“La familia constituye el compromiso social más firme de confianza, el pacto más resistente de protección y de apoyo mutuo, el acuerdo más singular de convivencia y de amor que existe entre un grupo de personas. Sin embargo, el hogar familiar es también un ambiente prodigo en contrastes y contradicciones (…) La casa es el terreno de cultivo donde se desarrollan las relaciones más generosas, seguras y duraderas, y, al mismo tiempo, el escenario donde más vivamente se manifiestan las hostilidades, las rivalidades y los más amargos conflictos entre hombres y mujeres, y entre adultos y pequeños”, Las semillas de la violencia, Luis Roja Marcos.
Acompañada de sus dos hijos, pero sin su marido, Laura viaja desde Buenos Aires a España para asistir a la boda de su hermana pequeña en el pueblo que la vio nacer. En mitad de la noche se produce un hecho traumático que convertirá la celebración en una autentica pesadilla.
Hace algún tiempo, en el programa Días de cine de La 2, le preguntaron a Javier Ocaña, crítico cinematográfico de El País, qué era un thriller y él, atendiendo al vocablo inglés del que deriva (thrill), lo definió como un “estremecimiento” que, normalmente, se produce en torno a un hecho delictivo. Estremecerte, y mucho, es lo que Asghar Farhadi consigue solo con plantearte la desaparición de un ser querido.
Siendo de un país en el que las mujeres están subordinadas totalmente a los hombres, y sometidas al estricto control del Estado (uso obligatorio del hiyab, un pañuelo que las mujeres musulmanas utilizan para cubrir sus cabellos, no pueden bailar, ni montar en bicicleta en público, ni salir del país sin tener permiso oficial de sus padres o maridos), que este reconocido director y guionista iraní (en 2011 ganó el Oscar a la Mejor película de habla no inglesa por Nader y Simin, una separación, y en 2016 lo volvió a ganar por El viajante) quiera y sea capaz de reflejar en sus películas, con una sensibilidad exquisita, el sentir de las mujeres, sus miedos y deseos más profundos, alimenta la esperanza de que el cambio, tan necesario en Irán, cada día está más cerca. En Todos lo saben las mujeres son las protagonistas absolutas de la historia y su papel, por una vez, va más allá del de simples víctimas.
Rodada enteramente en España (Castilla y León, Madrid y Castilla-La Mancha), sorprende comprobar cómo alguien que procede de una cultura totalmente distinta a la nuestra, ha sabido diseccionar tanto la complejidad de las relaciones familiares como el ambiente asfixiante que a veces reina en los municipios pequeños, donde todo el mundo se conoce y tan difícil es guardar un secreto, con la precisión de un cirujano.
Sorprende, igualmente, cómo acierta al reflejar las rencillas entre los habitantes del pueblo (líos de faldas, problemas con las tierras o envidias irracionales), esas que se heredan de padres a hijos y de las que nadie habla en voz alta salvo en el bar, cuando el vino o la cerveza nublan la prudencia y desatan la lengua.
Su trabajo es tan extraordinario que en una de las escenas cumbres de la película, cuando se reúne la familia para decidir si piden ayuda o no a la Guardia Civil, logra que los personajes, a fuerza de miradas y prácticamente sin diálogo, hagan dudar al espectador de la inocencia de todos ellos (“De hecho los seres humanos tenemos mayor probabilidad de ser asaltados, maltratados o torturados, física y mentalmente, en nuestro propio hogar, a manos de alguien supuestamente querido, que en ningún otro lugar”). ¡Todos parecen culpables!
Si en vez de Penélope Cruz, con su voz chillona, (lo siento por sus seguidores pero salvo la magnífica Volver, de Almodóvar, y La niña de tus ojos, de Trueba, su filmografía, para mi gusto, deja mucho que desear) la protagonista hubiera sido Inma Cuesta, cuyo talento se desperdicia en un papel menor (a quienes no hayan visto La novia se la recomiendo encarecidamente), la película hubiera ganado (supongo que Bardem y ella le darán a la física porque la química entre ambos, al menos en pantalla, brilla por su ausencia). Pero el resto del elenco es tan brillante (Ricardo Darín, Eduard Fernández, Elvira Minguez y una Barbara Lennie que se come a Penélope Cruz en todas las escenas en las que aparecen juntas) que resulta imposible que un solo elemento desmerezca el conjunto.
Sin golpes, sin tiros, sin sangre, sin ni tan siquiera insultos, Asghar Farhadi es capaz de reflejar una gran violencia. Pero no una violencia explicita, sino una violencia latente, contenida, a punto siempre de explotar, que te atenaza y encoge el corazón. ¡Es difícil no verte reflejado en alguna de las situaciones!
“La violencia familiar suele estar escondida celosamente de la luz pública, rodeada de una coraza protectora de tabú y de silencio. La razón es que, en la mayoría de las culturas, el hogar constituye la esfera más privada y oculta de la existencia humana”.
Háganme caso y vayan a verla.