Cine: «Big Bad Wolves»

Teresa Suárez

Una casa abandonada. Tres niños jugando al escondite. Un adulto que no debería estar allí. Un zapato rojo.

Cambio de tercio.

La misma casa abandonada. Una guía telefónica. Un varón blanco golpeado salvajemente. Cuatro hombres fuera de la ley. Alguien graba la paliza. Un teléfono suena.

¿Puede un lector de novela negra disfrutar con un cuento infantil?

Si es la policía israelí quien lo escribe, por supuesto…

Había una vez un lobo que, escondido tras una falsa piel de cordero, vivía entre ovejas sin levantar sospechas. Como a cualquier otro miembro de su especie, a nuestro lobo le gustaba perseguir a niñas inocentes pero, debido a su insano juicio, no se conformaba con asustarlas ni se limitaba a comérselas.

Depredador aplicado, había desarrollado un modus operandi que le facilitaba el acceso al universo infantil: las atiborraba de dulces y ricos pasteles, rellenos de sedantes, que aseguraban el éxito de la captura.

La presa caía en un profundo sueño que el lobo aprovechaba para ultrajar todos y cada uno de los agujeros de su pequeño cuerpo. Cuando la niñita despertaba, daba comienzo su verdadera pesadilla: tortura, mutilación y, por fin, la muerte.

Cuando el cadáver de la pequeña aparece, incompleto, en el bosque, da comienzo una batida a la que se van sumando voluntarios cuya integridad está comprometida porque todos y cada uno de ellos tienen asuntos pendientes con la alimaña a la que persiguen. La brutalidad de los cazadores del cuento es de tal calibre que te hace preguntarte, continuamente, quién es quién:

“Deberíamos plantearnos una estrategia.

¿A qué te refieres?

Si, quien hace de poli bueno y quien de poli malo.

Aquí no hay polis buenos”.

Un profesor de religión (“tiene que creerme, yo no he hecho nada”), el padre vengador (“me he traído mi Glock”), el abuelo y sus batallitas (“cuando se trata de cojones todos hablan”), los policías justicieros (“le haría hablar en una hora; yo en media”), el jefe preocupado por salvar su culo (“un civil puede hacer lo que le plazca…siempre que no lo pillen”)… ¡Todos dan miedo!

Aprovechando la ventaja segura que supone que uno de los protagonistas sea el tipo de asesino que más indignación y asco genera entre la población, el pedófilo, con un irreverente guiño a una de las particularidades del ejército israelí (tanto hombres como mujeres deben cumplir con el servicio militar obligatorio; cuando finaliza, los varones pasan a ser parte de la reserva hasta los 45 años de edad), altísimas dosis de violencia y un sentido del humor tan macabro y bestia que puede, y debe, herir la sensibilidad del espectador, Aharon Keshales y Navot Papushado presentan una historia, mitad fabula mitad cuento de terror, que hará las “delicias” de los aficionados a la barbarie.

En 2013, año de su estreno, Tarantino, sangreadicto confeso, dijo que era la película que más le había gustado en todo ese año.

Ahí lo dejo.

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