Novela: «Mañana es el día siguiente», de Mario Marín

Salva Alemany

Samuel empezó a correr por hacer algo, con Pedro. Y ahora lo suyo es necesidad. Y controla. De batidos, calorías, pisadas supinadoras, ritmos, promedios y todo el percal. Porque Samuel es de los que si hay que ir se va, que ir pa ná es tontería. También controla de arte, un huevo. Por algo lo aprendió de su abuelo analfabeto. Solo hay una cosa que Samuel no controla. El asco. El asco no es una sensación, es un rumor sordo, que te sube por los pies, te llega al estómago y ahí lo pudre todo. Correr alivia, pero es un parche. Cuando el asco llega hay que cortarlo, de raíz.

Y en esas que Pedro tiene que marchar y le pide a Samuel que le cuide la casa y la huerta. Samuel no sabe nada de lo verde. De porros, tías y fiesta sí, pero ya se ha quitado. Por suerte en las huertas vive Jacinto, que es a las alcachofas lo que Séneca a la filosofía. Y Samuel aprende, tanto de sus palabras como de sus silencios. Y aprende rápido, y se esfuerza, y trabaja, y suda, y corre, y disfruta, y cava, y siembra, y corre, y espurga, y al final la huerta da gloria verla. Pero gloria bendita, oiga. Y Jacinto está orgulloso de Samuel, aunque no lo diga. Y a Samuel la huerta le centra, le da paz. Cada vez con más frecuencia sale de Huelva y sube a las huertas, y allí conoce a Fernando, el pragmatismo hecho ser humano. Y un día se topa con Fidel. A este no hubiera querido conocerlo nunca, pero lo conoce. Y a su perro Bruno. Fidel es un mierdas de los más mierdas. Un moderno de mierda. Sí, de esos que provocan asco. Pero no un asco normal. El Asco, con mayúsculas. Y ahí comienza todo. Pero todo. El mal en estado puro.

Ustedes comprenderán que no les cuente más, no me perdonaría destriparles la trama. Y cuando digo destriparles no lo digo de forma gratuita. Porque la trama de este Mañana es el día siguiente es de esas que te descuelgan la mandíbula y ya no la vuelves a colgar hasta que cierras el libro por la última página. Dos días me ha llevado su lectura. Así engancha. Y me ha vuelto a ocurrir. Ha sido una de esas veces en las que lees la última frase y te entran unas ganas irracionales de ser amigo de su autor. Porque no nos engañemos, alguien capaz de relatar el horror y arrancarte media sonrisa tiene que ser para tomarse unas cañas en lo del Cohetero. O un helado de nata en lo del Ángel. Y si hay suerte conocer a la Fátima, con la que Samuel folla como los ángeles y luego se da besos de gilipollas. ¿Qué habéis hecho con la Fátima, cabrones?

Ustedes me perdonarán, que me estoy liando. Pero es que esta novela es de las que no se olvidan. De las que vas leyendo en el autobús y te jode que llegue tu parada. De las que te dan las once y tú sin cenar. De las que necesitas comentar.

Mario tiene una prosa de corredor. Controla el ritmo, la cadencia, conoce tu aguante, tus reservas. Si tiene que apretarte te aprieta, si te ve flojear afloja. Es como una liebre soñada, te lleva, te anima, te empuja, te envuelve, te hace volar. Y su forma de escribir es original, diferente, algo tan difícil de conseguir en el panorama literario actual de género negro. Un estilo sencillo, creíble. Una historia que se te mete dentro, enraizando en tus entrañas para germinar como una de las grandes sorpresas del año.

Cuesta entender por qué no está teniendo más repercusión en un panorama donde se edita más estiércol que otra cosa. Espero que tenga la difusión y los galardones que merece (y en futuras ediciones puedan corregir el enorme gazapo de la contraportada).

Lean esta novela. Apuesto a que no les dejará indiferentes. Y aviso, ya nunca se comerán una alcachofa de la misma manera.

Mañana es el día siguiente
Mario Marín
Ediciones del Viento

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