Hace algún tiempo vi a un tipo por la calle con una camiseta en la que se leía: “Del deporte se sale”. “De la Verneda, no”, añadiría yo tras leer Tiempo de ratas.
Porque la Verneda, tal como la muestra Marc Moreno, es uno de esos ecosistemas aislados en los que uno nace, crece, se reproduce (si puede y quiere) y muere (en ocasiones demasiado pronto) sin necesidad de traspasar sus fronteras. Un barrio en el que sobrevivir ya es un mérito, de hacer planes de futuro ya ni hablamos, máxime en épocas de crisis (y en algunos lugares las crisis no tienen épocas, vienen de serie) en los que ésta se ceba con los de siempre hasta arrancarles su única posesión, esa que en décadas de desarrollismo sin freno nos dijeron que debíamos conseguir aun hipotecándonos de por vida: el piso en propiedad.
Por sus calles se arrastran gentes como Eloy, el Mentiendes, Jessica, Charly (el narrador de la historia)… Hijos todos de padres que dedican su mucho tiempo libre a ir de bar en bar, tratando de que el chino de turno que los regenta les fíe o buscando unos eurillos con los que pagar el siguiente quinto. Hijos de madres, en muchos casos maltratadas, para las cuales sus hijos son unos benditos incapaces de hacer nada malo. Y es que madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle.
Por sus calles patrullan mossos d’Esquadra sin demasiados escrúpulos a la hora de hacer la vista gorda a cambio de su mordida. Sus calles las vigilan clanes gitanos que controlan cada gramo de coca que circula por ellas, y cuando alguien como el Andreu quiere actuar por libre haciéndose con una mochila cargada con ocho kilos de polvo blanco no pasa desapercibido a sus ojos, que se posan inmisericordes en su vecino y presunto depositario de la mercancía: sí, el Eloy.
Y repito la palabra calle porque es ahí donde se desarrolla el grueso de la novela, como sucede en ese Canillejas (Quinquillejas, me gusta decir) de las novelas de Paco Gómez Escribano. Como las de esas junglas tan recientes de Carlos Augusto Casas.
Moreno, Gómez Escribano, Casas… Sucesores todos del veterano Ibáñez, hábiles como ellos solos a la hora de hacer visibles a los desheredados, los protagonistas naturales del género negro más clásico.
Novelas necesarias, novelas cortas, intensas, sin florituras, con frases como latigazos, como pedradas, como golpes de faca… Novelas vividas por gentes que no tienen más salida que la huida hacia adelante aunque, ante sus narices, el panorama sea tan desolador como el que pretenden dejar atrás.
Porque ya lo dijo Pedro Navaja: «Si naciste pa martillo, del cielo te caen los clavos». Y en La Verneda, si de algo no hay sequía, es precisamente de clavos.
Tiempo de ratasMarc Moreno
Milenio