La bella cigarrera. El misterio de Marie Roget

Juan Mari Barasorda

Las tardes del mes de julio suelen ser muy calurosas en Nueva York. También las de 1841 lo fueron. Aquel 28 de julio, el río Hudson fluía desde su nacimiento en “la fuente de las lágrimas”, separando las orillas entre New York y New Jersey. En la orilla de New Jersey había una sucesión de verdes bosques, casi enfrente de lo que hoy día es Chelsea. Árboles, sombra y el rumor del agua surgiendo de la fuente de Sybil’s Cave. Era un encantador lugar que recibía el nombre de Castle Point, y fue allí donde un pescador recogió en sus redes el cadáver de Mary Cecilia Rogers.

Sybil’s Cave


Tenía 21 años. Había sido violada y estrangulada. Los detalles los dio el forense: la cara había sido completamente destruida por repetidos golpes con un objeto contundente, tenía un grueso cable atado la cintura y unido a una pesada piedra, su cuerpo mostraba una marca con la forma del dedo pulgar de un hombre en el lado derecho del cuello, cerca de la yugular, y otras dos o tres en el izquierdo, las muñecas habían sido atadas, el vestido roto y un trozo de él tapaba su boca a modo de mordaza con un nudo en la parte posterior del cuello, con la clara intención de ahogar sus gritos.

En la mañana del domingo 25 de julio 1841, Mary había salido de la casa de huéspedes en que residía en Nueva York. Sus pasos le llevaron a visitar a un amigo. Aquella noche Mary Rogers no regreso a su casa. Ni su desaparición ni su asesinato hubieran convertido a Mary Rogers en una celebridad si no hubiera sido por su trabajo en la cigarrería de John Aderson, en el 321 de Broadway, un lugar frecuentado por los reporteros y editores de los mas importantes periódicos de New York y por muchos y reputados escritores, como Washington Irving o un joven y taciturno escritor habitualmente cubierto por una negra capa cuyo nombre era Edgar Allan Poe.

Los periódicos -el New York Times, el New York Herald, el Evening Star-hicieron su agosto en aquel cálido verano. Dedicaron sus primeras páginas, día si y día no, a suministrar pistas y proponer sospechosos. Primero se decantaron por Daniel Payne, un amigo o tal vez más; después, por Alfred Commerlin, otro amigo recién llegado en barco a New York.

Mary Rogers había ayudado al prestigio del estanco de Anderson, y a la vez había hecho muchos amigos y conseguido numerosos pretendientes. Payne y Commerlin eran solo dos de ellos. Sus relaciones sentimentales eran complicadas, y de hecho ya había desaparecido varios días en octubre de 1838 (con la consiguiente cuota de primeras paginas en los periódicos), pero esta vez había sido diferente.

Se acusó a los gangs de New York (los Kerryonians, los Chichesters, los Conejos Muertos, los Feos Plug), todos ellos buenos chicos, como si no tuvieran bastante con matarse entre ellos. Se acusó a sus novios, Commerlin y Payne. Se acusó a una tal Mrs. Loss, poco recomendable mujer que regentaba una taberna junto al río -la Nick Moores House- y que se pluriempleaba en practicar abortos a precios reducidos. Se investigó a un sospechoso cubierto por una capa negra que recorrió aquella tarde el borde del río… Pero el asesinato de Mary Rogers terminó en la senda del misterio, la de los crímenes sin solución.

El 7 de octubre de ese año mismo apareció el cadáver del novio: Daniel Payne, envenenado por laúdano (nota de suicidio sobre su pecho incluida). A primeros de noviembre murió de un disparo la tabernera abortista y fue acusado uno de sus hijos. Buenos mimbres para contar una historia.

Y eso es lo hizo que en noviembre de 1842, qué casualidad, Edgard Allan Poe. ¿Quién mejor que él para escribir una novela imperecedera dedicada a la bella cigarrera? Poe conocia a Mary Rogers -qué casualidad- desde octubre de 1838, qué casualidad, y por alguna razón decidió basar su segunda historia de detectives en este asesinato.

Ya había escrito su primera novela policial, “Los crímenes de la calle Morgue”, en 1841 y esta segunda iba a pasar a la historia con el título de “El misterio de Marie Roget”, con la diferencia respecto al caso real que la inspiró de que, en la novela, la acción transcurre en París. Y, de paso, realiza un intento- o así se lo cuenta a su editor- de resolver el asesinato de la cigarrera. Escribió: “Con el pretexto de mostrar cómo Dupin puede desentrañar el misterio del asesinato de Mary, he intentado realizar un acercamiento riguroso al crimen real que conmocionó New York… No he omitido nada del caso, salvo lo que deliberadamente he querido ocultar”. Incluso tuvo tiempo de cambiar el final de su novela en una posterior edición y se llegó a convertir en sospechoso de aquel crimen para una pléyade de periodistas y escritores de novela policial (véase el número de marzo de 2011 de .38).

Poe utilizó un crimen real -en el que nunca se podrá saber si estuvo realmente implicado- y con él creó la primera novela realmente policial con el permiso de “Los asesinatos de la calle Morgue”, se convirtió en un escritor inmortal y recordó al mundo que una bella muchacha que se llamó Mary Rogers nunca recibió la justicia que merecía. Su vida se apagó y su recuerdo se esfumó como el humo de los cigarros que vendía. Pero la historia de su crimen la leerán generaciones de aficionados a la novela policial.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s