El rincón oscuro. Caso cerrado, final abierto

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Jesús Lens

Dos de nuestras últimas lecturas comunitarias en Granada Noir nos han deparado finales (más o menos) abiertos que han generado apasionantes debates. De hecho, para escribir este último Rincón del año he planteado la cuestión vía guasap… ¡y la que se ha liado!

La primera en responder fue Silvia. Y lo hizo a través de un mensaje tan críptico como estimulante: “Los finales abiertos a mí me gustan porque me disgustan. Me dejan pensando, busco con quién compartirlo y la vivencia artística no termina con la lectura o el visionado; continúa en el tiempo…”. ¡Chapeau! Suscribo cada palabra. Ramón es de la misma opinión: “A mí me gustan porque dejan que completes el puzzle… te hace partícipe dándole vueltas a la historia y al destino de los personajes”.

De inmediato, Alfonso puso sus puntos sobre las íes. “A mí no me gustan. Quiero leer un libro, no tener que leer dos o tres o los que me quieran endosar para leer UN libro”. Y con eso abría el melón de las segundas partes, secuelas, sagas, trilogías y continuaciones, tan habituales en el género negro. Como Carolina, que mandó la divertida imagen del Grinch y una frase sentenciadora: “Odio los finales abiertos…”. 

Con esta cuestión no necesariamente nos referimos a las sagas. En palabras de la propia Silvia: “hablo de los que no se entienden, de los que, de hecho, casi nunca van a continuar, o de los que cada uno y una comprende algo completamente distinto”. ¿Tipo ‘Pulp Fiction’ o ‘Seven’?

Estoy con Ángel: “me gustan los finales abiertos, pero hay que hacerlos bien. Que no sea dejarlo así porque no se sabe cómo terminar la trama”. Ahí está la clave. Un final abierto apela a la inteligencia y/o a la complicidad del lector, que debe resolver el final por su cuenta o seguir construyendo la historia en su cabeza, dándole continuidad a la trama planteada. Ejemplos como ‘Shutter Island’ o ‘No es país para viejos’. 

A Puri también le gustan abiertos. “Aunque cuando la imaginación está floja, prefiero la trama con su presentación, nudo y desenlace”. En esa línea va Carmen cuando dice: “en general me gustan los finales cerrados, fundamentalmente en novela negra. Creo que el crimen o misterio sobre el que versa el libro debe quedar resuelto, o por lo menos, el final debe dejar entrever la posible o posibles soluciones. Por otra parte, el libro puede plantear cuestiones que no me importa que queden abiertas: relaciones personales, el esbozo de nuevos misterios, interpretaciones de algunos hechos puntuales… Eso sí: no perdono un final errático”.

A Pepe le pasa eso con las sagas: si tiene a mano la siguiente entrega, como le ocurrió con la Trilogía ‘Martín Ojo de Plata’ de Matilde Asensi, bien, que así puede seguir leyendo a su libre albedrío. Pero tener que esperar… Lo apostilla Concha: “me gusta que la historia concluya, saber qué ha ocurrido con todos los personajes. Después se pueden contar muchos más relatos con los mismos personajes como protagonistas, pero con tramas novedosas. Cuando el final queda abierto me queda una especie de regusto amargo porque me impacienta esperar a que publiquen la continuación. Normalmente pierdo el interés en la historia”. 

Juan Carlos, como Pepi, también es más de finales cerrados. Por eso se declara más cinéfilo que seriéfilo. Y Patricia le pone el final a esta disquisición: “en una buena historia debe quedar todo atado, escrito o no. Que el propio desenlace, aunque no esté explícitamente dicho/escrito, te lleve a concluir ese final”. ¿Y a usted? ¿Le gustan los finales abiertos o los prefiere atados y con lazo? 

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