Ríos de sangre. Reseñando “Cuestión de galones”, de Ricardo Bosque, por Juan Mari Barasorda

Juan Mari Barasorda

Podría reseñar hoy una novela negra con cadáveres flotando en las aguas detenidas de una gran ciudad, de policías sagaces y criminales abyectos, de pasiones y lujuria, de una conspiración criminal y de una extorsión, de la atmósfera de una morgue no menos insana que la corrupción de una sociedad corrompida… Una perfecta novela negra. Our Mutual Friend fue la última novela conclusa escrita por Charles Dickens en 1865, una novela que describe una inolvidable atmósfera criminal en los muelles del Támesis, el río de sangre.

Dickens conoció bien aquellos muelles, sus embarcadores, sus barcos que acogían ladrones y asesinos como Erwin Drood (el de su novela inconclusa El misterio de Erwin Drood), sus fumaderos de opio regentados por chinos con cara de Fu-Man-Chu, sus asesinos y sus policías. Sus correrías con su amigo Wilkie Collins y su inseparable inspector Field (Oh duty…) le hicieron amar aquel submundo compuesto de agua y crimen, aquellos muelles y canales que le subyugaban tanto como la morgue (“una fuerza invisible me atrae hacia el depósito de cadáveres” escribió en Household Words). Pero no, ya disfrutamos de sus aventuras nocturnas en esta revista no hace mucho tiempo. Hoy hablaremos de ríos y canales… de sangre.

La División Policial del río Támesis (Thames River Police) se creó en 1839 y situó su sede en Wapping. Un Támesis surcado por todo tipo de criminales, los que Dickens imaginó y muchos más. Solo en 1882 aparecieron 544 cadáveres en el rio Támesis y en 277 de los casos fueron archivados como crímenes sin resolver. Los crímenes del Támesis provocaron ríos de tinta, y en el caso de “los crímenes del torso” que sucedieron entre 1887 y 1889 compartieron fama y tabloides con los crímenes de Jack el Destripador.

THAMES POLICE en WAPPING WHARF

Thames Police en Wapping Wharf

Sin embargo, de entre los novelistas policiales clásicos solo Conan Doyle, en alguno de sus relatos cortos y en mayor medida a lo largo de El signo de los cuatro, hizo uso de la localización de aquellos muelles y embarcaderos que tanto amó Dickens para ambientar las peripecias detectivescas de Holmes. Nuestra adorada dama del crimen, Agatha Christie, gustaba más de ambientar sus crímenes en idílicas casas de campo entre aromas de lavanda y de pudding recién salido del horno. Tuvo que ser su amiga, la neozelandesa Ngaio Marsh, quien recuperó para la ambientación de La muerte vino cantando el clima noir del puerto de Londres y su estuario, un Támesis a cuyas orillas volvió muchos años más tarde P. D. James en El pecado original.

Claro que el Támesis no ha albergado las únicas aguas criminales de la novela policial. Edgar Allan Poe escribió El misterio de Marie Roget en 1842. Fue el segundo relato policial de la historia y también el segundo del detective parisino Auguste Dupin. Poe situó su crimen de ficción en las aguas del Sena, aunque el crimen real en el que se inspiró se había producido en 1841 en la persona de Mary Cecilia Rogers, la bella cigarrera de Nueva York a la que tanto visitaba el propio Poe y cuyo cadáver apareció entre las redes de un pescador en las aguas del rio Hudson, junto al rumor del agua surgiendo de la fuente de Sybil’s Cave. Agatha Christie, siguiendo a su egiptólogo marido, tuvo a bien asesinar a una joven millonaria en el Nilo, aunque sin duda una ambientación más cercana a la reseña de hoy es la de las novelas de Sara Paretsky y la detective Warshawski en el río Chicago, un río ramificado en decenas de canales que tiñen de rojo en sus novelas con la misma rapidez que los irlandeses lo tiñen de verde en el día de San Patricio.

También los canales de Ámsterdam forman parte inseparable de la ambientación de las novelas de A. C. Baanther y su inseparable inspector De Cock, de la misma manera que los canales de Brujas lo son en las novelas de Pieter Aspe (seudónimo de Pierre Aspeslag) en compañía del comisario Van In. Aunque para canales famosos en la novela negra actual ya tenemos los de Venecia en las siempre cuidadas ambientaciones que nos regala Donna Leon para que el comisario Brunetti resuelva sus crímenes, ambientación tan cuidadosa que requiere, para no perdernos, seguir el mapa de los canales venecianos que la propia Donna Leon nos regala en su página web.

Y así podemos volver al principio. ¿Hay otros canales tan interesantes en la novela negra actual que puedan competir con los venecianos que acostumbra a cruzar sobre puentes el comisario Brunetti? La respuesta es SÍ.

Lean ustedes una novela que trata sobre un cadáver flotando en las aguas de un canal, con policías sagaces y asesinos abyectos, una novela en la que hay lujuria y deseo, una conspiración criminal… y, por supuesto, un asesino. Curiosamente hemos empezado así el artículo de hoy, pero no estamos hablando de Londres ni del Támesis, ni de Dickens ni del comisario Brunetti.

Dice la sinopsis de la nogalonesvela en cuestión que: “Nos hallamos en Zaragoza, la antigua Caesar Augusta, en el año 33 después de la Expo, es decir, en 2041. Gracias a una reestructura total, la vieja ciudad ya no solo se halla en los mapas de todo el mundo, sino incluso en las cartas de navegación… En medio de este panorama divertido y delirante, Ulises Sopena, capitán de la policía, tiene que resolver el misterio de un cadáver que ha aparecido flotando en las aguas de uno de los canales que atraviesan la ciudad…”

No me gusta desvelar más de la sinopsis. Muchas reseñas -y mejores que esta- han encontrado en Cuestión de galones, escrita por el zaragozano Ricardo Bosque, una joyita con la que disfrutar. Surcar la inundada Zaragoza con Ricardo y su policía fluvial (el capitán Ulises Sopena y la subteniente Fitzpatrick), pareja policial que es un logro en sí misma (mucho más creíble que el policía fluvial -también irlandés- que compuso Bruce Willis en la olvidable Persecución mortal en la que Sarah Jessica Parker quedaría a la altura del betún en comparación con la subteniente Fitzpatrick) es un placer.

Es difícil explicar en pocas palabras lo mucho que se puede disfrutar en una tarde de domingo con Cuestión de galones. En primer lugar estamos claramente ante un noir, una novela negra en toda su acepción. La trama está bien planteada. Los interrogatorios tienen sentido, Las pistas son sutiles. Los policías ejercen como tales y no están atormentados por infantiles traumas psicológicos. Al contrario, en lugar de acongojarnos nos brindan una excelentes dosis de sentido del humor servido en las cantidades justas para que en la casi totalidad de la lectura mantengamos una sonrisa socarrona. No recuerdo semejante experiencia tan excelentemente lograda desde la lectura de las tres novelitas negras de Edgar Box, que así dicho no parece mucho, pero si aclaramos que Edgar Box era el seudónimo de un excelso Gore Vidal nos situamos en un nivel de ironía y sentido del humor de elevada factura que actúa como un pespunte de color en un diseño que no pretende ser de alta costura pero que requiere sin duda de la complicidad del lector para que la tarde del domingo sea perfecta. Si convenimos en que no hace falta teñir de vísceras y torturas cada capítulo, que el sexo imaginado puede ser tan atrayente como el explícito, que no hace falta descubrir al asesino en el último párrafo y que el policía protagonista ni debe ser un lince holmesiano ni un borracho que entre cada botella aproveche para apalizar o ser apalizado por el malhechor, nos quedara el lenguaje, el dialogo inteligente, la trama dosificada, el dibujo de los personajes y la ambientación.

George V. Higgins sabía de qué iba esto. La descripción a través de los diálogos, personajes que se entrecruzan bailando al son de una corrupción que mueve (casi) todos los hilos, incompetentes, corruptos, simpáticos y locuaces. Muy locuaces. Claro, que este empeño exige dominar un lenguaje que sea expresivo, que sea realista (aunque estemos en la Zaragoza de 2041 o precisamente por eso) y sobre todo que sea ágil. Y esta cualidad la posee Ricardo Bosque. Es lo que permite sonreír. Si el policía de Higgins (Roscomonn) les dice a los malos con su cuidado vocabulario: ”-…y ahora os doy por culo a todos vosotros. -Oh -dijo Sweeney-. Sí, ¿a que no tiene ninguna gracia? -se burló Roscommon- .Ja, ja. Ahora os ponéis serios y empezáis a buscar la pomada de las almorranas, pero tengo malas noticias: agotada…”, el capitán Ulises Sopena se enfrenta a la sospechosa con este beatifico pensamiento: ”… ¿Abierta y mojada? ¿Ha dicho “abierta” y “mojada” o han sido imaginaciones mías? Carmen se gira, obedezco, entro y cierro la puerta tras de mí. Su culo me guía en estado hipnótico…”. ¿No son ambas deliciosas reflexiones de palabra o de pensamiento?

Parece fácil pero no lo es. Que una novela se lea de un tirón cuando no es de “largo metraje” requiere también pericia literaria. Además, en este caso se nota que Ricardo ha leído mucha -buena y mala- novela negra. Se nota. Las referencias a canciones o programas de televisión que todos conocemos son un guiño al lector: Nono, el perro de Ulises, la vecina… En definitiva, los personajes secundarios, tienen el papel justo -y necesario, que diría aquel- en la trama. Trama que, a este paso, acabaré desvelando si sigo. Nada más lejos. El lector se ha quedado satisfecho esta tarde de domingo. Me quedo esperando nuevas ¿investigaciones? ¿peripecias? de Ulises Sopena y de la sargento Fitzpatrick. Mi atribulada imaginación de lector policial ya empieza a imaginar, lo que pasa es que estoy seguro de que Ricardo Bosque imaginará más y mejor. Me quedaré en recomendar su lectura para la tarde del próximo domingo… o del sábado, porque como cantan The Cure:

“Saturday, wait,

And Sunday always come too late…”

 

Cuestión de galones
Ricardo Bosque
Literaturas com Libros

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