«La verdadera historia de la nariz de Pinocho», de Leif GW Persson, por Ricardo Bosque

pinochoRicardo Bosque (@ricardo_bosque)

Si no me fallan las cuentas, ya es la tercera vez que traigo aquí al sueco Leif GW Persson, autor de la conocida como trilogía del Estado del Bienestar en la que sentaba las bases de lo que sería su producción criminal posterior, pues en ella estaban ya presentes -aunque bastante más jóvenes, todo hay que decirlo- sus dos personajes más populares -el bueno Lars Martin Johansson y el malo Evert Bäckström– así como esos compañeros habituales que adquieren un mayor o menor protagonismo en sus novelas según sus necesidades e intereses: Lisa Mattei, Anna Holt, Jan Lewin, Ankan Carlsson, el legendario Rolle Stalhammar…

Sí, me encanta Persson si bien sé que este sueco atípico no goza de gran predicamento entre algunos de mis compañeros de Calibre .38, pero ya se sabe que, para gustos…

Sin decir que sea fácil, sí que está al alcance de un buen número de autores crear un personaje atractivo con el que sea posible empatizar. Lo complicado es lo de Persson: conseguir que el lector «tolere» la existencia de un impresentable como Evert Bäckström, su existencia al menos sobre el papel porque soy consciente de que, si fuera nuestro compañero de trabajo o vecino de escalera, nuestro aprecio por él sufriría lo suyo y no digo yo que no terminase la relación en un homicidio involuntario.

¿Impresentable? ¿he dicho «impresentable»? Bueno, es una manera suave de calificarlo, la descripción quedaría más completa añadiendo chauvinista, machista, soez -véase a modo de ejemplo el cariñoso apelativo con que Bäckström se refiere a sus colgantes atributos: el supersalami-, presumido, faltón, putero, xenófobo, corrupto, egocéntrico, manipulador, embustero, egoista… Irresistible según él, enano seboso para el resto. Alguien miente, sin duda.

Por cierto, si tras leer este breve perfil alguien está pensando en el ibérico Torrente, debería comprender lo antes posible que, utilizando los mismos mimbres, se pueden confeccionar cestos muy diferentes. Afortunadamente.

Pues bien, Bäckström -los mundos de Bäckström, podríamos decir pues todo gira en torno a él y todo lo interpreta el policía como mejor le conviene- es el protagonista absoluto de esta nueva entrega que se une a las dos anteriores, Linda, como en el asesinato de Linda y Quien mate al dragón. Y la historia no puede arrancar mejor para él, de hecho todo comienza el lunes que pasa a ser el mejor día de su vida al recibir la noticia de que ha sido asesinado Thomas Eriksson, abogado de mafiosos al que le une -le unía- una enemistad manifiesta desde hace unos años atrás por motivos estrictamente profesionales.

La investigación de los hechos sigue la pauta común de las novelas de Persson, en mi opinión más cercana a la realidad de la profesión de lo que nos venden la mayoría de los autores, que todo lo basan en un policía estrella rodeado de un reducido grupo de secundarios a su servicio. En el caso de mi sueco favorito, el equipo encargado de las indagaciones es numeroso y multidisciplinar -policías de diversos departamentos, fiscales, jueces, forenses, miembros de otros cuerpos de seguridad- lo que, es comprensible, puede resultar confuso para algunos lectores. Así, muy poco a poco, Bäckström va atando cabos sobre lo sucedido en un caso en el que tienen cabida grupos marginales tan potentes y antagónicos como los hermanos musulmanes -defendidos en su día por el abogado muerto- y los Ángeles del Infierno, al servicio estos últimos de intereses rivales a los anteriores. Un caso en el que el robo, subasta o desaparición de diversas obras de arte ruso centra todos los focos y para el que resulta vital la inestimable ayuda de GeGurra, viejo conocido de nuestro amigo Evert y marchante sin escrúpulos que, llegado el caso, referirá al policía y al asombrado lector la verdadera historia de la nariz de Pinocho, objeto fabricado por el joyero Carl Fabergé -conocido por sus famosos y carísimos huevos de Pascua- y que pasó por las manos del zar Nicolás II y de su hemofílico hijo Alexéi, del primer ministro británico Winston Churchill y del presidente ruso Vladimir Putin hasta acabar en las de… ¿Lo adivinan? Pues eso.

No duda Bäckström -nunca lo ha hecho- en manipular las declaraciones de los implicados, en hacerles decir lo que mejor conviene a la resolución del caso y, llegado el caso, al propio interés de los declarantes. No duda en filtrar a la prensa lo que haya que filtrar -contraprestación económica de por medio, claro- para a continuación echarse escandalizado las manos a la cabeza al comprobar que lo de la confidencialidad de una investigación es algo que ya nadie respeta. No duda en distraer alguno de los objetos presentes en la vivienda del abogado muerto siempre y cuando tengan el valor económico suficiente como para hacer engrosar de manera considerable sus ingresos legales.

Porque a todos los epítetos anteriores -impresentable, chauvinista, machista, soez, presumido, faltón, putero, xenófobo, corrupto, egocéntrico, manipulador, embustero, egoista- deberíamos añadir el de hipócrita redomado.

Tentado estuve en más de una ocasión y a lo largo de las 630 páginas de esta estupenda novela de tirar de Google, de Wikipedia y de lo que hiciera falta para comprobar si en toda esa curiosa y estremecedora historia de la nariz de Pinocho pudiera haber un atisbo de realidad, una mínima base histórica. ¿Para qué?, me dije en cada una de esas ocasiones. ¿No me basta con la palabra de GeGurra y Bäckström?

Por supuesto, me respondí. Si Bäckström lo dice habrá que confiar en él. ¿O no?

 

La verdadera historia de la nariz de Pinocho
Leif GW Persson
Trad.: Francisca Jiménez Pozuelo
Grijalbo (Penguin Random House)

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