Teresa Suárez
Sinopsis:
«Chris (Martin Freeman) es un agente de policía de emergencias poco convencional, moralmente comprometido, que afronta una serie de turnos nocturnos en las peligrosas calles de Liverpool. Noche tras noche se enfrenta a la delincuencia, la violencia y la adicción, mientras lucha contra sus demonios personales que amenazan con desestabilizar su trabajo, su matrimonio y su salud mental. Mientras intenta mantenerse a flote tanto personal como profesionalmente, Chris se ve obligado a trabajar con una nueva compañera novata, Rachel. Pronto descubren que la supervivencia en este implacable mundo nocturno dependerá de que se ayuden o se destruyan mutuamente. La tensión crece para Chris cuando decide proteger a una joven drogadicta que huye de un matón por el robo de un importante alijo de cocaína».
En The Responder (miniserie de TV que pueden ver en Movistar Plus), acompañamos a Chris durante su frenética vida nocturna, diurna y familiar. Porque nada, absolutamente nada en la vida del pobre Chris, transcurre a la velocidad deseable. Ni siquiera las sesiones con la terapeuta a las que acude en busca de descanso y algo de paz.
Y es que…
Si eres policía, de respuesta inmediata y ronda nocturna, la ración extra de agotamiento mental y físico viene de serie.
Si al permanente estrés al que te condena tu profesión, tu turno de trabajo y la violencia a la que te enfrentas noche tras noche, le añades problemas económicos, los ataques de ansiedad están garantizados
Si, además, tienes dificultades de comunicación en general, pero especialmente con tu mujer y ella, que se siente sola y abandonada, busca refugio en los brazos del cabrón al que debes haber sido rebajado de inspector a policía raso, tu mente, totalmente desbordada, está a punto de sufrir un colapso que dará con tus huesos en el hospital o en el cementerio.
Bueno, en realidad tienes otra opción. Como policía pelín corrupto, la trena se perfila como una tercera vía (no necesariamente la peor de todas) para tu agobiada existencia.
La brevedad (cinco capítulos) impide profundizar en ciertos aspectos que, únicamente, conocemos por boca del propio protagonista. Por ejemplo, sabemos que fue degradado por corrupto pero que no se pudo demostrar. Sabemos que, a cambio de un sueldo extra, realizaba “ciertos trabajitos” para un amigo de la infancia, camello de pro, pero ignoramos en qué consistían, ni desde cuándo venía sucediendo, ni si estaba en la nómina del camello o era más bien un empleo fijo discontinuo.
No obstante, cualquier defecto que pudiera enturbiar la calidad de esta serie, mínimo en mi opinión, queda difuminado ante la impresionante actuación Martin Freeman (que recuerda a la de Lester Nygaard en la primera temporada de la serie Fargo) como ese policía sobrepasado, histérico, permanentemente cabreado, asustado ante la posibilidad de perder a su familia, lo que más quiere en el mundo, amigo leal, buena persona, en lucha permanente entre lo que debe, lo que puede y lo que tiene que hacer para mantener un mínimo equilibrio que impida el desmoronamiento total de su existencia.
Corrupto sí, pero también recto, por eso cuando Casey, la yonqui a quien busca media ciudad por robar un alijo a un importante traficante, le suplica ayuda, mientras pone ojitos de cervatillo asustado, el poli bueno que habita dentro de Chris se impone al malo, quien le aconseja salir corriendo, y, dejándose embaucar por la jodida Casey, más lista que el hambre, correrá en su auxilio logrando con ello que su vida, ya complicada de por sí, se convierta en un auténtico infierno.
A partir de ese momento, Chris tendrá que lidiar con su compañera novata, que lo escruta y espía para pillarlo en un renuncio, con el excompañero que lo denunció, que persigue, incansable, su expulsión del cuerpo, con las facturas, que no puede pagar, de la clínica donde su madre recibe cuidados paliativos, con el amigo de la infancia, que lo chantajea sin miramientos, con los secuaces del traficante a quien pertenece la droga robada y, sobre todo, con su cabeza que le grita: ¡HASTA AQUÍ!
Aunque el objetivo principal de The Responder es hacernos participes de la presión continua a la que se encuentra sometido su protagonista (¡vaya si lo consigue!), hay otras características que hacen de ella una serie muy atractiva.
Por ejemplo, el humor. Sí, porque entre los numerosos momentos de pesadumbre, siempre se cuela una escena, un dialogo o una imagen, que ayudan a relajar la tensión y logran arrancarte esa pequeña sonrisa tan necesaria.
Otra cosa que sorprende es la distancia que separa The Responder de los policiacos americanos. Estos agentes ingleses ni van dando patadas a las puertas, ni reparten hostias como panes en cuanto el detenido abre la boca. Pese a ser de intervención inmediata, no llevan armas de fuego. Por eso, cuando se enfrentan a una situación potencialmente peligrosa, de esas que no se relajan con la simple vista del uniforme o la placa, deben esperar a sus colegas de intervención armada.
Los mafiosos de turno cuando pillan a quien les ha robado la mercancía y tú, en tu cabeza poblada de otras escenas similares, ya escuchas los gritos de la tortura y ves dientes arrancados sin anestesia o dedos cortados, se limitan a mantener atado a quien sea y a interrogarle casi, casi, con educación. Eso choca, se lo aseguro.
En esta serie tus simpatías pasan del atormentado policía, a la descarada Casey y de ésta al traficante enchironado que, si no encuentra pronto su droga, tiene las horas contadas en la cárcel.
A los adjetivos “buenos” y “malos” optan, por turnos, policías, mafiosos, maridos, esposas, compañeros, amigos, indigentes e incluso abuelos.
No obstante, les advierto, no esperen que desaparezcan la frustración y la ira que Chris atesora.
Tampoco esperen un final feliz porque no lo tendrán.
Los dilemas morales se mantienen y las dudas atormentan.
Cuando la serie termina, el ambiente denso y agobiante permanece.
La electricidad se sigue palpando en el aire a la espera de que estalle una nueva tormenta.
Tal real como la vida misma.
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