Pues ya hemos tenido entre las manos la tercera y última entrega de las aventuras de Yeruldelgger, the fucking master del universo mongol, excomisario de policía en Ulán Bator, mitad monje (shaolín) mitad soldado, machote irresistible que tiene amor para todas y que en esta novela llega a rozar la divinidad, al convertirse, a su pesar, en el «Khan Delgger».
Yeruldelgger nos dice adiós. Acaba de irse y ya le echo de menos. Aunque nunca se sabe: siempre hay manera de retomar y resucitar a los viejos héroes.
De entrega en entrega, desde la primera novela (Muertos en la estepa), a través de la segunda (Tiempos salvajes) hasta esta tercera y presuntamente última, la minisaga mogola no ha hecho sino incrementar sus dosis de delirio, acción, pitorreo y aventura.
En Muertos en la estepa, a pesar del título, fue más protagonista la ciudad de Ulán Bator, sus bajos fondos, su lado Mad Max, en un relato más convencionalmente negro y policial. A continuación, Tiempos salvajes mostró una tendencia algo menos urbana, más aventurera y de tebeo. Y finalmente, en esta tercera también se nos aparece algún barrio sórdido, pero muchas más páginas discurren por la otra cara de la ciudad: los restaurantes, hoteles y shopping centers de lujo, habitados, como podéis imaginar, por magnates, ministros y demás campeones del crimen, que dan más miedito que los quinquis desharrapados de los suburbios chungos y que, por supuesto, resultan ser mucho más feroces y sanguinarios.
Pero en esta novela Manook no solo nos lleva de viaje a Mongolia, sino también, como ya hizo en Tiempos salvajes, a otros lares diametralmente opuestos, en brusco y refrescante contraste. Esta vez han tocado Nueva York y una parte de Australia, pero es en Oceanía donde echa Manook el resto, con un pasmoso exceso de precisión, un celo descriptivo y un extraño empeño en demostrarnos que conoce Australia como la palma de su mano. Vale, señor Manook; te creemos, conoces Australia muy muy bien, eres un tío viajado, tienes mundo, bien, de acuerdo, pero basta ya de detalles, por favor.
Este ir y venir de un continente a otro nos brinda un relato muy ágil, con sus capítulos cortos y sus escenas como sketches, rellenos de variados y numerosísimos muertos, en un alarde de creatividad en cuanto a las formas de torturar y asesinar, y un montón de personajes más o menos secundarios o terciarios (ay, esa caravana de seguidores del «Khan Delgger», qué cuadrilla de tarados, qué ecos de La vida de Brian), entre los cuales Yeruldelgger se difumina discretamente, con sus diálogos tarantinianos, su deleite (también bastante tarantiniano) en la brutalidad y constantes referencias a la cultura cinematográfica y televisiva en su vertiente más popular. No faltan tampoco ciertos toques de humor de brocha gorda e incluso escatológica, que, con una buena dosis de atrevimiento, colocan a menudo el relato al otro lado del borde de la parodia, en ocasiones queriendo y en otras puede que sin querer.
Todo ello, además, se nos ofrece empapado en una salsa cocinada con geopolítica, ecologismo global, grandes montajes mediáticos a nivel planetario, redes de explotación sexual, espionaje, turbios asuntos políticos y terroríficas y gigantescas corporaciones que, como bien sabemos desde Robocop, gobiernan el mundo, quitan y ponen gabinetes y parlamentos y dirigen sus miradas hacia países como Mongolia, bella, indomable, terrible y tremendamente atractiva para quienes quieren hacer dinero y nada más que dinero, caiga quien caiga y a toda costa.
Entre toda esta podredumbre solo la vida nómada, los amores nómadas, la muerte nómada revisten pureza a los ojos de Manook. Como en las anteriores novelas, el lirismo y la mugre se suceden mutuamente y se complementan.
Como os decía al principio, el héroe está viejo. Yeruldelgger pertenece, pertenecía, a una Mongolia salvaje y tradicional que ya apenas existe. Por eso en esta última aventura se retira, se difumina, como también os decía, y quiere ceder el paso a las nuevas generaciones. Porque tengo una buena noticia: Yeruldelgger puede que tenga relevo, ya que despuntan en las páginas de esta tercera entrega el espabilado agente Bekter, de la policía de Ulán Bator, y su simpática e intrépida ayudante Meredith Fifty. No sé si estos dos llegarán a tener toda una saga, pero no dudo ni un poquito de que se la merecen.
La muerte nómadaIan Manook
Trad.: José Manuel Fajardo
Salamandra Black