Cine: «Que Dios nos perdone»

que-dios-nos-perdoneTeresa Suárez

Si han cotilleado en la breve semblanza que intenta condensar a cada uno de los colaboradores de Calibre 38, sabrán de mi temprana curiosidad por el mundo criminal que me llevó, en cuanto pude permitírmelo, a satisfacer con formación académica. Además de un curso de postgrado en Criminología, poseo un flamante titulo que me acredita como Experta en Análisis del Perfil Criminológico y la Futura Detención de Criminales Violentos en cuya edición, me enorgullece decir, hice el numero 14 de un total de 56 alumnos, en su mayoría policías nacionales, locales o autonómicos, todos ellos en activo.

Aunque pueda parecerles lo contrario, no les cuento eso para darme aires, sino para que cuando les asegure que la cinta de Rodrigo Sorogoyen es una de las mejores películas de asesinos seriales que he visto en mi vida (y, créanme, he visto muchas) no lo hago movida únicamente por la pasión cinéfila que ha despertado en mí, que también, sino con conocimiento de causa.

Afirmar de manera tan rotunda la excelencia de esta película (Premio del Jurado al Mejor Guión en la 64º edición del Festival de San Sebastián, 2016) me llena de satisfacción porque vuelve a poner de manifiesto que en el género policial, o thriller si lo prefieren, España pisa fuerte, pisa con garbo.

Crisis económica, Movimiento 15-M y Jornada Mundial de la Juventud. La capital española tomada, indistintamente, por los Indignados, el millón y medio de peregrinos que esperan la llegada del Papa y unos agentes de policía, sin vacaciones, con instrucciones precisas de mantener una imagen de tranquilidad absoluta. En el sofocante verano de 2011, Madrid se agita y suda.

En esa asfixiante atmosfera, en permanente riesgo de seísmo, dos policías deben dar caza a un asesino, sin ruido y sin demora.

Los problemas de control de ira del inspector Alfaro y el trastorno del habla, en forma de tartamudez, del inspector Velarde, convierten a estos agentes, en apariencia tan distintos, en verdaderos compañeros, unidos por su incapacidad para relacionarse con normalidad con quienes los rodean y, sobre todo, con aquellos que quieren y los quieren.

La película hace una muy atinada crítica del tratamiento del fenómeno delictivo en la sociedad actual: su negación cuando conviene, su publicidad cuando favorece, su priorización en función de los intereses de las altas esferas y la hipocresía que estas se gastan cuando son los inocentes los que pagan y el número de víctimas ya no se puede esconder bajo la alfombra, es decir, cuando ya es demasiado tarde.

Que Dios nos perdone, si puede, por esa nausea hacia la existencia que solo el hombre, con sus acciones crueles, violentas y salvajes para con sus semejantes (el hombre es un lobo para el hombre), es capaz de generar.

La investigación criminal aparece retratada como la tarea multidisciplinar que es en la realidad, donde una o dos personas llevan el caso, coordinan el trabajo de un equipo de especialistas y se encargan de ir encajando las piezas del puzle. Y es que el análisis científico del crimen, como comportamiento individual y hecho social, requiere de una pluralidad de enfoques provenientes de diferentes especialidades (medicina forense, biología, sociología, nuevas tecnologías, etc.) que, individualmente y desde su objeto concreto de estudio, contribuyen a un diagnostico global del hecho delictivo.

Otro acierto de la película, es que ha sabido reflejar, también de manera muy acertada y no exenta de humor, para qué sirve un perfil criminológico, una técnica que busca aportar información sobre las características de uno o varios autores desconocidos de uno o más crímenes, ayudando a reducir y acotar el número de posibles sospechosos, orientando las pesquisas en una u otra dirección o abriendo nuevas vías de investigación cuando la principal se enquista o llega a un punto muerto.

Digamos que el perfilador criminal es el as en la manga, aquel a quien se recurre, casi in extremis, cuando no se ve salida y sin confiar demasiado ni en su labor, ni en su pericia, ni en su criterio. Algo así como un adivino cuyo mérito, si acierta, quedará engullido por el trabajo de los agentes que realicen la detención que serán quienes reciban las felicitaciones públicas y de quienes se hablara en los medios de comunicación al practicarla. Si falla se renegará de su “ciencia”, aplicándole ese término casi a regañadientes, o de la inutilidad de su labor.

Desde luego creo que en España, al menos de momento, no es un trabajo popular ni reconocido, salvo que te saque Iker Jiménez en su “Cuarto milenio” y adorne ese trabajo arduo y complicado con música de tensión en los momentos cumbres e imágenes impactantes del asesinato.

Con dos anti héroes como protagonistas (ausentes, desesperados, perdidos) y la utilización de un lenguaje llano y directo, Sorogoyen deja que sea el contexto (nos describe el ambiente urbano y sus bajos fondos, sin escatimar ni un detalle de sus miserias y aspectos más sórdidos) el que sugiera el sentido profundo y crítico de la película: PURO REALISMO SUCIO.

Del asesino, so pena de revelar su identidad, no quiero contarles nada, salvo que resulta tan repugnante que te lleva a preguntarte qué harías si lo tuvieras enfrente.

La triste voz de Amalia Rodrigues, interpretando Que Deus me perdoe, les dejará sentados en su butaca, con un nudo en el estómago y una furtiva lagrima resbalando por la mejilla.

Que Dios les perdone si, después de leer esta reseña, no van corriendo al cine para ver esta impresionante y potente película española.

Si, como creo, les gusta tanto como a mí, espero que me lo digan.

 

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5 comentarios en “Cine: «Que Dios nos perdone»

  1. Lamentablemente aquí a Guatemal rara vez llegan las buenas películas al cine, así que deberé esperar que la suban a La red. También soy fanática
    de este género.

  2. un thriller a la altura del mejor cine americano de ese genero imprenscindible parece mentira que no se llenen las salas para verla los dos actores IMPRESIONANTES ACTUACIONES

  3. Saludos desde Ecuador. Este tipo de cine rara vez es apreciado para que la pongan en las carteleras de los cines locales, y cuando de vez en cuando aparecen, duran no más de una semana en cartelera, teniendo una docene de espectadores (a lo mucho) por función. Por tanto, no es de este modo que las puedes ver (no representan taquilla y por tanto esa es la razón de que no las toman en cuenta) sino a través de otros circuitos de excibición como el internet, Neflix, etc. Lástima pues se pierden de ver verdaderas joyas del cine que terminan en el olvido o siendo parte de una colección especial de algún cineófilo.

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