Ganador de todos los premios importantes de novela negra existentes en España, Carlos Zanón (Barcelona, 1966), es conocido no sólo por su faceta narradora. Poeta, guionista, articulista y crítico literario son otras actividades por las que es merecidamente aplaudido. En 2015 ha debutado como cuentista con Marley estaba muerto (RBA), pero son sus novelas Tarde, mal y nunca (RBA, 2009), No llames a casa (RBA, 2012) –Premio Valencia Negra– y, sobre todo, Yo fui Johnny Thunders (RBA, 2014) –Premios Salamanca Negra, Novelpol y Dashiell Hammet (¡triplete!)– las que han llevado a su autor al éxito y reconocimiento popular.
Notas para una reseña que se las trae (y que yo no sé si seré capaz de dar forma):
–Lo que podría haber resultado la desvaída copia del modelo original, una mimetización poco enjundiosa, acaba transformada por la habilidad y el talento de Carlos Zanón en una realidad literaria muy personal. Aquellos acérrimos seguidores del Carvalho de Vázquez Montalbán que se echaron las manos a la cabeza al conocer la noticia de la –en teoría– espuria resurrección de su personaje (entre los que no tengo inconveniente en incluirme) deben quedar tranquilos: el Carvalho de Zanón, aun partiendo del idolatrado detective, desarrolla una personalidad propia que en ningún momento conlleva la devaluación.
–No estamos aquí ante una de esas novelas en las que el lector lo pasa bomba reconociendo paisaje y paisanaje (aun sintiéndose tan perspicaz, ese lector lo que en realidad asimila es una papilla comercial estratégicamente preparada para cerebros como el suyo). Y menos todavía estamos ante cualquiera de esos textos que, aprovechándose de lo creado por otro, desarrollan argumentos chupados; al revés, nos hallamos aquí frente a una obra original que sin abuso de reconocimientos prefiere transferir conocimiento en quien la desentraña. Prueba de este llamativo desmarque de Carlos Zanón es cómo en su Carvalho: problemas de identidad apenas si encuentro referencias (y todas muy cogidas por los pelos) al corpus carvalhiano. Están en Asesinato en el comité central, Yo maté a Kennedy y Tatuaje, títulos que, encima, no resultan de lo más florido del genial autor de Los mares del sur, La rosa de Alejandría o El delantero centro fue asesinado al atardecer (mis preferidos).
–José Carvalho Larios no se rebela pirandellianamente contra su creador. Muy al contrario, lo añora. ¿Y qué creador será ése? ¿Mario Vázquez Montalbán, Carlos Zanón, o una mezcla de ambos? No puede haber titubeos porque este Carvalho no admite otro progenitor que Vázquez Montalbán. Teniéndolo muy presente –y nombrándolo como «El Escritor»–, José Carvalho lo invoca a su antojo, sin recurrir a magias ni a médiums, para charlar con él sobre temas de actualidad: así, Trump, Messi, o el Rey y Corina (la novela se desarrolla durante el verano de 2017 finalizando el 17 de agosto, unas pocas horas antes del espeluznante atropello en Las Ramblas). También agrada a Carvalho rememorar conversaciones mantenidas con El Escritor cuando aún vivía: «Nos dedicábamos a hablar por hablar, comentar temas de actualidad, filosofar entelequias, como diría Biscuter, en su caso recitar poemas de memoria en catalán, gallego, castellano. Era un lujo tenerlo al alcance de la mano y después, orgulloso, leerlo en los periódicos o en las revistas de la barbería».
–Llega un momento en el que al lector se le plantea un interrogante: ¿se habrá basado El Escritor en su Pepe Carvalho para crear a este José Carvalho? En lo que supone la consecución por Zanón de aquel ideal flaubertiano que propugnaba la mayor invisibilidad posible del autor en su obra, avanzar en Carvalho: problemas de identidad admite verificar, párrafo a párrafo, frase a frase, cómo el tal dificilísimo logro ha resultado posible. Carlos Zanón prefirió irse. En efecto, por ningún lado aparece. Es El Escritor –con todo su bagaje previo– quien asigna voz narradora, ahora en primera persona (cuando antes siempre usaba la tercera persona), a este aggiornado Carvalho. Obviamente todo el ingenioso artificio puede ser desmontado a las primeras de cambio si asumimos que es Carlos Zanón quien ha prorrogado con una vida literaria extra a ese «ente tutelar», ya fallecido y rebautizado como El Escritor. Pero la buena ficción –y ésta sin duda lo es– tiene sus propias leyes, su autonomía para soplar burbujas perfectas y hacerlas volar por donde le dé la real gana…Y el autor barcelonés ha encapsulado con éxito en una grandísima burbuja, casi un globo, a su última novela.
–Un poco atribuladamente este nuevo Carvalho descubre rasgos propios en el antiguo, cosa harto comprensible por proceder ambos de la pluma de El Escritor. «Había, en los libros, puntuales frases que se decían en nuestras charlas, bastantes aspectos de mi manera de ser, mis casos, mi relación distorsionada con Charo o Biscuter». Las añoranzas y paralelismos con el personaje que le precede plantean serios problemas de identidad al nuevo Carvalho, quien acaba por preguntarse: «¿Quién eres?» «¿Quién soy ahora?», o, en momentos de mayor apuro, desear: «Es una de esas veces en que me gustaría que El Escritor me pusiera en una hoja qué diría ese Otro que no era Yo. Esa capacidad de encajar. De tragar la amargura y seguir adelante».
–Una hipótesis apuntada en Carvalho: problemas de identidad sería investigar si no fue Carvalho (el Otro o Yo) quien realmente matara a El Escritor en el aeropuerto de Bangkok, sugerente línea ésta, de aromas más shakesperianos que borgianos, que queda sólo enunciada. Porque, claro, llegado es el momento en que el libro debe abandonar estas tentadoras especulaciones identitarias y existenciales de su Carvalho, dejar la metaliteratura a un lado para desplegar el caso criminal: que por eso han comprado sus lectores una obra policíaca. Y ahí queda postergada una hebra que pudo conformar una novela diferente, no sé si negra, pero sí seguro de grandísima originalidad. Esperemos que El Escritor se la haya guardado para explotarla, sino en un libro entero dedicado a aclarar esa muerte, por lo menos repartida en entregas de la serie que ha iniciado el jefe de todo esto, Carlos Zanón.
–Dos tramas confluyen en Carvalho: problemas de identidad. La secundaria arranca con una desesperada madre que contrata a José Carvalho para que encuentre a su hija Anita, una yonqui prostituta con discapacidad mental de quien hay evidencias de estar enterrada en una ladera de Montjuïc. Es esta una historia de acompañamiento que sirve, sobre todo, para presentar el despacho de Carvalho, el ambiente laboral que en él se genera y sus novedades. La principal, una eficiente y sarcástica secretaria –Estefanía Briongos– de imprevisible carácter. Ahí sigue el incombustible Biscuter, empeñado en prepararle a su jefe platos, ahora vegetarianos, que palíen su maltrecha salud. Concursante de MasterChef para gran cabreo de Carvalho, que se ceba con el empleado ante su insólita participación: «la gente se declara, se casa, fornica, se insulta, se pega, se abraza, llora, viola y asesina para que la vean por televisión. Ahora también cocinan».Y por haber, hay hasta un informático: Xavi Lozano. El que continúa muerto, y bien muerto, es el limpiabotas ramblero, facha sentimental a quien suponemos que la deriva procesista de Cataluña no habría hecho especialmente feliz: el pobre Bromuro, solucionador de problemas para Carvalho, su confidente eficaz.
–Es la segunda trama (por orden cronológico) la que ocupa gran parte del libro y de los esfuerzos de José Carvalho. En un piso de la calle Provença una abuela (la yaya Mercè) y su nieta (Elsa) han sido brutalmente asesinadas. El móvil parece ser el robo. El caso lo encarga Marina, antigua compañera de facultad de Carvalho y asimismo amiga de Amèlia, nieta y hermana mayor de las víctimas. Las primeras sospechas recaen sobre un ex novio de Amèlia –Manel del Río–, guardia urbano de violento carácter, un machote especializado en zurrar a manteros subsaharianos que no tarda en ingresar en prisión preventiva. Sus descubiertas conexiones con la mafia latinoamericana hacen que aparezca aún más implicado en el doble crimen, ya que se reciben unos anónimos extorsionadores redactados en una jerga inequívocamente sudaca. El asunto cobra aspecto de asesinato por encargo. El móvil del robo va difuminándose… Las sospechas recaen entonces sobre Amèlia, aspirante a actriz que gasta mucho dinero en cursos y ropa. Detenida por los Mossos es puesta a disposición judicial. Su novio –Max Artigas– un cuarentón pedante, narcisista y egocéntrico (no, no recita a Cavafis, pero por poco…) que crispa a Carvalho pero paga los caprichos de Amèlia, se pone a disposición del detective y de su abogado de confianza –Alfonso Subirats– para colaborar con ellos en lo que sea menester.
–Unas perlas del cinismo («una virtud en la sociedad actual») de este solitario y renovado Carvalho:
«…y una familia pija de abuela rica, hijo traumatizado, hija superando divorcio y nieta riquísima y tontísima tratando de hacer entender los filtros de Instagram a la vieja, que se las da de contemporánea porque sabe sintonizar la tele y apretar, cuando se ve apurada, el botón de teleasistencia.»
«A la independencia, como el matrimonio, se llega porque uno es muy pesado y el otro no cuelga el teléfono a tiempo.»
«Hay algo inadmisible en estos tiempos nuestros: la imposibilidad de entender a quien no quiere trabajar ni estar sano ni follar.»
–Unos amores de Carvalho. Tanto al inicio como en su desopilante final la acción de la novela se traslada a Madrid para presentar a un Carvalho sujeto a pasiones de intensidad variada. La más atenuada es la que desarrolla hacia una dama de mustias aficiones narradoras, a quien en todo momento se refiere como la «ex escritora», y con la que yace de manera más bien negligente; las otras efusiones, más disparadas y candentes, son las que siente hacia la retorcida mujer de Luis Carbonell, asesor de un ministro del PP, dama a la que reveladoramente Carvalho denomina «Mi Novia Zombie». El pepero, que se ha olido la adúltera tostada, contrata a dos matones como armarios que –a modo de primer aviso– casi ahogan a Carvalho en un inodoro durante el primer capítulo. Los cuatro últimos de Carvalho: problemas de identidad, con el detective transfigurado en un degradado Swann pateándose la Villa y Corte a la desesperada persecución de su Odette –ahora, Mi Novia Zombie–, acaban resultando un insuperable carrusel de figuración esperpéntica en el que traductoras de griego con metástasis, camareros de tascas salidos de tebeos de Bruguera, elitistas locales de sadomaso poblados por seres andróginos y viciosos (bien apuntalados por un torrente de referencias literarias que irían desde Madame Bovary a Rayuela), todo ello, sabiamente agitado, hace que estos capítulos finales no me parezcan tanto un descenso infernal «tipo Orfeo» sino que me recuerden más a las regocijantes peripecias de Gurb, aquel extraterrestre desbrujulado en la Barcelona preolímpica creado por Eduardo Mendoza.
Me van a disculpar pero la reseña mejor la hago otro día…
Carvalho: problemas de identidadCarlos Zanón
Planeta