluso al Hospital Universitario Central de Asturias, donde permaneció ingresado y escoltado por la Guardia Civil.
En un principio, se sospechó que el suceso podría estar relacionado con alguna patología, ya que según su familia, G. padece epilepsia (aunque condenado por robo de chatarra no goza, precisamente, de una salud de hierro) y, durante las últimas semanas, podría no haber tomado de manera adecuada la medicación prescrita para controlar los síntomas de dicha enfermedad. Los análisis efectuados posteriormente desmienten la versión de los familiares.
Según fuentes médicas, G.M.J. entró en coma durante la madrugada del domingo por sobredosis de barbitúricos. Le dieron por muerto y salió del estado comatoso justo cuando le preparaban para hacerle la autopsia. Los síntomas de hipotermia (somnolencia, piel pálida y fría, frecuencia cardíaca o respiratoria lentas) enmascararon los signos vitales hasta hacerlos prácticamente inapreciables.
En cualquier caso, lo que más llama la atención es que tres médicos, tres (dos facultativos de la cárcel y la forense de guardia), certificaran la muerte de G.M.J. Se dice, se cuenta, se rumorea, se sospecha, que solo uno examinó el cuerpo y los otros dos se limitaron a firmar el certificado de defunción.
Mientras la familia habla de errores encadenados y abogados, Instituciones Penitenciarias ha abierto una investigación para aclarar las circunstancias que han rodeado el caso y depurar responsabilidades.
El pasado 11 de enero, el preso volvió a la UCI tras empeorar su estado de salud: “le había subido la fiebre y tiene una infección respiratoria, además, le están sometiendo a diálisis para sacarle el líquido que tiene acumulado en el cuerpo”, dijo su padre.
La familia pide el indulto de los seis meses de pena que le quedan por cumplir. Afirman que está condenado a tres años y medio de prisión por robar chatarra en la Central Lechera Asturiana (eso se llama compromiso con la tierra).
Cuando G.M.J. se recupere, esperemos que sean pronto, puede que decida cambiar su alias actual y, en honor de su recién adquirida fama, adopte el de “El resucitado” (yo lo haría). También podrá presumir de que, durante unas horas, lució unos tattoos exclusivos (las marcas pintadas en el cuerpo para hacerle la autopsia), fuera del alcance de los vivos, y disfrutar de la popularidad que su insólito caso le ha proporcionado.
Después tal vez vengan el libro y la película.