Si la memoria no me falla -y en caso de hacerlo, que seguro que sí, siempre tengo a mano los libros que llenan mis estanterías criminales-, desde 2009 no teníamos noticias del subinspector Santiago Escalona, en concreto con la tercera entrega de la serie, Un mal día para morir, editada por Pamiès.
Si la memoria no me falla -huelga repetir la aclaración anterior-, desde 2012 Empar Fernández y Pablo Bonell no habían vuelto a escribir a cuatro manos, en aquella ocasión con el seudónimo de E. P. Kaplan en la sorprendente novela Hombre muerto corre.
También quiero recordar que la propia Empar me comentaba hace ya algún tiempo que pensaban volver a las andadas, y ha habido que esperar lo suyo pero ha merecido la pena. Y mucho.
Porque aquí tenemos de nuevo a Escalona, si bien de un modo tangencial, como personaje necesario aunque no relevante -podría haber sido cualquier otro policía que pasase por allí-, en una original trama protagonizada por ambos autores y ambientada en el entorno que mejor conocen, en ese ecosistema tan cerrado y peculiar como es un instituto de enseñanza secundaria, con sus claustros, sus guardias, sus conserjes, sus directoras y jefes de estudios… y, por supuesto, su alumnado, cada vez más variopinto por aquello de la diversidad que nos ha tocado vivir, algo que, desde luego, no afecta a la privada.
Empar y Pablo son profesores del departamento de Historia de un instituto público de Barcelona en el que, para ir abriendo boca, aparecen los cuerpos sin vida de dos alumnos en lo que podría parecer un crimen ritual. Poco a poco, la investigación llevada a cabo por Escalona, pero sobre todo por los propios autores/protagonistas, comienza a señalar a uno de ellos. Esos dos son los primeros crímenes vinculados al instituto aunque no los únicos, como podremos comprobar en una trama muy interesante y desbordante de originalidad en la que conoceremos las intimidades de su espacio de trabajo.
En Líbranos del mal, Empar y Pablo vuelven a demostrar su pericia como autores de novela negra y su habilidad para escribir a cuatro manos sin que por ninguna parte se puedan apreciar las costuras. De paso, han cumplido con esa regla no escrita de escribir sobre lo que conoces, y en tema de enseñanza a adolescentes creo que ambos van sobrados, permitiéndonos entrar en su mundo con los mejores cicerones posibles.
Totalmente recomendable para aficionados en general y para docentes en particular. Y lectura obligada para quienes piensan que los maestros trabajan poco, cobran mucho y tienen demasiadas vacaciones.
Líbranos del malEmpar Fernández y Pablo Bonel Almuzara